La izquierda y la derecha en una democracia
En nuestro discurso político hablamos de izquierda y derecha en términos simplistas. Pensamos que la izquierda política son las personas que tienen puntos de vista liberales, es decir, los que abogan por una mayor igualdad social y económica.
Por el contrario, pensamos en la derecha política como aquellos que tienen opiniones conservadoras y buscan preservar las condiciones existentes o limitar los cambios.
En el extremo izquierdo del espectro político encontramos a los socialistas y comunistas, y en el extremo derecho los puntos de vista nacionalistas más extremos, como el fascismo.
Históricamente, los términos políticos izquierda y derecha se originaron tras la Revolución Francesa, en relación con el asiento respecto al del presidente de la Asamblea Nacional. En la Asamblea, la nobleza y los líderes religiosos de alto rango se sentaban a la derecha del orador y los que tenían opiniones más favorables a la clase media se sentaban a la izquierda del orador.
Los términos “izquierda” y “derecha” no se utilizaban para referirse a la ideología política, sino solo al lugar donde se sentaban los legisladores.
No fue sino a principios del siglo XX cuando izquierda y derecha se asociaron a ideologías políticas concretas. Originalmente, los términos fueron utilizados como insultos a los oponentes.
Al contrario de lo que ocurre en la actualidad, los de la izquierda se autodenominaban “republicanos”, que en aquella época significaba estar a favor de la república frente a la monarquía. Los de la derecha solían llamarse a sí mismos “conservadores”.
En Estados Unidos, hemos adoptado la izquierda como denominación abreviada para el Partido Demócrata y derecha para el Partido Republicano. Sin embargo, ambos partidos, en diferente grado, aceptan que nuestra sociedad exalta al individuo y no al colectivo.
Una característica peculiar de la democracia es que es un sistema de gobierno que no considera lo bueno o lo malo de una posición política. Solo se tiene en cuenta el recuento de votos.
Cualquier decisión política, independientemente de sus méritos, es legítima si es deseada por la mayoría en una votación democrática. La democracia no cuestiona si una decisión es buena o mala, simplemente cuestiona si agrada a la mayoría. Así pues, es más factible hacerse del poder cuando se promete complacer a la mayoría de los votantes.
Sobre base de la generosidad percibida, la izquierda siempre tiene más posibilidades de ganar elecciones frente a una derecha cuya principal oferta política es la libertad. La libertad implica responsabilidades personales y conlleva desigualdades.
En consecuencia, la derecha, para tener alguna posibilidad de ganar, debe imitar a la izquierda en la oferta de generosidad. Las diferencias políticas acaban siendo más de grado que de especie.
Solo en la gobernanza democrática se toman decisiones mediante un mecanismo de votación. En otras actividades comunitarias humanas, nos basamos en la autoridad que surge de la competencia. En las familias, las empresas o el ejército, las decisiones no se toman por mayoría.
Es la competencia, no la mayoría, la que gobierna. Solo en la democracia se basan decisiones en cantidad y no en calidad.
Esto no es un ataque a la democracia. Como señalo a menudo en mis escritos, creo que los principios democráticos siguen siendo las mejores ideas que hemos descubierto para el autogobierno. Sin embargo, debemos entender el funcionamiento de la democracia.
Es decir, la gobernanza democrática, ya sea de izquierda o de derecha, siempre se verá arrastrada hacia un gobierno más grande e intervencionista que dará lugar a menor libertad individual.
Individualmente, no podemos rechazar un gobierno grande e intervencionista, porque no es posible rehusar los servicios del gobierno. Si rechazáramos, por ejemplo, las prestaciones de la seguridad social o de la educación, seguiríamos teniendo que pagar esos servicios a través de los impuestos.
Con el tiempo, nuestra dependencia de los servicios gubernamentales aumenta y renunciamos, sin darnos cuenta, a una mayor parte de nuestra libertad a cambio de servicios gubernamentales.
En Camino de servidumbre, Friedrich A. Hayek, galardonado con el Premio Nobel de Ciencias Económicas en 1974, nos recuerda que “quienes renuncian a las libertades esenciales para comprar un poco de seguridad temporal no merecen ni la libertad ni la seguridad”.
El último libro del José Azel es Sobre la libertad.
- 23 de julio, 2015
- 19 de diciembre, 2024
- 29 de febrero, 2016
Artículo de blog relacionados
Por Bhushan Bahree, en Nueva York y Russell Gold The Wall Street Journal...
10 de julio, 2006Quienes defendemos la economía de mercado por sobre el estatismo a menudo somos...
16 de noviembre, 2012- 24 de mayo, 2007
Siglo 21 La inmerecida muerte de Facundo Cabral es la gota que derramó...
13 de julio, 2011