¿Se encamina Europa hacia la extrema derecha?
Aunque es cierto que la extrema derecha (me refiero a la derecha nacionalista, proteccionista y euroescéptica) avanzará en las elecciones al Parlamento Europeo con sede en Estrasburgo que se celebrarán a principios de junio en 27 países, es mucho menos probable que ejerza la influencia que los medios de comunicación y algunos de sus rivales creen -o pretenden creer-.
En el Parlamento de 705 miembros (que esta vez añadirá quince nuevos escaños), el control yace firmemente en manos de una entente poco sólida entre tres fuerzas: la derecha tradicional (Partido Popular Europeo), los socialistas tradicionales (Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas) y los denominados centristas (Renovar Europa). Lo más probable es que estos tres grupos seguirán representando juntos, más que la suma de cualquier bloque político en el que la extrema derecha pueda pretender desempeñar un papel importante. Incluso si la extrema derecha obtuviera entre 30 y 50 nuevos escaños, como predicen algunos sondeos, es extremadamente improbable que desplace a los tres bloques que tienden a votar juntos cuando llega el momento de la verdad.
Esto es importante porque, además de aprobar leyes y supervisar a las autoridades europeas, quienquiera que domine el Parlamento Europeo desempeña un papel en la configuración de la política exterior, incluida la política comercial, de toda la unión. Tendrán voz y voto en la designación de los funcionarios que componen ese laberinto burocrático que llamamos instituciones europeas, incluido el poder ejecutivo, la Comisión Europea con sede en Bruselas.
De los cuatro países principales de la Unión Europea, la extrema derecha solo lidera en Francia. En Alemania, el partido más importante de la Unión, los demócrata-cristianos, están a la cabeza, mientras que la extrema derecha, que hasta hace poco ocupaba el segundo lugar, ahora está perdiendo terreno frente a los socialdemócratas y podría quedar en tercer lugar. En Italia, el partido de la primera ministra Giorgia Meloni está liderando. Aunque comparte algunos puntos de vista con la extrema derecha, su gobierno hasta ahora no indica una adhesión completa a ese grupo (sería más preciso decir que tiene un pie en la centro-derecha y otro en la izquierda de la extrema derecha, si es que tal cosa existe). El representante más claramente definido de la extrema derecha de Italia en el Parlamento Europeo ocupa el cuarto o quinto lugar, dependiendo de la encuesta. Y en España, la extrema derecha está en un distante tercer lugar, por detrás de los conservadores de centro-derecha y los socialistas.
Las dos principales alianzas de la derecha dura en el Parlamento Europeo son el Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR en inglés) e Identidad y Democracia (I&D). Sin embargo, la primera de estas alianzas es una amalgama de partidos que tienen diferencias ideológicas y ni siquiera están de acuerdo en cuán euroescépticos son (el partido de Meloni y la derecha nacionalista española son mucho menos euroescépticos que, por ejemplo, la derecha dura alemana o el partido francés de derecha dura que es miembro de esa alianza, y Meloni difiere mucho de la extrema derecha alemana en varias otras cuestiones). De hecho, varios miembros del ECR tienen la esperanza, tras estas elecciones, de formar algún tipo de pacto o acuerdo con la centro-derecha tradicional, el grupo más numeroso en el Parlamento Europeo, para evitar la marginación de los socialistas. I&D no sería parte de tal acuerdo, ni aceptaría una invitación si se le extendiera.
Un entendimiento entre el ECR y la centro-derecha no está completamente descartado (la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania de centro-derecha, ha coqueteado con la posibilidad), pero eso requeriría que el ECR hiciera muchas concesiones y suavizara el tono de sus posiciones de «extrema derecha». Además, lo más importante es que esa alianza seguiría necesitando un tercer socio para alcanzar una mayoría de votos en el Parlamento.
La única posibilidad realista sería una alianza con los centristas, lo que moderaría aún más las posiciones de la extrema derecha. Sin embargo, las probabilidades de que los centristas se unan al ECR no son altas. Esto significaría, por ejemplo, que el partido de Emmanuel Macron se asociara con el nuevo partido de Éric Zemmour, un feroz crítico del presidente francés.
Incluso si las perspectivas de que la extrema derecha desempeñe un papel dominante en el próximo Parlamento Europeo son escasas, hay algo que debería preocupar a quienes creen en una Europa abierta, liberal-democrática y globalizada, donde la libre circulación de bienes, servicios, capitales e ideas sea un valor fundamental. Si los tres bloques tradicionales -la centro-derecha, el centro y la centro-izquierda- que actualmente tienen el control, logran, a pesar de una representación reducida tras las elecciones de junio, evitar que la extrema derecha traduzca sus posibles ganancias en un poder político significativamente mayor en Europa, los votantes de esta última podrían sentirse frustrados y quizás más inclinados a la militancia en varios países. Además, los partidos de extrema derecha podrían lograr que su discurso antisistémico sea relevante, más allá de esos votantes, para un número cada vez mayor de europeos que desconfían de Bruselas y Estrasburgo, y que están hartos de los políticos y padecen perjuicios económicos.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
El autor es Académico Asociado Senior del Centro Para la Prosperidad Global del Independent Institute. Sus libros del Independent incluyen Global Crossings, Liberty for Latin America y The Che Guevara Myth.
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