La teoría de las visiones
Uno de los asuntos que más tiempo ha estudiado Sowell durante sus años de estancia en la Hoover Institution son las visiones. Comenzó un breve acercamiento a las mismas en su Knowledge and Decisions (posiblemente su libro de teoría económica más importante) para pasar a escribir una trilogía dedicada enteramente al tema, compuesta por Conflicto de visiones[1], The Quest for Cosmic Justice y The Vision of the Anointed.
Una visión es la percepción de cómo funciona el mundo. El brujo de una tribu, Newton y Einstein tenían diferentes visiones sobre dicho funcionamiento. Una visión es un mapa que nos permite orientarnos en la realidad que necesitamos para poder aprehenderla, pues ésta es demasiado compleja para poder abarcarla con una sola mente. Son imprescindibles, pero encierran el riesgo de ser confundidas con la realidad, un peligro especialmente importante cuando de visiones sobre el hombre y la sociedad se trata, pues en estos casos la experimentación nunca es del todo concluyente y cualquiera puede encerrarse en su visión con cierta facilidad.
Las teorías se construyen bajo el caparazón de estas visiones, y aunque los hechos puedan derrumbarlas, nunca pueden destruir las visiones. Al fin y al cabo, éstas no suelen ser formuladas explícitamente, sino que se esconden bajo lo que solemos denominar «la forma de pensar». Solemos ser coherentes con las visiones, aunque pueda suceder que en aquellos campos que conocemos más a fondo nos guiemos por una visión distinta a la que nos ilumina en el resto de las cuestiones.
Existen dos visiones distintas que marcan las diferentes teorías sociales, que tienen su base en la distinta percepción de la naturaleza y potencialidad humanas. En su concienzudo e imparcial análisis contenido en Conflicto de visiones, Sowell las denomina, quizá demasiado académicamente, visión restringida y visión no restringida, por razones que veremos en breve. Siguiendo a Steve Pinker[2], las llamaremos también visión trágica y utópica, términos más descriptivos y sencillos.
La visión trágica
La idea que tiene esta visión de la naturaleza del hombre se resume en una cita de Adam Smith: si mañana fuera a perder su dedo meñique no podría dormir por la noche pero, siempre que nunca los haya visto, roncaría con la más profunda seguridad sobre la ruina de cien millones de sus hermanos. Smith, al asegurar esto, no se lamenta ni pretende condenar ni modificar esta conducta. Simplemente toma nota de ella como restricción del ser humano y procura sacar lo mejor de él sabiendo de esta restricción.
No obstante, la sociedad no funcionaría si cada persona actuara siguiendo esa premisa. Pero las personas, debido a factores como los principios morales, el honor o la nobleza, no suelen actuar de forma tan egoísta. Estos artificios culturales son la forma más eficiente de hacer el trabajo moral. No se busca convertir al hombre en algo perfecto, sino que se procura estimular ciertos incentivos que mejoren su comportamiento al menor coste posible. De aquí se deriva la denominación de esta visión: tiene una idea restringida de la naturaleza del hombre.
El conocimiento individual es esencialmente insuficiente para tomar decisiones sociales. Si la deficiencia del conocimiento individual suele hacerse notar en los problemas individuales, mucho más lo hará en relación con los complejos fenómenos de la sociedad. El progreso sólo es posible gracias a una infinidad de acuerdos sociales que trasmiten y coordinan el conocimiento de muchísimos individuos, de esta generación y de las pasadas. El conocimiento es, sobre todo, experiencia, que aunque no disponga de una articulación explícita sólo debe ser puesto en duda con suma prudencia. La coordinación a través de procesos predefinidos por el conocimiento de muchos es considerada superior a la sabiduría especial de los pocos. De ahí el escepticismo con el que hay que tomar el papel de los intelectuales, cuyo conocimiento adicional con respecto al hombre común palidece en comparación con el conocimiento total.
De forma consistente, se desconfía de los procesos sociales diseñados con deliberación, por no creer a ningún conjunto de dirigentes capaz de llevarlos a cabo. Apela en cambio a procesos surgidos de la evolución histórica, gracias a la aportación de las mentes de muchos hombres y curtidos por el ensayo y error. El mejor ejemplo de este tipo de procesos es el lenguaje. No es que no se puedan crear lenguajes, sino que son más eficaces aquellos que resultan producto de la evolución.
