Capitalismo, el sistema político del egoísmo noble
El egoísmo noble o egoísmo ético es el sistema moral que reconoce que la persona es un fin en sí misma y, por tanto, que la acción moral debe beneficiarla a ella. La virtud principal de este sistema ético es la prudencia o racionalidad, que consiste en usar la razón asistida por la sabiduría o experiencia para identificar lo que a uno le es provechoso y lo que le es perjudicial, para buscar lo primero y evitar lo segundo. De ahí que también se le conozca como egoísmo racional. Se distingue del egoísmo vulgar porque el egoísmo noble dicta buscar lo que nos beneficia guiados por la razón, mientras que el vulgar se guía por sus pasiones e inclinaciones. Como las pasiones e inclinaciones no son instrumentos cognitivos, no identifican si algo es de provecho o perjudicial para uno y, entonces, las decisiones guiadas de este modo son ciegas y necias, perjudicando al agente y a los demás. Más que egoísmo, el vulgar, es estupidez porque no sirve a los intereses del agente para vivir bien.
El sistema político
Un sistema político derivado del egoísmo noble es una teoría ética social que reconoce que cada uno de los demás es un fin en si mismo y no un objeto para ser usado como medio para alcanzar los propios fines. Como el hombre, al usar su razón descubre que la cooperación social rinde frutos más fecundos que la acción aislada, decide egoístamente asociarse con otros también dispuestos a cooperar porque han descubierto que es lo que más les conviene. Adam Smith lo retrata en su libro Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, donde pone que el origen de la cooperación social está en el egoísmo:
«Pero el hombre necesita casi constantemente la ayuda de sus semejantes, y es inútil pensar que lo atenderían solamente por benevolencia. […] No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, la que nos lleva a procurarnos nuestra comida, sino el cuidado que prestan a sus intereses. Nosotros no nos dirigimos a su humanidad, sino a su egoísmo; y no les hablamos de nuestras necesidades, siempre de su provecho. […] La mayor parte de estas necesidades por el momento se satisfacen, como las de los otros hombres, por trato, por intercambio y por compra.»
La benevolencia
La benevolencia es una virtud derivada de la prudencia o racionalidad. De hecho, es la racionalidad aplicada a la convivencia en sociedad. El individuo que coopera ve en los demás a potenciales socios para intercambiar los bienes y servicios que ellos producen y que él requiere. Para poder iniciar los negocios debe ser amable y benevolente, es decir, social. Y también es importante para él el bienestar de los demás, de sus socios potenciales para que puedan producir e intercambiar. La prosperidad de los otros significa que tienen bienes o servicios que ofrecer para el intercambio.
Adam Smith toca este asunto en un libro anterior que lo hizo famoso, La teoría de los sentimientos morales, donde manifiesta lo siguiente:
«[…] La preocupación por nuestra propia felicidad nos recomienda la virtud de la prudencia; La preocupación por la de los demás, las virtudes de la justicia y la beneficencia, que en un caso nos impide que perjudiquemos y en el otro nos impulsa a promover dicha felicidad. Independientemente de cualquier consideración a lo que son, o a lo que deberían ser, o a lo que podrían ser bajo ciertas condiciones los sentimientos de los demás, la primera de esas virtudes nos es originalmente recomendada por nuestros afectos egoístas, y las otras dos por nuestros afectos benevolentes.»
El capitalismo es, pues, el sistema político benevolente fundamentado en la ética del egoísmo racional.
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