El derecho a no emigrar de los venezolanos
En el reciente IX Diálogo Presidencial del Grupo IDEA – Iniciativa Democrática de España y las Américas: núcleo de pensamiento integrado por exjefes de Estado y de Gobierno– quisimos tener como propósito intelectual debatir un tema sensible, a la orden del día en la nación que nos acogió, Estados Unidos, y en vísperas de sus elecciones. El gobierno de Ucrania manifestó su vivo interés al respecto, pues se trata de las víctimas que, sin voz ni destino cierto formamos legiones de trashumantes, desheredados afectados por las guerras de agresión, la violencia de Estado, la opresión de los gobernantes, y la ausencia de alternativas para realizar proyectos de vida en nuestros países de origen. Los venezolanos ya frisamos ocho millones de migrantes. Despojados de todo derecho a la dignidad humana, se lo demandamos a las naciones que nos acogen, olvidando no pocas veces reclamarlo activamente ante la satrapía que mantiene a la nuestra bajo secuestro.
Las migraciones y las murallas, como la muralla de los chinos o el limen de los romanos, son cuestiones que vienen desde tiempos inmemoriales. El expresidente uruguayo, Julio María Sanguinetti recordaba, recientemente, que en las Américas no hay pueblos originarios como se dice y repite. Llegaron desde Corea por Alaska nuestros indígenas. A las migraciones se las distorsiona y politiza en el ahora, para condenar las del pasado reescribiendo sus historias, mientras se exacerban a las actuales por quienes, empeñados en la deconstrucción de nuestras culturas nos segmentan. Nos inoculan el virus del adanismo, volviéndonos amnésicos. Restablecen la guerra de todos contra todos, el Homo hominis lupus, a fin de facilitar y justificar el imperio de las dictaduras del siglo XXI, incluida la gobernanza digital. La América hispana es el laboratorio.
Una pertinente sugerencia de los expresidentes a raíz de las elecciones del pasado 28 de julio, cuando se impide la observación internacional del Grupo IDEA y los venezolanos sobrepasamos al andamiaje corrompido de Nicolás Maduro Moros y le derrotamos, impuso una enmienda en la agenda, titulada así Migraciones y democracia de ciudadanos. Mas asegurada con actas en mano la genuina voluntad popular expresada, necesita ella de ser reconocida e impuesta. Y ello puede significar, nada menos, nada más que la reversión del fenómeno de la migración venezolana, contrario a nuestra identidad raizal.
En democracia no se eligen dictaduras
Se le irrogó un típico golpe de Estado a la soberanía popular en Venezuela, lo ha precisado el expresidente Andrés Pastrana. Fueron desmontados todos los elementos esenciales y componentes fundamentales de la democracia. No uno, sino todos. Ha llegado a su fin la simulación dentro del sistema y como Estado del colegiado militarista-madurista, en su alianza necesaria con el crimen transnacional organizado. Se han cargado las reglas de humanidad y hasta las leyes universales de la decencia humana.
En mis palabras ante el Consejo Permanente de la OEA el pasado 11 de septiembre, durante la celebración aniversaria de la Carta Democrática Interamericana, afirma que no se eligen, en una democracia verdadera, a las dictaduras. Y, en lo concreto, que, mediante una colusión de poderes y el imperio de la mentira constitucional, por defecto de rendición de cuentas públicas sobre el hecho electoral, el colegiado de la tiranía abrogó los principios de acceso al poder y su ejercicio conforme al Estado de Derecho, al igual que la separación e independencia de los poderes públicos. Puso de lado el respeto y garantía de los derechos humanos mediante el ejercicio del terrorismo de Estado —lo ha constatado la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Y mediando la prostitución del derecho de asilo, forzó el exilio del presidente electo, Edmundo González Urrutia y el pase a la clandestinidad de María Corina Machado.