También reciben los parabienes de esta visión los compromisos intertemporales como la gratitud, la lealtad, el matrimonio o la sujeción legal a los principios constitucionales y los precedentes. Dado que el conocimiento de un individuo es siempre limitado, el aprendizaje que haga con el tiempo también lo será, por lo que los beneficios individuales que pueda tener romper estos compromisos palidecen ante los beneficios – especialmente estabilidad y cohesión– que para la sociedad ofrece el mantenerlos.
Considera esta visión, por último, que libertad y justicia son características de proceso y no de resultado. La libertad sería ausencia de coerción la libertad respecto al poder arbitrario de otros hombres. Por otro lado, si una carrera se celebra en condiciones justas, el resultado lo es también, aunque siempre gane el mismo.
La visión utópica
Para esta visión, la comprensión y la disposición del hombre son capaces de crear intencionadamente beneficios sociales. El hombre es capaz de sentir las necesidades ajenas como más importantes que las propias y actuar con imparcialidad en todo momento. El egoísmo de los individuos sería consecuencia del mismo sistema de incentivos, premios y castigos que la visión trágica considera imprescindible para reducirlo, pues lleva a las personas a hacer las cosas por razones egoístas y no porque sean lo correcto. De modo que dicho sistema debe ser eliminado porque, aunque hacerlo pueda tener consecuencias perniciosas en el corto plazo, a la larga eliminarán los frenos al perfeccionamiento del hombre.
Y es que en el hombre, lo real es muy distinto de lo potencial. Es imposible negar los límites del hombre contemporáneo, pero cada individuo es perfectible y puede mejorar continuamente, de forma básicamente ilimitada. De ahí que esta visión se la denomine como no restringida: la capacidad humana no tiene límites. La conclusión a la que lleva esa doble premisa sobre el hombre real y potencial es que hay algo en la sociedad que impide ese tránsito. Stuart Mill, por ejemplo, indicó que los únicos obstáculos reales para alcanzar la felicidad general eran la deplorable educación y organización social.
Así pues, dada la amplia diferencia que desde esta visión se observa entre distintas personas, según hayan explotado su potencial o no, la fuerza de la razón de aquellas mentes cultivadas que más camino han recorrido en ese tránsito hacia la perfección es la adecuada para moldear los procesos sociales. La experiencia, la sabiduría colectiva proceso de la evolución, no tienen valor por sí mismas si no pueden expresarse racionalmente. Aquellos que, gracias a la razón, ya han captado las posibilidades con que cuentan las sociedad –es decir, los intelectuales–, son los adecuados para dirigir el mundo, ya sea directamente o a través de otros que lleven a cabo sus ideas.
Dado que no estiman cierto que la mente sea incapaz de diseñar planes sociales adecuados, la ingeniería social es el modo más adecuado de llevar a cabo los fines deseados, en lugar de tortuosos mecanismos de incentivos y de ensayo y error. Existen soluciones a los problemas de la sociedad, a menudo obvias, aunque no sean fáciles de llevar a cabo debido a la oposición de quienes se aprovechan del status quo.
Puesto que el conocimiento aumenta enormemente a lo largo del tiempo, es necesaria una gran flexibilidad en los compromisos tomados en condiciones de conocimiento menor. Es más, dichos compromisos son una suerte de traición a la razón, pues nos llevan a comportarnos de una forma distinta a como lo haríamos basándonos exclusivamente en ella, con rigor e imparcialidad.
Por último, de forma congruente, si el hombre no está restringido, la libertad y la justicia se miden como resultados. La libertad es el poder efectivo de hacer cosas específicas. Dicho de otra manera: aunque nadie nos impida lograr algo, si carecemos de los medios necesarios para conseguirlo no somos realmente libres. La justicia también consiste en obtener unos resultados verdaderamente justos, sin importar el proceso, por lo que las ayudas a quienes parten de peor situación son justas.
Visiones híbridas
Aunque Sowell divida en dos las visiones, eso no significa que éstas queden así reducidas. Son ambas dos extremos dentro de los cuales nos movemos. De hecho, hay algunas visiones muy populares que son una mezcla de ambas. Una de ellas es el marxismo, que ve al hombre progresar de sistemas económicos restringidos a sistemas cada vez menos restringidos según avanza la dialéctica de la historia. Algunos liberales también combinan una visión restringida sobre la economía con una construcción racionalista de sistemas políticos propia de la visión utópica.
El fascismo sería también una visión híbrida que cogería mucho los aspectos simbólicos de la visión restringida –patriotismo, lealtad– sin los procesos que les daban sentido, para ponerlos al designio de un líder sin restricción alguna, que impondría su propia moral a las masas sin respetar ley ni tradición. Tiene, por tanto, cierta razón de ser que cada visión lo viera como la extensión lógica de la visión contraria. El fascismo sería extrema derecha para unos, pero para Hayek no era más que un tipo peculiar de socialismo.
