Chile: La lección no aprendida del 11 de septiembre
Aunque la violencia que caracteriza la conmemoración del 11 de septiembre de cada año hace que, apenas pase ese día, mucha gente quiera pasar página, hay una lección que nos deja el quiebre de la democracia en 1973 que no debiéramos olvidar. La gran causa que nos llevó a la tragedia del golpe militar fue que un gobierno de minoría quiso imponer un programa de reformas fundacionales que la mayoría rechazaba. En la medida que la clase política entienda que las grandes reformas sólo se pueden hacer cuando hay un apoyo mayoritario a dicha reforma, no tendremos que pasar nunca más por el trauma de un quiebre de la democracia.
Aunque no hay otro momento de la historia nacional que atraiga tanto la atención de los estudiosos que el golpe militar de 1973, a menudo el foco de los estudios está en lo que ocurrió en dictadura -desde las reformas económicas neoliberales hasta las violaciones a los derechos humanos- y no en lo que llevó al quiebre de la democracia. Ya sea porque la izquierda prefiere evitar discutir sobre los errores que cometió o porque los que entonces fueron oposición prefieren centrarse en explicar lo que intentaron hacer para evitar la intervención militar que todos parecían ver venir, a menudo olvidamos centrarnos en lo que nos llevó por el camino que terminó con el golpe militar.
Es cierto que la época de la guerra fría fue de especial polarización y que, en América Latina, la disputa entre el modelo de democracia capitalista y el modelo de socialismo revolucionario que empujaba la Revolución Cubana llevaron a muchos a tomar posiciones demasiado radicales. Pero la radicalización y la polarización no tienen por qué terminar llevando al país al quiebre de la democracia. Es más, un cierto grado de polarización es saludable, especialmente en elecciones, cuando los votantes necesitan tener opciones diferentes para poder ejercer cabalmente su derecho a escoger cuál será el rumbo que tomará el país. El problema en 1973 no era que había opciones muy diferentes en las hojas de ruta que proponía la derecha, el centro y la izquierda. En una democracia sana, los distintos sectores políticos se diferencian en sus propuestas y sus prioridades.
El problema en 1973 fue que el gobierno de la Unidad Popular buscó avanzar su agenda de reformas radicales sin contar con el apoyo mayoritario del electorado. Después de que Allende llegara a la presidencia con una mayoría de los votos -igual que muchos de sus predecesores- el gobierno de la Unidad Popular comenzó a impulsar la vía chilena al socialismo sin contar con mayoría ni en el Congreso ni en la opinión pública. Después de las elecciones municipales de 1971, el gobierno alegó que la mayoría que consiguieron los partidos oficialistas en esa contienda representaba un espaldarazo electoral al programa de Allende. Pero cuando una mayoría de los chilenos votó en contra de la UP en marzo de 1973, el gobierno de Allende decidió ignorar la voz del electorado. Es cierto que la derecha y el PDC no alcanzaron a lograr los 2/3 que querían para sacar democráticamente del poder a Allende, pero una mayoría de las personas votó para que el país cambiara de rumbo. Cuando Allende y los partidos de la Unidad Popular no quisieron oír la voz del pueblo expresada en las urnas, de poco sirvieron los esfuerzos para el diálogo que impulsaban los más moderados. La crónica de una muerte de la democracia anunciada se produjo de forma tan dramática y dolorosa como muchos habían anticipado.
Si Allende hubiera aceptado que una mayoría del país estaba en desacuerdo con la dirección por la que iba el país y así lo expresó en las elecciones legislativas de marzo de 1973, un giro hacia la moderación podría haber evitado ese negro capítulo en la historia de la democracia nacional que acabamos de conmemorar el pasado miércoles 11 de septiembre.
Las lecciones para el Chile de hoy son evidentes. Las autoridades no deben desoír la voz de la gente expresada en las urnas. Después de ganar de forma inapelable la elección presidencial de diciembre de 2021, el Presidente Gabriel Boric comenzó a impulsar su ambiciosa agenda de transformaciones políticas. Pero con la derrota del proyecto de nueva Constitución en el plebiscito de septiembre de 2022, el mensaje de descontento popular con el rumbo por el que iba el país se escuchó fuerte y claro. Aunque a regañadientes, el gobierno escuchó la voz de la gente. El Presidente hizo un cambio de gabinete y abandonó algunas de sus reformas más radicales.
Dos años después, el gobierno de Boric parece comenzar a olvidarse de lo que votó la gente en septiembre de 2022. Afortunadamente, el 27 de octubre, el pueblo volverá a expresarse respecto al rumbo que lleva el país. Ya que el Presidente Boric nos recordó que todos debemos aprender lecciones de lo que nos llevó al quiebre de la democracia en 1973, será muy útil que el gobierno aprenda también la lección de que cuando la gente vota, debe escuchar el mensaje y corregir rumbo para demostrar que es capaz de escuchar y respetar la voluntad popular.
El autor es sociólogo, cientista político y académico UDP.
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