Tras la amenaza de un baño de sangre, en fin, quedo hecho añicos el principio del pluralismo y la existencia de los partidos; tanto que, sin mediar un expediente o una sentencia penal definitiva, se inhabilitó a Machado como candidata, siendo la líder fundamental de las fuerzas democráticas. Venezuela es un campo de concentración.
¿Qué hacer, a todas estas?
La superación de la mentira y los mesianismos
Los paneles que moderaron los expresidentes Pastrana y el alcalde David Smolansky Urosa en ausencia de doña Laura Chinchilla, a la que enviamos nuestra sentida palabra de aliento y de solidaridad por el delicado estado de su padre, arrojaron luces sobre lo vertebral: Venezuela, bajo el crimen organizado y su 28 de julio, y el fenómeno de las migraciones, las resilientes y las socialmente desestabilizadoras, fueron los argumentos. ¿Pero cuál es el contexto que nos contiene y los desafíos que le plantea a la presente y futuras generaciones de España y las Américas?
El Diálogo que nos ocupó hubo lugar dentro de un contexto global amenazante. Se desarrollan guerras de agresión contra Ucrania e Israel en las puertas que unen y separan al Occidente de las leyes del Oriente de las luces. Entretanto los Estados parte de la ONU piensan en el futuro y se confiesan incapaces de sortear el presente. Y los de Europa y las Américas le reclaman a Maduro Moros que les muestre, desde su república imaginaria, las actas de la falsa elección que se adjudica; como si este pudiese tener o le quedase a este alguna sensibilidad o consideración por el Estado constitucional de Derecho, así sea el de facto, inventado por los juristas del Cono Sur.
De modo que, lo primero y eso dije ante la nutrida audiencia que nos acompañaba en el Wolfson Campus del Miami Dade College, es superar el síndrome de la mentira. De esta se nutren los odios y enconos que nos retienen como trampa en la trinchera, golpeándonos con los árboles, sin capacidad para imaginarnos el bosque, diría Ortega y Gasset.
La mentira, tal como operó bajo el fascismo del siglo XX, haciendo imperar “al gobierno de la indisciplina autoritaria, de la legalidad adulterada, de la ilegalidad legalizada y del fraude constitucional”, es, otra vez y sensiblemente, la columna contemporánea de ejercicio del poder y para su prórroga sin límites. Y las verdades al detal, instantáneas, que tomamos en préstamo, como las que nos dispensa la Inteligencia Artificial o nos llegan sesgadas por meramente lógicas, agrupadas y ordenadas por los algoritmos, son ajenas a la razón pura y a la práctica. En nada contribuyen a la perfectibilidad de lo humano.
Le di gracias desde la distancia a Pedro Gómez de la Serna por recordarnos, desde su columna reciente, que “todos pensamos desde nuestra propia experiencia; pero una cosa es eso y otra distinta abrazarse indecorosamente a la mentira, que es el desprecio al otro y cuando ese desprecio se convierte en el Élan [o impulso] vital de lo político, la democracia —un régimen de opinión basado en la confianza— no puede subsistir”.
Como forma de falsedad, la mentira ha hecho mermar a la democracia y la ha reducido al teatro de lo electoral, enterrándosela como forma de vida y estado del espíritu a partir de 1989. Hace pocos días, no más, mientras el Consejo de Derechos Humanos de la ONU le renovaba su mandato a la Misión Independiente que investiga los crímenes de lesa humanidad ejecutados por Maduro Moros y su cadena de mando, nos recomendaba a los venezolanos que pasemos la página; que nos preparemos para otro diálogo con nuestros victimarios y así poder celebrar las elecciones de gobernadores y de alcaldes pendientes. Que nos olvidemos del golpe de Estado y el atropello irrogado a la soberanía popular tras el 28J, cuando se le dijo basta a la simulación desde el poder y en el campo de la política partidaria.
