Algunas cuestiones disputadas del anarcocapitalismo (XCVI): sobre ‘La opción benedictina’ de Rod Dreher
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Alasdair MacIntyre al final de su más celebrado libro, Tras la virtud, reclama la necesidad de un nuevo San Benito para que los cristianos puedan afrontar los desafíos que la modernidad y sobre todo la posmodernidad tienen que afrontar los cristianos de hoy en día. La vieja Ciudad Católica, tan querida por tradicionalistas como Rubén Calderón Bouchet, que consiste en un orden social y político que refuerce a través de leyes e instituciones la visión cristiana del mundo, hace ya algunos años que ha dejado de existir.
El poder político y las costumbres sociales de hoy no sólo no corroboran los valores cristianos, sino que en buena medida se le oponen. Es muy difícil en los tiempos que corren cumplir sus principios sin ser confrontado de una forma u otra por poderes políticos que implantan por la fuerza los suyos o por una opinión pública que a veces los ve con agresividad otras tras con desprecio y las más de las veces veces indiferente. Vivir de forma cristiana requeriría de espacios propios en los que poder cultivar esos valores.
‘La opción benedictina’
Rod Dreher en su libro La opción benedictina, y también John Senior en su La restauración de la cultura cristiana afrontan el reto e intentan ofrecernos soluciones para poder vivir de forma coherente en un mundo poscristiano. Pero, como analizaremos a continuación, sus propuestas también pueden inspirar a quienes estuviesen inspirados a construir una hipotética sociedad sin estado. Pues bien adaptadas podrían servir también para una hipotética comunidad inspirada en los valores del anarcocapitalismo, sean estos o no cristianos.
Aunque, de serlo, su adaptación sería, en mi opinión mucho más fácil. El motivo es que compartirían al compartir valores morales comunes ya de inicio muy compatibles con este ideario. Incido en el aspecto de la comunidad, pues sin entrar en discutir en profundidad el comunitarismo filosófico que impregna a estos autores, creo que la configuración inicial de una sociedad de estas características requiere de cierto compromiso con la causa y de un conocimiento previo, algo más que superficial, de los valores que lo impregnan, para que los pioneros superen las dificultades, que serían muchas. Las soluciones propuestas por Dreher serían esencialmente dos, que no son incompatibles entre sí, aunque podrían funcionar de forma autónoma dependiendo de las circunstancias.
La creación de comunidades cristianas apartadas del mundo
La primera es la creación de comunidades cristinas apartadas del mundo en las que vivir voluntariamente de acuerdo con los principios cristianos. Dreher no lo afirma explícitamente pero cabe deducir que serían comunidades privadas, esto es partiendo de un territorio comprado o cedido configurar una sociedad regida por normas libremente aceptadas por sus habitantes, en este caso inspiradas en los valores cristianos.
El modelo es el de las comunidades monásticas organizadas por San Benito de Nursia en el siglo V en plana descomposición del Imperio Romano. San Benito, para poder llevar a la plenitud sus principios, decidió crear comunidades de frailes, masculinas y femeninas, regidas por una regla que deberían aceptar los que en ellas quisiesen vivir. Establecía esta cierto compromiso con la orden en el sentido de aceptar la autoridad (no el poder) de abades y abadesas, la división del tiempo entre trabajo y oración y liturgias en común a las horas marcadas.
Normas que superan a las romanas, y las desplazan
Se establecieron en tierras cedidas por nobles, heredadas o compradas y que incluían además de los edificios para el culto y la vida común, tierras de trabajo en las que podían obtener bienes para la vida material o incluso para el intercambio con aldeas y ciudades vecinas. No me resisto a recordar, como lo hace Rodney Stark en su libro sobre el triunfo de occidente (How the west won, no traducido al castellano) que de estas comunidades surgieron los primeros gérmenes del moderno capitalismo industrial, al organizarse estos de forma adecuada para la producción a escala y con la aparición de gerentes profesionales, cálculo económico e incipientes sistemas de crédito.
La consecuencia fue que al final, con el paso de los siglos, fueron los valores impulsados por el monacato los que acabaron impoiniendose en la vida social. Y los que desaparecieron fueron las modas y formas de vida propias del fin de la civilización romana. Dreher se ha inspirado en las nuevas comunidades monacales, como la de Nursia, que han atraído a muchos jóvenes, desencantados del mundo moderno, a comunidades religiosas organizadas. Y propone la creación de comunidades de este tipo para por lo menos mantener en algún lugar los viejos valores.
Comunidades en barrios convencionales
Una variante de esta propuesta es crear comunidades en ciudades y barrios convencionales, pero próximos a algún templo. La proximidad física es esencial, para que sirva de tal forma que sus valores pueden ser vividos en comunidades densas, no apartadas de todo del mundo, pero que tampoco estén inmersas del todo en él. También creación de escuelas con valores acordes al cristianismo. Pero sobre todo el hecho de desenvolver de forma continuada (la permanencia y fidelidad al proyecto es también clave) muchos aspectos de la vida cotidiana en una comunidad que respalde y refuerce los principios contribuye a su viabilidad. Principios que pueden ser un refugio en un mundo despiadado para los que quieren vivir su fe de forma coherente.