En vista de esto, cabría precisar qué elementos hay que tener en cuenta como determinantes para calificar una visión determinada. Una visión será trágica si considera que los recursos, tanto internos como externos, son insuficientes para satisfacer los deseos del hombre y que cada individuo no acepta para la satisfacción de los mismos límites que hagan viable dicha satisfacción, excepto cuando se le imponen limitaciones como los precios, las tradiciones morales, las presiones sociales o la ley. En cambio, será utópica si considera que dentro de los límites humanos existe la potencialidad para soluciones a los problemas de la sociedad que se pueden aceptar por los individuos en lugar de ser impuestas, aunque acepten la necesidad de imposiciones draconianas por parte de una élite intelectual y moral que las acepta de buen grado como necesidad transitoria.
La igualdad
Vamos a empezar a ver cómo se aplica cada visión en varios conceptos de gran importancia en el estudio de la sociedad. La diferencia crucial entre ambas consiste en que libertad, igualdad y justicia son vistas por la visión utópica como resultado, mientras que la visión trágica las considera características de proceso.
La igualdad, de forma coherente, es concebida por la visión no restringida como igualdad de resultados, mientras que la restringida la contempla como igualdad de procesos, es decir, igualdad de tratamiento. No es que ésta última considere imposible paliar, en parte, algunas desigualdades específicas, sino que los procesos necesarios para lograrlo generarían otras desigualdades más peligrosas, de poder, debido a la expansión del poder gubernamental necesario. Para la visión utópica, dichos riesgos son ilusorios, de modo que conformarse con una mera «igualdad formal» es innecesario e inexcusable.
Incluso cuando se adjetiva el concepto de igualdad como «igualdad de oportunidades» o «igualdad ante la ley» persisten las diferencias. Para los utópicos éstas son probabilidades igualadas de alcanzar resultados dados, por lo que para que se cumplan deben tomarse medidas tales como discriminación positiva, becas o abogados de oficio.
Pero para que haya que luchar por la igualdad antes debe haber desigualdad. E incluso en la causa de ésta difieren. La visión utópica, al considerar la desigualdad eliminable explotando la potencialidad humana oculta por medio de la minoría más avanzada, tiende a razonar que la persistente existencia de la desigualdad es obra directa de la minoría que más gana con ella. Así pues, hay pobres porque hay ricos. La visión trágica, en cambio, considera la desigualdad de resultados un producto natural de la igualdad de tratamiento. Hayek, incluso, negó la lógica del concepto tan caro a la visión utópica de «justicia social», sobre la base de que las posiciones de cada uno como resultado de procesos no son controladas por nadie, de modo que carece de sentido considerarlas justas o injustas. Sería como indicar que el hecho de que lloviera fuese justo o injusto.
El poder
Dado que la visión no restringida considera que el poder puede modificar un espectro muy amplio de la realidad, es normal que le conceda más importancia y tienda a ver su mano en casi cualquier situación. En cambio, la visión trágica lo evalúa en función de los procesos e incentivos a los que da lugar, al tener en cuenta que no puede variar la naturaleza humana. Es por tanto natural que éstos últimos consideren la economía de mercado como el resultado de la interacción de opciones y empeños individuales, mientras que para los primeros obedece a intereses particulares de unos pocos empresarios que controlan los precios y ejercen su «poder» sobre los consumidores.
Porque incluso en la definición de poder difieren. Si para unos sería la capacidad de restringir las opciones ajenas, para los otros se definiría como la posibilidad de imponer nuestra voluntad sobre las conductas ajenas. Parece lo mismo, pero existe una diferencia sutil; la primera definición habla de procesos y la segunda de resultados. Así, si alguien ofrece un sueldo extraordinariamente alto a un profesional prometedor, modificando la conducta de ésta al imponer su voluntad de que trabaje para él, estaría ejerciendo su poder según la visión utópica pero no según la trágica, puesto que no habría eliminado ninguna opción a nadie, más bien al contrario.[3] Es por es que el concepto de poder económico (cuando no hay relación de empresarios y políticos) sólo tiene sentido para los primeros.
La visión trágica no considera necesario explicar la violencia, la guerra, el delito. Los considera producto del convencimiento racional de quienes acometen estos comportamientos de que sacarán algo productivo de los mismos. Para la visión utópica, en cambio, son tal monstruosidad que nadie voluntariamente y en su sano juicio los llevaría a cabo, de modo que deben tener unas causas objetivas que son las que combatir.
