Váyanse, por favor
Es un reclamo directo y sin dar rodeos: “Se lo suplico, váyanse”. Lo enuncia el sacerdote cubano Alberto Reyes, párroco en una localidad de la provincia de Camagüey, y se dirige a la cúpula del régimen castrista. En cualquier democracia del mundo una petición de esta naturaleza forma parte del debate nacional que aparece en los medios y en los diversos estamentos de la sociedad. Allá donde hay elecciones libres, los gobiernos están sujetos a las críticas y cuando fallan se les exigen responsabilidades en las urnas y también desde las tribunas públicas.
Como es de todos sabido, desde hace más de 65 años los cubanos viven sometidos a una dictadura que impusieron los hermanos Fidel y Raúl Castro y que se ha perpetuado bajo el continuismo de un heredero nombrado a dedo, Miguel Díaz-Canel. Una de las primeras medidas del gobierno fue sofocar la libertad de expresión; sin embargo, a lo largo de los años ha habido clérigos (el padre José Conrado y el arzobispo Pedro Meurice entre otros) que han reivindicado el derecho a una vida mejor, lo cual pasa por un cambio que facilite la vía hacia un modelo democrático. La visita a la isla en 1998 del Papa Juan Pablo II representó un momento de esperanza para el pueblo que la jerarquía eclesiástica cubana procuró alentar en la medida de sus posibilidades. Incluso en el periodo de deshielo con Estados Unidos, que se produjo durante la administración de Barack Obama, la Iglesia Católica jugó un papel preponderante, alentada por la posibilidad de que el impulso de la iniciativa privada en Cuba podría generar una apertura necesaria en un país donde la miseria es endémica como consecuencia de las fracasadas políticas estatistas. Las buenas intenciones de Obama no fueron suficientes para propiciar la transición, algo que la propia Iglesia admite, aunque gracias a aquel esfuerzo se impulsó un mayor acceso a Internet y, a pesar de las limitaciones, hoy en día hay más cubanos que sobreviven con pequeños negocios que gestionan desde sus hogares.
El párroco Alberto Reyes divulga sus sermones en las redes sociales y son muchos los que dentro y fuera de la isla siguen en Facebook los mensajes que le trasmite a un gobierno cuya seña de identidad es el totalitarismo. Su más reciente reflexión conmina a los dirigentes del país a que, de una vez, se vayan, pero no por un tiempo, sino que desaparezcan de las vidas de los cubanos: “por favor, váyanse, tomen todo lo que quieran y abandonen este país para siempre”. El sacerdote enumera las razones por las que urge que los responsables de la debacle nacional acaben de soltar las riendas: por los apagones diarios, por el hambre que sufre la población, por la escasez de medicamentos, por las condiciones ruinosas de los hospitales, por el deterioro del sistema educativo, por la falta de combustible, por la precariedad de los ancianos en un país donde su juventud huye en estampida porque es una nación en fuga. Y así hasta casi el infinito. Alberto Reyes toca la llaga de la herida nacional al expresarles a los cancerberos de la isla: “No tienen proyecto de nación”.
El sacerdote Alberto Reyes, como buena parte de la Iglesia en Cuba, desea una transición pacífica y sin revanchismos que se salten las reglas de un Estado de derecho cuando llegue el día. Por eso, les pide a los responsables de la dictadura que no continúen tensando una cuerda que puede romperse de un momento a otro y provocar la “furia” del pueblo. Su oferta es magnánima: “váyanse, tomen todo lo que quieran y abandonen este país para siempre”. A fin de cuentas, ya expoliaron la nación. Ya arrasaron con todo. Ya les arrebataron a los cubanos el más preciado de los tesoros: el derecho a una vida digna y libre. Sus palabras finales son rotundas: “Vivan donde quieran y puedan hacerlo, para que nosotros también podamos vivir”. El mundo está lleno de déspotas que huyen con sus fortunas. Basta recordar la espantada de Fulgencio Batista en 1959, llevándose maletas con dinero en efectivo antes de entregarles el país a los que hoy un humilde párroco que se enfrenta a represalias les suplica: “Váyanse, por favor”.
Alberto Reyes considera que la suya es “una voz en el desierto”. En realidad, su voz es la que se escucha más alto y claro en un desierto por el que vagan millones de cubanos que en susurros anhelan un cambio, fatigados por tanta pobreza, represión y desesperanza. No es casualidad que en los últimos dos años más de 850.000 personas (cerca del 18% de la población) han abandonado la isla. Es una cifra escalofriante que ilustra la dimensión del inabarcable fracaso del castrismo. Si tuvieran un mínimo de decoro, ya habrían hecho las maletas rumbo al exilio blindado del que disfrutan tantos déspotas de un signo u otro. El sacerdote camagüeyano es más claro que el agua de manantial: “Váyanse”. Sería el comienzo de una reconstrucción nacional costosa pero posible. .
©FIRMAS PRESS
- 23 de julio, 2015
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