Como vemos, muchos de estos principios pueden ser perfectamente válidos para una comunidad sin estado, sea del tipo que sea. Recordemos que para los defensores de la opción de vida benedictina, el estado ya no es un aliado sino uno de los principales enemigos de su forma de vida. Se trataría de no confrontar directamente las normas estatales, sino de vivir en los intersticios del sistema, al margen de las mismas. Vivir aprovechando los restos de propiedad privada que el actual sistema estatal aún permite. De funcionar como los antiguos monasterios, bien podrían convertirse en un punto focal que sirva de inspiración al resto de la sociedad, por lo menos a los más descontentos con ella.
Segunda opción: una sociedad en paralelo
La segunda opción es más ambiciosa. Dreher muestra la posibilidad de crear una sociedad en paralelo a la mayoritaria, que comparta los valores cristianos. Esto es, no adopta necesariamente la forma de una comunidad cerrada, sino de una red más o menos organizada de relaciones en las que se puedan compartir principios, y compartir experiencias. Una vez más el modelo son los primeros cristianos en los tiempos en los que el cristianismo no sólo no gozaba de consideración oficial alguna sino que eran perseguidos de forma generalizada en el territorio del imperio romano, como en los tiempos de Galerio y Diocleciano.
Dreher encuentra en aquellos tiempos un modelo de organización, en el que los primitivos cristianos contaban con lugares donde ocultarse y practicar el culto: las famosas catacumbas. De ellas, los jóvenes libertarios de los tiempos actuales parece que no han oido hablar nunca (el desconocimiento de la cultura religiosa entre los jóvenes de hoy es a veces abrumador). También creaban redes comerciales y lugares de culto bien conectados entre sí. De tal forma que aún viviendo al margen de la sociedad oficial, los cristianos de la época contaban con una red de apoyo.
Vivimos el siglo católico
El diseño original de la Iglesia clandestina se ha revelado muy útil en tiempos de persecución, que fueron varias a lo largo de la historia. En ellos, los cristianos recuperaron las viejas estructuras y fueron capaces no sólo de sobrevivir sino también de mantener de una forma u otra el culto y la organización. Lograron volver a florecer después de pasados los momentos de tribulación. Recordemos que los primeros cristianos tuvieron que vivir en ambientes en los que la moral social, con su esclavitud o espectáculos sangrientos de gladiadores por poner un par de ejemplos, eran no sólo muy diferentes a los cristianos sino radicalmente opuestos. No sólo el estado les era adverso sino también buena parte de la sociedad civil, que gustaba de sus juegos en el anfiteatro de sus bacanales. Y veían mal que se les quitasen sus diversiones tradicionales.
La Iglesia, de hecho, es una organización pensada desde sus orígenes para vivir al margen del estado. Una lectura al libro de Manlio Graziano, El siglo católico, nos muestra cómo a pesar de la opinión común, que piensa que lo que pasa en Occidente se da también en le resto del mundo, el número de católicos, y de cristianos, en general, no ha dejado de aumentar en el mundo en los últimos decenios. Su descenso se circunscribe a Europa occidental y en menor proporción a los Estados Unidos.
Protección del Estado, y muerte
Los católicos aumentan especialmente en países asiáticos y africanos donde la religión católica no tiene una especial consideración por parte de los estados. Funciona mejor donde opera al margen del estado que donde tiene o tuvo algún tipo de reconocimiento oficial. Parece que su espíritu evangélico se despierta cuando tiene que competir en un terreno no propicio, o incluso hostil. El caso de la Iglesia en la Polonia comunista es otro buen ejemplo de creación de una red social de apoyo en entornos adversos. Allí la Iglesia mantuvo su influencia. Llegó incluso a ser capaz de crear sindicatos o organizaciones clandestinas que desafiaron al poder estatal. Donde languidece es en entornos como el nuestro, donde la Iglesia acostumbrada a la protección, tácita o explícita del poder, y donde muchos de sus valores se convirtieron en la base de la legislación, no es capaz de adaptarse a vivir sin ella.
Esta forma de organización al margen del poder podría inspirar nuevas formas sociales, para los cristianos de hoy, pero también para los que buscan nuevas formas de organización económica, religiosa o cultural como pueden ser grupos libertarios. También comunistas o utopistas que deseen practicar de forma pacífica sus creencias. No necesariamente contra el estado sino en buena medida al margen de él. Rod Dreher es un paleoconservador. Escribe habitualmente en The American Conservative. No es excesivamente partidario del anarcocapitalismo, pero quizás sin saberlo ha escrito un magnífico libro lleno de ideas para la construcción de una nueva sociedad.
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