Por ello, para la visión no restringida la guerra estará provocada por la falta de compresión y comunicación entre las partes, de modo que la solución estaría en un mayor diálogo entre ellas, reducción del armamento para evitar una escalada y la negociación. En cambio, para la visión restringida, la causa está en que la parte atacante considera beneficioso atacar, de modo que ha que aumentar el coste que tendría la guerra para nuestros enemigos armándonos y creando alianzas, negociando sólo en el contexto de una fuerza disuasoria, etcétera.
Del mismo modo, si para unos «sería imposible que un hombre perpetrara un crimen si pudiera verlo en toda su enormidad»[4] y, por tanto, la causa del delito debe ser o bien una enfermedad mental o bien que la pobreza, el desempleo y la discriminación le obliguen a cometerlo, para los otros todo se reduce a que el delincuente considera que saldrá ganando con el delito. Las soluciones, evidentemente, difieren. La visión trágica querrá aumentar el coste para el delincuente aumentando el castigo y la instrucción moral o permitiendo a las posibles víctimas la tenencia de armas de fuego. La visión utópica pondrá el énfasis en la eliminación de las causas objetivas, considerando el castigo como una barbarie innecesaria existiendo una solución como es la rehabilitación, que evitaría el problema al hacer ver al delincuente la «enormidad» de su crimen.
En definitiva, mientras la visión utópica busca las causas de la guerra, la pobreza y el delito, la visión trágica investiga las causas de la paz, la riqueza y la existencia de sociedades observantes de la ley.
La justicia
Aunque ambas visiones consideran que lo perfecto sería que cada caso fuese juzgado individualmente porque no hay dos delitos iguales, la visión trágica lo considera imposible y, por tanto, pone el énfasis en el respeto a la ley como una línea que separe las conductas permisibles de las no permisibles. De este modo, aunque puedan tener lugar injusticias individuales, toda la sociedad se beneficia de la certeza del castigo con la que cada individuo se enfrenta al delinquir. Sin embargo, la visión utópica considera que la ley debe fundirse con la moral y que cada caso puede y debe juzgarse individualmente, y no considera el hecho de que se castigue o no demasiado relevante, pues lo que hay que cambiar son los motivos y las disposiciones de la gente. En el primer caso se acentúa el proceso; en el segundo los resultados.
Ambas visiones creen en los derechos individuales y en que éstos no son absolutos, pero difieren en el significado mismo de derecho. Para la visión trágica son zonas de inmunidad frente al poder político: los individuos deben tener derecho a llevar a cabo ciertos procesos pese a que los resultados particulares de los mismos no sean deseables a juicio de otros. Para la visión utópica, en cambio, los derechos son vistos como resultados; de ese modo, no considera como derecho primordial la propiedad privada por la distribución desigual resultante de ella, o niega que exista libertad de expresión porque no todos disponen de los mismos altavoces con que llegar a la opinión pública.
Los ungidos
Tras presentar con imparcialidad las bases de ambas visiones y la aplicación de las mismas sobre varios aspectos, Sowell deja para sus columnas y sus otros libros el combate contra la visión dominante, la utópica, a la que denomina «visión de los ungidos», ungidos para salvarnos a los ignorantes de nosotros mismos. La mayor peligrosidad de esta visión no está tanto en sus equivocadas ideas y políticas sino en el blindaje que disfruta ante la realidad. Los hechos no son tenidos en cuenta y son vistos con sospecha cuando no apoyan sus tesis.
Pero, si la visión no puede explicar acertadamente la realidad, ¿por qué tiene tantos seguidores? Porque otorga a quien cree en ella un sentimiento de superioridad moral frente a los contrarios (que sería, para ellos, la visión de los ignorantes). Lo importante no es tanto el bien común, sino la autosatisfacción, que sería la guía de sus propuestas políticas.
El patrón
Hay varios tipos de patrones característicos en el comportamiento de los ungidos, que iremos analizando en detalle. El más importante es el que se refiere al fallo en los resultados de sus políticas. Tiene cuatro fases:
- La crisis. Existe una situación cuyos aspectos negativos han de ser eliminados a la que se denomina crisis sin importarnos si realmente ha empeorado gravemente o lleva varias décadas de mejora ininterrumpida.
- La solución. Los ungidos especifican unas políticas que llevaran a una mejora. Si hay quien dice que empeorarán la situación, sus críticas serán despreciadas como absurdas, simplistas o, incluso, deshonestas.
- Los resultados. Se aplican las políticas y dan el resultado previsto por los críticos.
