Chantaje en Navidad
El día de Navidad, Pedro Urruchurtu, Humberto Villalobos, Claudia Macero, Omar González y Magalli Meda cumplirán nueve meses encerrados en la embajada de Argentina en Caracas. Hasta ayer eran seis, pero Fernando Martínez fue liberado gracias a las gestiones de Suiza. Todos ellos fueron destacados colaboradores de la campaña de María Corina Machado, la candidata de la oposición, unida en contra del dictador, y el mayor símbolo latinoamericano de la decencia y de la libertad.
El pecado de todos ellos fue haber servido a la causa de la democracia, aspirar a que se realizara en Venezuela un proceso electoral libre y trasparente a pesar de todos los obstáculos que puso el régimen a María Corina y a sus dos reemplazantes. El proceso culminó el pasado 28 de junio con el triunfo de Edmundo González Urrutia como Presidente electo, a quien el Parlamento Europeo distinguió esta semana, junto a María Corina, con el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia.
Durante los meses de campaña los seis fueron tenazmente perseguidos para debilitar a María Corina, quebrar su resistencia, hostigarla, hacerla desistir de su empeño en recorrer toda Venezuela levantando el ánimo de su pueblo para derrotar a la dictadura. El 25 de marzo pasado, acosados y viendo su vida en peligro, buscaron el refugio de Argentina cuyo gobierno les ofreció asilo político a principios de abril.
Desde entonces, y haciendo caso omiso de las convenciones internacionales, Maduro les ha cortado intermitentemente la electricidad, el agua, los vigila con drones, los asedia con encapuchados, ha dificultado la entrada de camiones aljibe e impidió que efectivos de la Gendarmería argentina fueran a resguardar las instalaciones oficiales de su país. El 29 de julio, al día siguiente de las elecciones, el sátrapa decidió expulsar a todo el personal diplomático, consular y de agregadurías trasandinas desde Caracas, evitando la palabra “rompimiento”. Por ello, los argentinos le encargaron a Brasil que se hiciera cargo de sus asuntos, entre estos, de la situación de sus asilados.
Pocos días después, cuando rehusamos reconocer el burdo fraude electoral de Maduro y de su corte, nos tocó el turno a nosotros y a otros países latinoamericanos. Fuimos expulsados. Desde entonces, el embajador chileno en Caracas sigue en Santiago.
El futuro de los cinco asilados en la embajada argentina en Venezuela, bajo la bandera brasileña, no se rige por las normas del asilo diplomático, o la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, piezas del derecho internacional, sino por una regla mucho más siniestra: la del secuestro con fines de extorsión. Si su futuro dependiera de la Convención de Caracas de 1954 sobre Asilo Diplomático -que obliga a Venezuela, Argentina y Brasil, que la ratificaron -habría operado su artículo 12 que dispone la obligación de conceder el salvoconducto y otorgar las garantías necesarias para que los asilados puedan salir del país. La Convención de Viena, por su parte, dispone la inviolabilidad de los locales diplomáticos y la obligación de respetar y proteger las misiones extranjeras, incluso en caso de ruptura de relaciones o conflicto armado.
A pesar de los llamados y pronunciamientos públicos argentinos, brasileños y de la inmensa mayoría de los países de la región a poner fin a esta situación, entre los que con orgullo nos encontramos, el régimen se niega a extender los pases y sigue con una campaña de hostigamiento, ya no solamente a los asilados, sino a la bandera y al honor de Brasil, a su Presidente, al asesor especial de la presidencia, a la diplomacia brasileña. La andanada anti-carioca se desató particularmente a fines de octubre y durante noviembre, después que en la Cumbre de los BRICS en Kazán, Rusia, Lula vetó el ingreso de Venezuela a dicho organismo.
Con un sentido pragmático, la diplomacia brasileña ha evitado caer en provocaciones y ha descrito las rabiosas diatribas del régimen en su contra como un lenguaje “que no está en línea con la forma respetuosa como debemos tratar nuestras divergencias”. En estas horas, algo parecido nos está pasando con Javier Milei, que desde sus emociones y puntos de vista particulares las emprende en contra del Presidente de la República de Chile que, nos guste o no su estilo y sus ideas trasnochadas, representa aquí a una institución. Las palabras traen respuestas y titulares de prensa, fuegos de artificio, pero no sirven para resolver los atascos a ambos lados de la frontera común en esta época del año, y mucho menos para allanar un necesario diálogo a alto nivel, o para plantear ideas de integración pensando en el largo plazo plazo.
Por ahora, los brasileños dejan pasar los insultos de Caracas para actuar tras bambalinas y a toda prisa en los pocos espacios que le quedan de interlocución con el régimen (nuestras divergencias con Milei no alcanzan a tanto). Quieren evitar llegar al 10 de enero, fecha en que se iniciaría el nuevo mandato presidencial venezolano, con una seguidilla de hechos consumados, entre estos, la situación de los asilados aún sin resolver.
La dictadura venezolana desea lo contrario. Es decir, que los asilados y otros asuntos sean el “aliciente” para que en la ceremonia de posesión del dictador a inicios de enero, y en caso que el Presidente electo no logre instalarse en el poder, Brasil acuda debidamente representado. En otras palabras, que por esa vía reconozcan tácitamente al régimen ilegítimo.
El Ministro de Relaciones Exteriores colombiano, Luis Gilberto Murillo, confirmó esta semana que para Caracas el tema de los asilados en la embajada argentina no se inscribe en la lógica del derecho, sino en la de la mafia. Precisó que, al intentar mediar por los salvoconductos para estos, la dictadura venezolana le pidió que Argentina liberara a Milagros Sala, encarcelada por extorsión y próxima al régimen, y que Ecuador hiciera lo propio con el ex vicepresidente de Rafael Correa, Jorge Glas, preso por fraude. La Canciller ecuatoriana Gabriela Sommerfeld, confirmó lo señalado por Murillo y en Quito descartaron totalmente la posibilidad de “canjes”. Es decir, resulta bastante obvio que la detención en Venezuela del argentino Nahuel Gallo; del uruguayo Fabián Buglione; de los norteamericanos David Estrella, Aaron Barren, Wilbert Castañeda y varios otros, son instrumentos para un chantaje a sus respectivos gobiernos.
Ante este panorama la Cancillería argentina sugirió a sus ciudadanos que no viajen a Venezuela, salvo por casos de estricta necesidad. ¿No deberíamos hacer lo mismo? ¿Vamos a esperar a que un ciudadano chileno, o un residente venezolano en Chile sea detenido en Maiquetía bajo un pretexto falaz para que, supongamos, nos exijan a cambio la liberación de Héctor Llaitul? ¡Por favor!
Para finalizar: si alguno de los lectores tiene acceso a Pedro, Humberto, Claudia, Omar o Magalli, por favor transmítanles a ellos la admiración de este columnista, porque su sacrificio es por la causa de la libertad que nos mueve a todos, la causa que permite el desarrollo del espíritu humano, en Venezuela y en cualquier país del mundo. Díganles a ellos que el espíritu de Navidad es el de la salvación y la liberación, y allí nos encontramos todos.
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