Lo que los latinoamericanos deberían aprender de la independencia norteamericana
El 4 de julio es una fecha patria relevante en Estados Unidos. La Declaración de Independencia junto con su Constitución, son los cimientos sobre los cuales se edificó esa nación. Las ideas allí expuestas así como las instituciones que dieron origen, son las promotoras de su éxito posterior.
Los latinoamericanos emprendieron su propio camino de independencia poco después. Sin embargo, mientras Estados Unidos es una potencia mundial, los países sudamericanos chapotean en la mediocridad. Este brutal contraste impacta más, si consideramos que el sur de América es más rico en minerales, combustibles y tierras fértiles. Además, tiene un clima más benigno.
Ergo, la razón de esa diferencia abismal no se encuentra en lo “dado” por la naturaleza sino en el factor humano.
Por otra parte, cada vez que alguna nación latinoamericana parecería estar cerca de desarrollarse –Argentina y Uruguay hacia fines del siglo XIX y principios del XX, o Chile en tiempos más recientes- daría la impresión de que una inercia irresistible los vuelve a arrastrar hacia atrás. ¿Por qué será? ¿Una maldición?
Obviamente que no. El problema es que los latinoamericanos tienden a achacarle a factores externos sus propios errores. Si fueran un poco más autocríticos, posiblemente lograrían salir de ese círculo vicioso que los tiene encadenados. Es decir, si lograran discernir con claridad cuáles son las raíces del mal endémico –miseria, violencia y dictaduras- que los asola reiteradamente.
Una buena manera de dilucidar las causas de su triste desempeño como naciones, es comparando su proceso histórico con el de Estados Unidos. Eso ayudaría a sacar a la luz las diferencias, que sin duda fueron las que promovieron trayectorias tan disimiles:
El proceso de colonización en ambas partes de América, empezó a perfilar la posterior evolución: auspicioso para los estadounidenses; desalentador para los sudamericanos.
La fuerza impulsora en Norteamérica desde sus propios orígenes, fue la sociedad civil. Los “pilgrims” eran familias de clase media, creyentes y con educación. Vinieron a América en busca de tierras para trabajar y libertad. Su intención era radicarse aquí. Los movía el deseo de construir una sociedad mejor que la europea. Una, donde no hubiera persecuciones religiosas ni desigualdades artificiosas basadas en el apellido. En consecuencia, no permitieron la existencia de una nobleza de sangre y había diversidad de credos que coexistían pacíficamente.
En cambio en Latinoamérica el proceso fue distinto. El Estado –los reyes de España, Portugal y el Vaticano- dirigía y controlaba la colonización. Por eso no vinieron colonos propiamente dichos sino funcionarios públicos, militares, sacerdotes y aventureros. Los susodichos monarcas no permitían que surgieran empresas privadas espontáneamente. Por consiguiente, no venía gente emprendedora a radicarse aquí con sus familias. Los que arribaban eran los de peor calaña, que tras firmar un contrato con el rey –las “capitulaciones”– se convertían en conquistadores, de tan triste recuerdo. Venían para hacer rápidamente fortuna y retornar a Europa a integrarse a la aristocracia.
Estas diferencias son las causantes de que en el norte surgiera una sociedad civil vigorosa, consciente de su propio valer personal. En cambio en el sur, el peso del Estado fue aplastante, cortando de cuajo cualquier iniciativa individual.
Una muestra de lo mencionado es, que cuando se fundaba una aldea en Estados Unidos, lo primero que los pobladores edificaban era la escuela. Eran de materiales sencillos (generalmente madera) para no perder tiempo. Lo hacían con el trabajo mancomunado de toda la población y por decisión propia. Al ser una sociedad constituida por gente de clase media, le daban muchísima importancia a la educación de los niños.
Las autoridades de cada pueblo pertenecían a él y eran elegidas por los mismos habitantes. Las decisiones importantes eran consultadas al resto y se tomaban mediante procedimientos democráticos. Asimismo, contaban con un periódico local.