- La respuesta. Las críticas son desechadas como simplistas, por ignorar las complejidades del problema en el que intervienen muchos factores. Indican que la situación sería peor sin la aplicación de sus políticas y exigen que la carga de la prueba esté en el lado de quienes les critican.
Vamos a ver todo esto en un ejemplo: la lucha contra la delincuencia común.[5] Durante los años 60, en Estados Unidos, una serie de jueces y fiscales llegaron a la conclusión de que la situación no podía continuar así y que se necesitaba la actuación de los terapeutas para rehabilitar delincuentes y reducir el problema. Sin embargo, el número de asesinatos cometidos se había reducido hasta la mitad desde los años 30, en números absolutos, pese al incremento de población y la inclusión de Hawai y Alaska en las estadísticas.
Una serie de decisiones del Supremo y de la Corte de Apelaciones elevaron los derechos de los delincuentes, llevando a una reducción tanto en el número de condenas como en su extensión[6]. Dado que para los ungidos el delito era debido a una serie de causas como la pobreza y la marginación y que el castigo sólo empeoraba las cosas, si la delincuencia se reducía es que estaban en lo correcto y, si no, deberían estar equivocados. Los críticos dijeron que reduciendo los riesgos del criminal, provocarían un aumento.
El número de policías asesinados se triplicó durante los 60. En 1974 la tasa de asesinatos se había doblado desde 1960, siendo en 1976 las posibilidades de ser víctima de un delito violento el triple que entonces.
Mientras tanto, uno de los templos sagrados de los ungidos, el New York Times, editorializaba dos meses después del caso Miranda riéndose de los críticos porque las predicciones de éstos no se habían realizado en tan corto espacio de tiempo. Cuando la tendencia a la baja empezó a revertir, los ungidos acusaron a las estadísticas de estar mal hechas, o lograron igualar el hablar de la delincuencia con ser racista. Cuando ya era evidente que no era así (las estadísticas de asesinatos son difíciles objetos de fraude), manipularon las estadísticas de antes de 1960 o directamente las ignoraron, como cuando el fiscal supremo Earl Warren acusó de simplificación a quienes le culpaban a él y otros de su ideología por el crecimiento del crimen. El verdadero culpable era, según él, el aumento de las «causas objetivas» que tuvo lugar antes de los 60, que tuvieron su fruto después. De modo que, sin sus medidas, todo hubiera ido peor.
Manipulación de estadísticas
Hay diversos modos de emplear las estadísticas de manera que apoyen tu visión:
- Estadísticas ¡Ajá! Este tipo de estudios se fragmenta para que ofrezcan un soporte a la visión de los ungidos, obviando los resultados que podrían ponerla en duda. El ejemplo más habitual es probar la discriminación basándose en diferencias estadísticas de un determinado aspecto entre diferentes grupos raciales, habiendo como puede haber muchas otras causas. Por ejemplo, un estudio mostró que las embarazadas negras recibían menos atención médica prenatal que las blancas y que la mortalidad infantil de los niños negros era mayor que la de los blancos, lo que fue aprovechado para exigir mayores ayudas estatales a dicha atención. Curiosamente, el estudio también mostraba que las mujeres mejicanas, chinas, filipinas o japonesas recibían aún menor atención que las negras y la mortalidad infantil era igual o menor que entre los niños blancos, pero ese resultado fue ignorado por los ungidos.
- La falacia del residuo. Una manera adecuada de mentir con estadísticas es dejar de desagregar los datos en un punto dado y atribuir las diferencias que se observen entonces entre los grupos analizados como prueba de discriminación. Un ejemplo son las diferencias de ingreso entre hombres y mujeres con los mismos años de estudio. Si los hombres ganan más, como así es, parece una clara muestra de discriminación, y así es denunciada. Pero no es necesariamente así. Lo primero es desagregar el nivel de estudios entre graduados universitarios. Si bien hay ligeramente más mujeres graduadas que hombres, el doble de hombres siguen estudios de postgrado, algo que afecta a los ingresos posteriores. Es más, si seguimos desagregando vemos que los hombres hacen más carreras técnicas, que están mejor pagadas. Si seguimos desagregando entre quienes siguen carreras humanísticas, vemos que los hombres estudian economía, que es la mejor pagada entre ellas, mucho más que las mujeres. En definitiva, dependiendo de donde paremos de desagregar (algo que siempre es arbitrario) obtendremos distintos resultados.
