Algunas cuestiones disputadas del anarcocapitalismo (XCII): el misterio del PIB de Rusia en guerra
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Se han publicado recientemente datos sobre el crecimiento del PIB ruso que, aparentemente, muestran cierta solidez en su economía. Muestra valores positivos en su producción, algo que ha supuesto una fuente de regocijo para los partidarios de Rusia en esta guerra. Supuestamente, manifestaría una gran solidez de la economía rusa, a pesar de las durísimas sanciones a la que ha estado expuesta en los últimos años. Unas sanciones dirigidas tanto hacia sus empresas como hacia sus líderes políticos. Creo que esta aparente paradoja puede servir perfectamente para ilustrar algunos elementos de la economía de guerra. Esto incluye las sanciones y otras formas de economic statecraft, como de las estadísticas que usan los gobiernos bien sus propias necesidades bien para legitimarse tanto en en interior como en el exterior.
Evitar la inflación
Es justo, en primer lugar, reconocer que la economía rusa no se ha derrumbado como prevían algunos analistas. Es más ni siquiera es probable que lo haga a corto plazo. A ello ha ayudado y mucho, la política económica llevada desde el comienzo de la guerra por su banquera central, Elvira Nabiúllina. Ha conseguido por lo menos evitar la inflación que las economías en guerra suelen padecer como resultado de las expansiones monetarias usadas para financiar los costes bélicos.
Normalmente en estas ocasiones se prefiere la inflación a la imposición directa, pues esta última hace más visible a la población los costes de involucrarse en conflictos y los hace, por consiguiente, mucho más impopulares de lo que ya son, sobre todo a medio plazo. Al principio las contiendas suelen tener cierto apoyo si se ha hecho previamente un uso eficaz de la propaganda. Las subidas fiscales, a diferencia de la inflación, son más difíciles de ocultar, y sobre todo son mucho más difíles de eludir buscando algún chivo expiatorio externo al que culpar de sus males.
La «vinculación» del rublo con el oro
La señora Nabiúllina básicamente llevó a cabo una subida de tipos de interés para controlar la masa monetaria, al tiempo que permitió la flotación libre del rublo. Estas medidas son clásicas y convencionales. Pero llevó a cabo otra medida que, por lo menos, consiguió que los mercados le concediesen un cierto margen de confianza. Declaró la vinculación del rublo al oro. Digo declaración, porque tal vínculo nunca se concretó en nada. Lo único que se llevó a cabo fue una compra sostenida del metal precioso por parte del estado ruso. Pero bastó con esa declaración para dar una imagen de solvencia a la moneda que le permitió capear el temporal al principio de la guerra.
Ojalá lo hubiese hecho así. Una guerra contemporánea financiada en un entorno de patrón oro sería muy difícil de llevar adelante sin tener que incrementar la fiscalidad, o sin tener que desviar recursos esenciales para la producción a la industria de guerra con el consiguiente emperoramiento de las condiciones de vida del pueblo ruso.
Oro y guerra
Lo normal es que una guerra contemporánea se financie con inflación (impuesto encubierto), con bonos de deuda patrióticos o incluso con los recursos saqueados al enemigo. Lo relata Gotz Aly en La utopía nazi: cómo Hitler compró a los alemanes; no subiendo los impuestos de forma directa, pues esto aún haría más impopular la guerra.
Un mecanismo de patrón oro no impide la guerra, como bien nos muestra la historia bélica durante los siglos en los que permaneció vigente un patrón metálico. Pero sí que dificulta mucho su financiación en entorno en los que los gobernantes están sujetos, de forma dirtecta o indirecta a la voluntad popular. Los gobiernos que se meten en guerras saben que si pierden o ésta resulta en un deterioro notable de las condiciones de la población, es muy probable se vean obligados a abandonar el poder, por las buenas o por las malas. Los propios gobernantes rusos saben que su revolución se dio en un entorno de descontento popular en un escenario de guerra, aunque no fuese este el único factor.
Te sanciono y me sanciono
Además Rusia padece sanciones muy severas por parte de la comunidad internacional. Los estudios sobre guerra económica, como el clásico de David Baldwin Economic statecraft, inciden siempre en que las sanciones, si bien debilitan a la economía sancionada, también lo hacen con la sancionadora, como todo buen austríaco sabrá. Si las relaciones comerciales benefician a ambas partes, como se afirman los economistas austríacos, impedirlas por la fuerza ocasionará daño también a otras partes, sin que pueda determinarse a priori cual de las dos partes puede ser más dañada en sus sectores vitales. La guerra económica es por tanto una señal de que una de las partes está dispuesta a sufrir penurias para alcanzar algún fin político en el ámbito de las relaciones interestatales.
Aparte de que, como se sabe, este tipo de instrumentos de presión se burlan fácilmente mediante mecanismos de triangulación. España y otros países europeos siguen adquiriendo petróleo y materias primas rusas; incluso más que antes en algún caso como el español. Sólo que se compran a algún intermediario que previamente adquirió con descuento esos bienes.
