El liberalismo como anti-ideología
Básicamente hay tres acepciones de la expresión ideología. La interpretación marxista del término consiste en afirmar que es una teoría falsa que procede de una «falsa conciencia» que, a su vez, es consecuencia de la lógica burguesa, la cual enmascara la realidad social.
Aunque hay matices que provienen de raíces hegelianas, el poligolismo marxista conduce a esta concepción de la ideología. Bien se ha señalado en reiteradas oportunidades que Marx nunca explicitó en qué consisten las diferencias entre la lógica burguesa y la lógica proletaria. Más aún, nunca se explicó cómo opera y en qué consiste el cambio de la lógica de quien pasa de la condición de proletario a la de burgués o viceversa ni en qué consiste a lógica del hijo de un proletario y una burguesa.
Este esquema sin fundamento también lo usaron los nazis en una especie de polilogismo racista. Así es que Hitler en medio de su confusión sobre raza y religión pudo afirmar que «la raza judía es, ante todo, una raza mental».
La segunda acepción a que quiero referirme en esta nota es la que define la ideología como un conjunto de ideas, como el estudio sobre el origen y la clasificación de las ideas.
En este caso, toda, las concepciones son ideologías; incluso aquellos que hablan de la muerte de las ideologías están, de hecho, esbozando una ideología. El hombre se maneja con ideas. El ser humano recurre a conceptos que son integraciones mentales, son ideas que concibe el entendimiento, las cuales se exponen a través del lenguaje como medio de comunicación con otros seres humanos.
En este contexto, decir que las ideas o un conjunto de ideas (ideologías en esta acepción) han muerto carece por completo de sentido. Habitualmente, estas manifestaciones provienen de quienes se han percatado de la inconveniencia de viejas ideas y no tienen el coraje de declararlo.
Cuando esa desilusión con las ideas sustentadas con anterioridad no ha sido sustituida por otras concepciones filosóficas se opta par declamar la defunción de todas las ideas y adherirse al pragmatismo, sin percibir que ésta es también una idea (o una ideología en el sentido antes apuntado). Una idea que da la espalda a principios éticos que se traducen en el respeto al prójimo, pero una idea al fin. Diferente es la posición de los llamados conversos, quienes no sólo perciben los errores de las ideas a las que previamente se adherían, sino que son reemplazadas por un cuerpo de ideas que se considera explican de mejor modo la realidad. Estas personas declaran abiertamente su error e incluso, en algunos casos, escriben sobre las características del proceso que transitaron desde una posición hacia otra.
Por último, la tercera acepción del término que ahora comentamos, expresa un conjunto de afirmaciones, teorías y metas que constituyen un programa socioeconómico.
Al contrario de lo que se transcribe en la mayor parte de los diccionarios del mundo hispanoparlante, esta última acepción se incluye con frecuencia en diccionarios de la lengua inglesa. Una interpretación contemporánea de esta acepción se ha extendido hasta asimilaría aun esquema político cerrado por el que se pretende establecer desde el poder el conjunto de fines y metas a que debe apuntar el ser humano.
En este sentido, la ideología, constituye un verdadero peligro. Un peligro mayor que la concepción marxista que por ser incomprensible e inexplicable termina utilizándosela como herramienta de choque por parte de activistas. Sin embargo, esta tercera acepción no es incomprensible ni inexplicable. Se traduce en la expresión cabal del racionalismo constructivista y la ingeniería social. Establece un sistema predeterminado por las mentes de ciertos funcionarios encargados de aplicarlo. Consiste en la imposición de valores específicos y detallados para los gobernados. Constituye un sistema necesariamente autoritario.
Aquí se pone de manifiesto con toda crudeza la arrogancia del intelecto que pretende conocer lo que en realidad le conviene a los demás y lo impone por la fuerza. Esta concepción ideológica pretende manipular al ser humano como si se tratara de un objeto de arcilla que debe ser configurado a imagen y semejanza de las ocurrencias caprichosas del diseñador.
En este sentido es que el liberalismo es la anti-ideología por antonomasia. Su columna vertebral se basa en el respeto al prójimo. El liberalismo qua liberalismo no se pronuncia sobre los fines que cada uno persigue. Cada uno responderá a su conciencia y a Dios por sus actos y también a los gobernantes por aquellos que lesionan derechos de terceros. Esta postura sólo permite el uso de la fuerza gubernamental con carácter defensivo.
El liberalismo abre las puertas a un proceso de constante descubrimiento que facilita la evolución cultural, al tiempo que pone de relieve que no hay fronteras para el conocimiento y el autoperfeccionamiento. La pretendida omnisciencia y omnipotencia del espíritu autoritario contrasta con el rechazo del liberal a manejar la vida y el fruto del trabajo ajeno.
Para el liberalismo no hay listas cerradas que aseguren el respeto al prójimo. Debates sobre privacidad, monóxido de carbono en la atmósfera, decibeles, privatización de ondas aéreas de radio y televisión constituyen sólo algunos ejemplos del desplazamiento de las fronteras siempre móviles desde la perspectiva liberal a los efectos de permitir que cada uno incorpore sus personales valores en concordancia con sus personales proyectos de vida, sin agredir proyectos de vida de terceros.
Este proceso de corrimiento de fronteras y refutación de teorías anteriores requiere apertura mental, también en abierto contraste con el relativismo epistemológico.
Sin duda que este proceso requiere alimento permanente. Decir que actualmente el mundo se mueve inexorablemente hacia la sociedad abierta es, en el mejor de los casos, una torpeza.
No debe caerse en el error, del historicismo marxista al suponer «ciclos inexorables de la historia». Nada hay inexorable en este terreno. Los resultados nunca son definitivos. Todas las posiciones son provisorias.
El éxito o el fracaso depende de la fertilidad de las respectivas argumentaciones y, en esas argumentaciones, el valor de las palabras tiene importancia. De ahí, en otras cosas, el cuidado que debe tenerse con la expresión multívoca «ideología».
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