- Cambios en el objeto de estudio. Uno de los errores más comunes es no darse cuenta de que una estadística se refiere a una serie cambiante de objetos de estudio. Por ejemplo, cuando se quiere demostrar lo monopolístico que es el capitalismo se coge una estadística que demuestra que, a lo largo del tiempo, cuatro o cinco compañías han producido un porcentaje mayor de la mitad del producto total estadounidense. Pero no se indica que no son siempre las cuatro o cinco mismas compañías. Otro ejemplo es hablar de las diferencias entre ricos y pobres sin fijarse en que los estadísticamente pobres suelen ser, en dicho país, simplemente futuros ricos aún muy jóvenes.
- Correlación y causa. Cuando dos eventos A y B se descubren correlativos pueden suceder cuatro cosas: que A cause B, que B cause A, que A y B sean causados por C o que sea una coincidencia. Los ungidos siempre demostrarán que el resultado pernicioso B es causa de un A que pueden cambiar ampliando los poderes del Estado y redistribuyendo. Por ejemplo, la correlación entre delincuencia y pobreza se asume que significa que la pobreza causa la delincuencia, no que una serie de comportamientos pueden llevar a quienes los tienen tanto a la pobreza como al delito.
La irrelevancia de los hechos
La mayor parte de los argumentos de los ungidos no son más que retórica que los protege de los hechos. Por ello, es frecuente que aún estando en el error nunca sean puestas en duda sus opiniones. Como resultado de esta evasión de la realidad, los ungidos tienen muchos profetas que, tras haberse equivocado de medio a medio, siguen manteniendo su reputación intacta. Podemos citar como ejemplo a John Kenneth Galbraith y sus empresas que tienen «el control del mercado», Paul Ehrlich y el desastre poblacional o el Club de Roma y su pronosticado fin del crecimiento.
Otra práctica habitual de los ungidos es la reescritura de la historia. Cuando algo se ajusta a sus tesis, no hay razón para pasar por la hemeroteca y observar si los hechos pasados se corresponden con ella. Un ejemplo es el asignar la destrucción de las familias negras al «legado de la esclavitud». El hecho de que dichas familias gozaran de buena salud entre la abolición de tan condenable práctica hasta los años 60 no parece importar. Lo razonable es pensar que la causa sean las mismas políticas impuestas por los ungidos y que han producido efectos similares en Suecia, donde es dudoso que la esclavitud sea un factor a considerar.
También son expertos en la táctica de emplear sustitutos del razonamiento que tienen, no obstante, la apariencia de ser verdaderos argumentos.
- Dicotomía entre «complejidad» y «simplismo». Dado que el mundo es siempre más complejo que cualquier descripción del mismo, estrictamente todo es una simplificación. Los ungidos emplean el adjetivo «simplista» como ataque, en lugar de indicar qué factores se han dejado fuera del análisis y porque habrían de tenerse en cuenta. Además, cualquier fenómeno puede tener causas complejas, pero también muy simples.
- Todo o nada. La mayor parte de las diferencias en el mundo real son de grado. A pesar de ello, muchos ungidos emplean la táctica de indicar que si algo no tiene una diferenciación del 100% no debe tenerse en cuanta como distinto, aunque sólo si les conviene. Un ejemplo es la negativa a diferenciar entre el mundo comunista y el mundo libre porque, al fin y al cabo, este último no era totalmente libre. Otro caso particular es indicar que una política que no se apoya no es la panacea, algo que siempre es cierto porque ninguna lo es.
- Generalidades inocuas. Algo muy político, el referirse a los principios propios con frases genéricas sin contenido práctico real. Estar a favor del «cambio», la «diversidad» o el «progreso»
- Cambiar el punto de vista. Consiste en empezar argumentando desde un punto de vista personal, confrontando argumentos opuestos y demás parafernalia propia del pensamiento, para pasar a asumir las conclusiones de una sola de las partes sin razonamiento ninguno. Además, se suele expandir la opinión de esa parte para hacerla parecer más amplia de lo que es. El típico ejemplo es ese de indicar que «el pueblo quiere», «los madrileños piensan», etcétera.
- Los derechos. Una manera de evitar la argumentación es decir que un individuo o grupo tiene derecho a tener lo que tu deseas que el Estado le de.
- Proclamaciones generales sobre políticas. En lugar de analizarlas, se las adjetiva según estén situadas en la siguiente clasificación:
Ya existe | No existe | |
---|---|---|
Apoyada | Llegó para quedarse | Inevitable |
No apoyada | Pasada de moda | Irrealista |
Las cruzadas de los ungidos
Las cruzadas son las campañas en curso, encaminadas a imponer su visión política del mundo sobre la ciencia y la lógica (como la modificación del lenguaje hablando de «ciudadanos y ciudadanas» o la campaña para sustituir la proyección Mercator por la Peters[7]), ayudar a los grupos que les excitan (a los que Sowell denomina mascotas) y/o hundir a los que les disgustan (objetivos). La cruzada más omnipresente es la búsqueda de la seguridad «a cualquier precio» sin reparar en coste alguno, siendo a veces los costes vidas humanas, como sucede en los retrasos provocados por las pruebas impuestas por la FDA[8].