En cambio, lo primero que se construía en una urbe latinoamericana, era el Cabildo (oficina pública) y la Catedral (religión impuesta). No por decisión de los propios habitantes sino por órdenes que provenían de Europa. Eran edificios colosales, construidos con materiales costosos, que se sufragaban mediante el trabajo cuasi esclavo y los elevados tributos impuestos a los nativos. La educación estaba restringida para los hijos de las élites. No se les pasaba por la cabeza que pudiera existir una prensa libre (ni siquiera se permitía leer a ciertos autores) y mucho menos recurrir a métodos democráticos para decidir asuntos comunitarios.
En pocas palabras: Norteamérica nació democrática mientras que Latinoamérica autoritaria.
Los estadounidenses quisieron la independencia para preservar sus libertades e instituciones. Las élites latinoamericanas la persiguieron, para remplazar a los peninsulares en sus puestos y privilegios.
Un testigo de excepción de la realidad norteamericana tras su independencia, fue el venezolano Francisco de Miranda. Estuvo recorriendo ese país desde junio de 1783 hasta diciembre de 1784. Hombre de gran cultura y agudo observador, dejó para la posterioridad detallas anotaciones en su diario personal de lo que veía en la novel república:
Invitado a una barbacoa, constató que “comieron y bebieron los primeros magistrados y gentes del país con el pueblo, dándose las manos y bebiendo del mismo vaso. Es imposible concebir una asamblea más puramente democrática…”
Los poderes ejecutivo, legislativo y judicial en todos los Estados son “distintos y soberanos”.
Miranda atribuye las virtudes y prosperidad que observa entre los norteamericanos, a las “ventajas de un gobierno libre (sobre) cualquier despotismo”.
Menciona una anécdota “digna de la inmortalidad” ocurrida durante la Guerra de Independencia (1775-1781):
“Un paisano dueño del terreno en que estaba plantado el campamento francés (aliado de los norteamericanos), hizo aplicación para que le pagasen (el uso del) piso; los oficiales (franceses) no hicieron caso” de este reclamo que para ellos era insólito. “Lo cual visto por el Patán (persona con poco poder) republicano, se quitó de ruidos, y fue en busca del Sheriff para que arrestase al deudor; y vea vuestra merced venir a estos dos pobres labradores y sin una simple arma en la mano, pero sí con el Paladio y autoridad de las Leyes, resueltos con firmeza heroica a arrestar al General francés […] y fue efectivamente retenido por el Sheriff y pagó al punto lo que se debía al pobre labrador”.
Escenas como las narradas por Miranda, resultan inconcebibles en los países latinoamericanos. No solo en los tiempos cercanos a las respectivas independencias sino también, en la actualidad.
Por eso, mientras los latinoamericanos no impongan la igualdad ante la ley y la independencia de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Mientras no se den cuenta de que la libertad relevante, es la individual. Mientras no comprendan la relevancia del autogobierno y lo esperen todo del Estado. Mientras no recelen de aquellos que se llenan la boca con la palabra “pueblo”… no habrá esperanza de quebrar el círculo vicioso en que están atrapados.
La fuente de la prosperidad de Estados Unidos radica en las ideas, hábitos e instituciones que han prevalecido desde su nacimiento. En desconfiar de sus gobernantes y creer en la capacidad individual para saber qué es lo que más le conviene a cada uno.
En cambio, los latinoamericanos suelen depositar su confianza en un caudillo providencial que supuestamente les solucionará todos los problemas.
Sociedad civil vigorosa versus estatismo: es la disyuntiva que separa a la prosperidad de la mediocridad; a la libertad del autoritarismo. Estados Unidos históricamente ha optado por la primera opción mientras que Latinoamérica por la segunda…
La autora es uruguaya. Es escritora, investigadora y columnista de temas internacionales en distintos medios de prensa. Especializada en filosofía, política y economía, es autora de varios libros y ha recibido menciones honoríficas.
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