Esperemos, entonces, que no sea cierta la conseja a cuyo tenor se alienta esa desviación, políticamente amoral, desde Estados Unidos. Pues hemos llegado hasta los límites que nos separan del abismo, y uso al efecto la expresión con la que Antonio Guterres, secretario de la ONU, ha descrito al estadio del multilateralismo contemporáneo, nacido sobre los escombros de la Segunda Gran Guerra del siglo XX.
En mi anterior libro sobre Calidad de la Democracia y Expansión de los Derechos Humanos (2017), con presentación de la expresidenta Chinchilla, demuestro, justamente, que habiéndose celebrado más elecciones que en el siglo XX en esa misma proporción se las ha banalizado y ha decrecido la democracia en el siglo XXI. Los derechos humanos sufren de inflación, medran desnaturalizados, dentro de un cuadro de impunidad y ausencia total de tutela efectiva. Las denuncias, en sede internacional, para sus trámites, consumen décadas, denegándose o retardándose la justicia a las víctimas.
El otro desafío que sigue al anterior, a la superación de la mentira, es purgarnos los venezolanos contra los mesianismos, los propios y los ajenos.
Los Estados y sus gobiernos, en Occidente, se han vuelto cascarones y franquicias. Son incapaces de resolver por sí solos los problemas agonales que les plantean el siglo XXI y las consecuencias de las grandes revoluciones tecnológicas, como la pandemia de 2019. Lo mismo ocurre con sus organizaciones multilaterales forjadas a lo largo de la modernidad, cuyo talante adquieren en 1945 al establecerse un orden en el que la dignidad de la persona humana podría realizarse y del que al cabo aún depende la paz y la seguridad internacionales.
Estas y aquellos medran y viven hoy en el sopor, aletargados, secuestrados por gobiernos no democráticos que estiman de irrelevante la convivencia civilizada. Las raíces de las naciones que han soportado a los Estados y sus repúblicas están siendo fracturadas, deliberada y sistemáticamente por quienes sustituyeron El Capital de Marx con el catecismo de Antonio Gramsci. Se apalancan sobre el efecto diluyente de las redes digitales. ¡Y es que todos a uno —amnésicos ante el Holocausto— dejaron de conjugar pro homine et libertatis, léase, en favor de la democracia a secas, para volver a la nada, al culto del Leviatán en su hora de agonía!
Lo grave es que en el documento que habrían aprobado por consenso y en ausencia todos los jefes de Estado el pasado 22 de septiembre —rechazado por el gobernante argentino, adoptado a instancias de Guterres y con el mazazo del presidente de La Cumbre del Futuro para poner a tono a la ONU como la organización global que aspira ser; a pesar de que minutos antes hubo una diatriba entre África y Rusia con abstenciones y sin apoyos totales, viéndose obligado el secretario general a tener a mano tres discursos distintos, a la democracia apenas se la menciona en 5 oportunidades. Se lo hace para señalar la característica esperada del Consejo de Seguridad. En pocas palabras, los gobernantes, en su mayoría dictadores o déspotas primitivos y hasta criminales, reclaman democracia para ellos, no para sus pueblos.
El Pacto para el Futuro quiere instituciones “más representativas del mundo actual”, afirma el secretario Guterres. Pero aclara que “no tenemos una respuesta global efectiva a las amenazas emergentes, complejas e incluso existenciales” y que las nuevas tecnologías como la IA “se están desarrollando en un vacío moral”. Confiesa que se ha deteriorado la autoridad de la ONU.
Por consiguiente, en un mundo al que se lo tragan las guerras, el terrorismo, los gobiernos dedicados al narcotráfico, el desprecio a la soberanía popular, o la impunidad procaz de los crímenes de lesa humanidad ante la abulia de la Corte de La Haya —volvamos a la Venezuela de Maduro— para el Alto funcionario de Naciones Unidas, lo relevante es debatir sobre “misoginia” ante el cementerio de víctimas que anega a su planeta verde. Por lo que me pregunto: ¿dónde quedan las jóvenes violadas en Mérida, Venezuela, a raíz del 28 de julio y los dictados de una ecología humana?