Los ungidos procuran acabar con las leyes iguales para todos sustituyéndolas por beneficios legales a sus grupos favorecidos o desvirtuándolas en los tribunales si no consiguen aprobar esos cambios. Estos grupos son escogidos entre aquellos que provocan en el público desconfianza, temor o mero disgusto. Por ejemplo, en el caso de los «sin techo», es evidente para los ungidos que la culpa de su situación es de la sociedad. Por eso, cuando un grupo de mendigos tomaron como lugar de reunión una biblioteca pública, hablando en voz alta, y ésta puso unas reglas mínimas de conducta e higiene, fue condenada porque era un foro público protegido por la Primera Enmienda, los requisitos de higiene tenían un impacto excesivo sobre los pobres y porque, de todos modos, para no ver gente así deberíamos cambiar las condiciones que provocan su situación y no quitarles sus carnets de biblioteca. El juez ungido demostró su superioridad moral perjudicando a los usuarios de la biblioteca –que no suelen ser unos potentados pero tampoco un grupo «mascota»– y dando la razón a un «sin techo» que disfrutaba de una herencia de 340.000 dólares, que es de suponer que conformaban las «causas últimas de la pobreza».
Otra mascota clásica son los delincuentes, que no deben ser castigados sino rehabilitados, ya que la pobreza es la causa del delito. A las víctimas, que les den, que lo importante es que los ungidos puedan sentirse superiores en el plano moral. Se inventan derechos de los delincuentes, se reducen penas, se les suelta a la mínima de cambio, etcétera. Han llegado incluso a defender políticamente, con gran éxito, la prohibición de revelar la identidad de personas afectadas por el SIDA, aunque se dedicaran a propagar conscientemente la enfermedad. [9]
La elección de mascotas y objetivos se realiza de modo que permita distinguir entre ungidos e ignorantes. Sus objetivos serán, por tanto, los grupos admirados y respetados por estos últimos. Los primeros en su lista son los empresarios y profesionales exitosos y su arma contra ellos la demanda por negligencia. Nadie puede estar seguro ante una denuncia porque los jueces han estimado con frecuencia fallos multimillonarios en casos tan absurdos como quemaduras provocadas por echar líquido inflamable en una vela o por padecer los efectos secundarios especificados en el folleto. Si tienes dinero o éxito, eres malo y culpable.
En cuanto a su inquina hacia las familias, aparte del respeto hacia la institución, hay otra razón poderosa: son unidades de decisión autónomas y, por tanto, obstáculos para las políticas morales impuestas por terceros. El objetivo es trasladar de la familia al colegio público, bajo férreo control, asuntos como la educación sexual, la moral o la religión.
El vocabulario de los ungidos
Los ungidos emplean ciertas palabras para prevenir el debate. Si hay algo que desean que se realice existe una «crisis», una «necesidad genuina» o, incluso, «gente viviendo bajo el nivel de subsistencia». Viviendo bajo tierra, cabe suponer. Sus organizaciones para el desarme son «movimientos por la paz». Un «servicio público» es aquel servicio que, no siendo deseado por el público en la medida que los ungidos desearían, es impuesto coactivamente a través del gobierno. Pero la palabra clave es «avaricia», sustituida en España por «especulación». Sólo es avaricia el dinero ganado en el mercado. Se puede ser infinitamente avaricioso desde un cargo público o robando al prójimo, pero eso no cuenta.
También existe un vocabulario específico para autosituarse en un plano moral superior. Los ungidos apoyan «cuestiones de principios» mientras que los ignorantes tan sólo están a favor de «emociones viscerales». Se presentan las razones de los primeros pero se ocultan las de los segundos tras términos como «percepciones» o «estereotipos».
Incluso las palabras sirven para evadir el concepto de responsabilidad individual. Ambos padres «se ven forzados a trabajar», aunque tengan cinco coches de lujo. La gente no «tiene acceso» a ciertos empleos. En definitiva, un uso masivo del pasivo[10] en lo que se refiere a acciones individuales. También se emplea el término sociedad como una versión más moderna de aquello de «el diablo me obligó a hacerlo».