A la inversa, las empresas rusas no se encuentran para nada desabastecidas de componentes. Esto inclye a aquellos componentes que son necesarios para la industria de guerra. (El análisis de algunos drones rusos capturados recientemente reveló que la immensa mayoría de sus componentes fueron fabricados en países occidentales). Simplemente, las empresas occidentales venden a algún país aliado de los rusos, normalmente algún páis de la antigua esfera soviética y los rusos se lo compran a este.
Así en la guerra como en la paz
Como se ve se sigue comerciando igualmente, sólo que al usar intermediarios los precios acostumbran a ser más altos para ambas partes. Algunos aprovechan la ocasión y se lucran en el intercambio. Entre ellos, en numerosas ocasiones, se encuentran los más firmes y radicales defensores de las sanciones. Esto es, pueden forzar mecanismos sancionadores para beneficiarse de ellos.
Aún recuerdo cuanto me sorprendió al leer el libro de Edmund Silberner, The problem of war in nineteenth century economic thought, las referencias que se hacían en él a varios economistas liberales que recomendaban mantener los principios de libre cambio incluso con el enemigo en una guerra abierta. Sus razonamientos pueden parecer extraños, pero son lógicos. Tener que comprar más caro en una guerra nos debilita, y en el peor momento. Sin contar que, como acabamos de ver, no suele valer de nada. Además, serviría de elemento pacificador. Revelaría la estupidez de la guerra y que muchos conflictos pueden arreglarse con el comercio libre.
Supongo que algún lector, bien imbuido de los principios de las escuelas de economía nacional o del socialismo bélico, pensará que estas son fantasías utópicas del liberalismo económico. Y bien pueden serlo. Pero lo cierto es que incluso en guerras totales como la primera o la segunda guerra mundiales, existieron siempre mercaderes de la muerte que vendían y se hacían ricos con el enemigo. (Algunos de ellos de familias cercanas al poder). Lo hacían incluso vendiendo el armamento y las municiones con los que mataban a sus compatriotas. Obviamente, se beneficiaban de las interdicciones al comercio, al subir el precio que obtenían de sus bienes. Se ha reeditado hace poco el célebre Los comerciantes de la muerte de Engelbrecht y Hanighen. Y no estaría de más volver a echarle un vistazo.
¿Por qué no cae el PIB?
Pero aún así sigue llamando la atención que el PIB ruso no sólo no se haya derrumbado sino que incluso crezca algo en los años que se lleva de guerra. Pues algo tendría que haberse notado. No sólo por las sanciones, sino porque todo ese gasto improductivo en destrucción aparte de la movilización de centenares de miles de jóvenes en plena edad productiva tendría que tener algún tipo de efecto sobre el discurrir económico.
Yo creo que la clave está en los procedimientos de medición del PIB. Miden la producción bruta de bienes y servicios, pero no tienen para nada en cuenta el uso que se haga de ellos o la satisfacción que obtenga la ciudadanía. La escuela austríaca afirma que el fin de toda producción es la satisfacción de alguna necesidad por parte del ciudadano consumidor. Su carácter subjetivo hace que sea muy difícilmente estimable y mucho menos medible con precisión. Esta una de las razones por las que no acaban de convencerles las estadísticas que elaboran los gobiernos. Aparte, claro está, de que sean una herramienta imprescindible para la intervención estatal en la economía o en la vida social.
Reorganización forzosa de la economía
A efectos de estimación del producto interior bruto es indiferente que la industria rusa cambie por decreto gubernamental de producir pacíficos tractores a producir tanques y helicópteros. Y según como se valores estos últimos por su único comprador, el estado ruso, estadísticamente podría resultar en una ganancia nominal en la producción nacional. Un obús o un misil que destruyan vidas y bienes materiales del enemigo puede ser tan valorado o más a estos efectos como un medicamento o cualquier otro bien que tenga algún beneficio para el bienestar o la felicidad humana.
Y es esto lo que ha acontecido en Rusia y explica este aparente misterio. El gobierno ruso, recuperando las viejas medidas de confiscación de bienes o de reorientación forzosa de la producción usadas por los países combatientes en las guerras mundiales, ha forzado a muchas industrias de capital privado a producir los artefactos e insumos necesarios para sostener una guerra a gran escala. Por ejemplo se ha reducido la fabricación de automóviles de uso particular y se han rediseñado sus fábricas de tal forma que ahora producen tanques. Al igual que muchas factorías químicas ahora producen explosivos.
Contabilidad pública y muerte
No es nada nuevo en la historia. Es más, algunos historiadores relatan que el modelo de control estatal en la industria usado en las grandes guerras fue la inspiración del comunismo de planificación central instaurado en la antigua URSS. Lo que no había en aquellos tiempos eran estadísticas de PIB, al menos como las conocemos hoy. Por lo que lo que sí es nuevo, y es buena prueba del a moral que rige en los estados, es que artefactos dedicados a la muerte y a la destrucción sean valorados de forma positiva por los encargados de contabilizar la producción. O, al menos, al mismo nivel que los que verdaderamente mejoran la vida humana.
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