José Rodríguez Iturbe, filósofo venezolano y doctor in utroque de la Universidad de Navarra, autor de El sueño de la razón (2024), desde sus páginas aborda el severo quiebre antropológico que no hemos entendido ni atendido los actores políticos del presente: “Con el hombre prometeico, la modernidad se propuso expulsar a Dios —lo hizo Nietzsche— de la existencia humana”, afirma. Más allá de lo confesional, señala que se está proscribiendo todo límite al comportamiento humano. “La posmodernidad, con su escepticismo y nihilismo, se propuso someter lo humano a un proceso de despersonalización” y “ello ha producido el vacío de la razón moral y el empobrecimiento de la razón política hasta los linderos de la indigencia”, son sus palabras.
El espíritu del 28 de julio y la Vuelta a la Patria
La buena noticia, tras lo anterior y así concluyo, es la ingente tarea que nos espera a los venezolanos. Será la obra del esfuerzo propio, del espíritu del 28 de julio.
María Corina Machado, que ha sabido encarnar el dolor del ostracismo, el que padecemos los de afuera y el que sufren los de adentro medrando bajo secuestro, el de nuestras familias y el de nuestros afectos, enhorabuena y como desafío a la historia venezolana de dictaduras y dictablandas, de gendarmes innecesarios y de satrapías y despotismos iletrados, ha dado en la clave de nuestra crisis. Nos ayuda a resolverla, a riesgo de su propia vida. Le deja ejemplaridad a una región en la que se agota la democracia y se expulsan a sus hijos a nombre de los derechos y proscribiéndose a la libertad y al Estado de Derecho.
Decía Mariano Picón Salas, en su Comprensión de Venezuela, a quien rindo tributo en mi libro Venezuela, en la antesala de la historia (2024), que, tras cada sufrimiento padecido, en horas de prueba y desaliento los venezolanos volvíamos al pasado épico. Invocábamos al Padre de la Patria, como numen protector.
Nos veía don Mariano como un “caliente amasijo de jefes”, en un país descuadernado. Mas ¡oh sorpresa! Salvo los cortesanos de Palacio, políticos y empresarios alacranes, el común de nosotros, tras el 28 de julio hemos dejado atrás el oprobio y la destrucción que nos hizo víctimas. Estamos asumiendo el porvenir con ánimo renovado, fundado en el optimismo de la voluntad. Y el único programa de gobierno y de unidad por el que luchamos y estamos dispuestos a escuchar es el de la vuelta a la patria; reivindicar el derecho a no emigrar y el valor supremo de nuestro gentilicio.
Si la brega de la nación tuviese como límite intelectual el 10 de enero de 2025 y una toma de posesión, la de Edmundo González Urrutia, por la que al cabo habremos de trabajar solos y como siempre, acompañados por el “mundo indiferente” del que nos habla Juan Antonio Pérez Bonalde, perderíamos otra vez el rumbo. Venezuela se nos alejaría más allá del tiempo, y el tiempo enterraría nuestra aspiración de regreso.
Pérez Bonalde, políglota y polígrafo venezolano, liberal y civilista, desterrado por la Guerra Federal y el despotismo ilustrado en el siglo XIX, desde la distancia recibió la noticia del fallecimiento de su madre. Sobrevivía, como nosotros, trabajando en un expendio de perfumes, aquí, en Estados Unidos. En 1876, con su Vuelta a la Patria nos dejó una oración que hemos de repetir y ha de acompañarnos “hasta el final”:
“Madre, aquí estoy; de mi destierro vengo / a darte con el alma el mudo abrazo / que no te pude dar en tu agonía; / … / Madre, aquí estoy; en alas del destino / me alejé de tu lado una mañana / en pos de la fortuna / que para ti soñé desde la cuna; / mas, ¡oh suerte inhumana, / hoy vuelvo, fatigado peregrino, / y sólo traigo que ofrecerte pueda / esta flor amarilla del camino / y este resto de llanto que me queda”.
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