Uno de los ejemplos más claros de cambio de mentalidad a través de las palabras escogidas es el uso de «distribución de la riqueza» cuando la riqueza no se suele distribuir sino ganar. Cuando se dice que la riqueza no está bien distribuida, la realidad es que no está distribuida en absoluto.
Por último, hay que estudiar la inflación verbal, es decir, el uso de términos que exageran la realidad. Como la monetaria, no tendría consecuencias si los sujetos supieran lo que está pasando y se ajustaran automáticamente al cambio. Pero, del mismo modo que la inflación monetaria, algunos ganan y otros pierden con la inflación verbal, pero todos perdemos en conjunto. El ejemplo más claro es el abuso de la palabra violencia, que termina aceptándose como, por ejemplo, «violencia ecológica» de las multinacionales hacia el medio ambiente. Frecuentemente se usa este significado inflado para justificar una respuesta violenta, ésta vez de verdad.
Conclusiones
En estas obras, Sowell ofrece un excelente resumen de los dogmas de los ungidos. Para ellos, los problemas sociales existen porque otros no comparten su sabiduría y virtud. Las causas de los mismos no son sistémicas sino intencionales, de modo que siempre hay se puede culpar a alguien por ellos. Los grandes peligros que nos acechan sólo pueden ser evitados si se impone la visión de los ungidos a la menos iluminada plebe. Y, finalmente, oponerse a estas verdades evidentes o, en general, a la visión y las políticas que apoyan, no indica un diferente punto de vista sino una incapacidad moral o intelectual. Habitualmente las dos.
El mundo así definido se sitúa en unos márgenes muy estrechos. Cuando algo no encaja en su visión del mundo, se culpa a otros de ser la causa. Y dado que la suya es la visión prominente en los medios, la política y las universidades, no tienen razones para poner a prueba su forma de pensar. Cualquier hecho que suceda se analiza en términos que se ajusten a ese mundo estrecho y se ignora cualquier evidencia que pueda salirse del mismo.
No es una situación que pueda reducirse en términos de izquierdas y derechas. Hay muchos ungidos en nuestra derecha menos liberal. Tampoco puede realizarse una dicotomía estricta entre liberales y no liberales, aunque se acerca más. Lo más preocupante del análisis de Sowell es que su autor no es capaz de vislumbrar ninguna salida. Los ungidos cambiarán su forma y sus ideas, pero seguirán queriendo dirigir nuestras vidas, como han procurado hacer a lo largo de los últimos siglos.
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[1] Traducida y publicada en español por la Editorial Gedisa, Buenos Aires, en 1990.
[2] La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana, Paidós, 2003
[3] Por tanto, sería coherente con la visión utópica protestar por el poder ejercido por los Estados Unidos al imponer su cultura a otros pueblos por medio de la globalización. Estarían modificando la conducta de otros, aunque no reduciendo sus opciones.
[4] William Godwin, Investigación acerca de la justicia política y su influencia en la virtud y la dicha generales, Americalee, Buenos Aires, 1945.
[5] En España podría considerarse como ejemplo similar la aplicación de la Ley del Menor. Otro ejemplo sería la solución del diálogo con ETA a un terrorismo que cada vez más débil gracias a la acción policial.
[6] Puede verse esta situación en la película «Los jóvenes salvajes» de Frankenheimer, con Burt Lancaster como protagonista. El crimen cometido al comienzo es finalmente exculpado por la actuación del fiscal Lancaster, que acaba poniéndose en el papel del defensor en su alegato. A la pregunta de la madre del asesinado «¿Por qué ha dejado sin castigo a los asesinos de mi hijo?», responde: «No han sido sólo ellos.»
[7] La proyección Mercator se ha empleado siempre porque respeta las direcciones, si bien el tamaño de los países cercanos al ecuador es más pequeña. Es imposible crear una proyección en dos dimensiones de una esfera sin variar las áreas o las direcciones. Pero como los países empequeñecidos pertenecen al tercer mundo, la proyección fue demandada como producto de la arrogancia europea. (http://nivel.euitto.upm.es/~mab/203_carto2/peters/)
[8] Food and Drug Administration: agencia gubernamental encargada, entre otras cosas, de aprobar el uso de los medicamentos con unas pruebas cada vez más exhaustivas.
[9] Una mascota clásica de los ungidos españoles sería el nacionalismo vasco.
[10] En su libro Life at the Bottom, Ivan R.Dee,2001, Theodore Dalrymple detalla como esa forma de hablar se ha extendido a las clases más populares en Inglaterra, hasta el extremo de que un asesino «de género» describía su crimen con estas palabras: «el cuchillo entró».
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