De la pérdida de confianza al resentimiento
Paul Krugman se despidió de su clásica columna de The New York Times con un nostálgico artículo en que evoca el optimismo del año 2000 y se lamenta de este tiempo en que el “resentimiento” y la “ira” han ganado a la sociedad occidental.
El resentimiento, según la muy precisa definición de Nietzsche, es un “sentimiento de hostilidad envidiosa hacia lo percibido como fuente de las propias frustraciones”.
Mucho de eso ocurre hoy. Krugman evoca hasta el resentimiento de los multimillonarios como Elon Musk que se consideran injustamente maltratados por un público mediocre que no valora lo que gente como él ha logrado para la civilización. Es ese mismo sentimiento que aflora en Trump y su visión de un mundo en blanco y negro.
En el otro extremo, los sectores pobres y medios de la población alcanzaron en la treintena que va de 1980 a 2010 un avance inédito en expectativa y calidad de vida, pero hoy están también contagiados por ese generalizado malestar que ha llegado a la vida política, con la irrupción de movimientos populistas, la declinación de las estructuras tradicionales y un desasosiego creciente. Líderes redentores, con la promesa de un mundo mejor, se autoerigen en los salvadores de la malignidad encarnada en un enemigo: el inmigrante, el Estado leviatán, el derrumbe de los valores tradicionales, la inestabilidad en el empleo propio de la nueva economía digital, la oligarquía, la casta, el comunismo…. Como dice Lacan, “quizás no haya ningún fenómeno que contenga un sentimiento destructor más grande que la indignación moral, lo que lleva a que la envidia o el odio actúen disfrazados de virtud”. En una palabra, en medio de una deslumbrante revolución científica y tecnológica, no vivimos la asombrada alegría de lo nuevo y maravilloso que surge, sino una profunda desconfianza ante el cambio, un terror, un pánico a lo que viene destrozando anteriores certezas.
En el célebre comienzo de Conversación en La Catedral, Santiago Zavala, “Zavalita”, desde las puertas del diario en que escribe mira, “sin amor” la avenida Tacna, con el perfil agrisado de su desparejo edificio y se pregunta “en qué momento se ha jodido el Perú”. Pregunta que bien podríamos hacernos nosotros, cuando caído el Muro de Berlín, en 1989, la democracia liberal y la economía de mercado quedaban solitarias y triunfantes, sin enemigo a la vista; en 1986 lanzábamos la Ronda Uruguay, creando la Organización Mundial de Comercio para ordenar un mundo globalizado y Europa culminaba en 1999 su deslumbrante proceso de integración lanzando la moneda común. ¿Cómo es posible que cuando esperábamos la paz eterna de Kant termináramos en lo que estamos? ¿Cómo se descompuso tan rápido?
La secuencia optimista de la globalización tiene su primer eclipse en 2008 con la crisis financiera, que lleva a restricciones. Había ocurrido ya el disparate de la guerra de Irak, pero se la veía solamente como un episodio puntual. Sin embargo, paso a paso, las cosas fueron cambiando, hundiéndonos en verdaderas contradicciones.
En términos de libertad comercial, todo se ha invertido y el liderazgo lo tiene China, que no participó de la fundación de la OMC, mientras Estados Unidos se lanza a un errático revivir proteccionista. En este caso, “el enemigo” es China, que –a diferencia de la Unión Soviética– no propone catequizarnos con su sistema, sino solo comerciar, pero cuyo éxito desafía la omnipotencia tecnológica de la industria norteamericana.
Adolecemos de una sangrienta guerra europeo-occidental, en que un nacionalismo imperial de tono dieciochesco invade un país vecino. La Rusia presuntamente democratizada deviene un autoritarismo de aliento zarista y sale a reconquistar las fronteras de Pedro el Grande.
La triunfante democracia occidental aparece asediada por regímenes populistas, que no solo brotan de la izquierda, como era la tradición, sino de una derecha agresiva que pone el sistema al borde de la legalidad. Partidos de extrema derecha asoman inesperadamente o, como en el caso del viejo Partido Republicano de los Estados Unidos, un líder populista, empresario poderoso, lo toma por asalto.
Hasta el antisemitismo reflota su odioso prejuicio, pero en clave inversa: recluta su fuerza en la extrema izquierda y ya no tanto en la extrema derecha. La reedición de la guerra del radicalismo islámico contra Israel produce esa inesperada inversión de roles, simplemente por la aparición del victimismo como sentimiento colectivo. Tal cual explica Daniele Giglioli, en un luminoso ensayo, “la víctima es el héroe de nuestro tiempo”, porque “inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable”. El ominoso 7 de octubre de 2023 marcó el peor “pogromo” antijudío desde el Holocausto. Israel era (y es) una real víctima. Pero hubo de defenderse, de volver a luchar por su sobrevivencia, y allí un cínico y hábil terrorismo, que domina la Franja de Gaza, tiene de rehenes a los palestinos que allí viven y los erigió automáticamente en la víctima. El victimario verdadero, Hamas, pasó a la trastienda, y la víctima palestina –también real víctima– transformó diabólicamente en agresor al que se defendía. En eso estamos todavía.
Como se advierte, aquel mundo optimista, que celebraba la globalización, está hundido en guerras anacrónicas, de religión o imperialismo territorial; en Europa están desvanecidos los viejos gloriosos partidos de la posguerra, republicanos gaullistas, demócrata cristianos italianos… Una democracia de protestas se nutre de pasiones identitarias, discursos de odio y fundamentalmente una pérdida de confianza generalizada. “Que se vayan todos”, fue en algún momento la expresión mayor de ese sentimiento de rechazo. Las clases medias avanzaron rápido, pero ahora se sienten estancadas, no ven para adelante.
La sociedad fue perdiendo confianza. En el valor de la libertad. En las garantías del Estado. En jueces, políticos y sacerdotes. A ellos se atribuyeron las frustraciones propias y de ahí el resentimiento del que habla Krugman.
El futuro, como siempre, sigue esperando. “Queremos explorar la bondad, comarca inmensa donde todo se calla”, dice el poeta Apollinaire. Y agrega con el escepticismo de su tiempo: “Pobres de nosotros que combatimos siempre en las fronteras de lo ilimitado y por venir”.
Lo fantástico de la vida es, justamente, estar frente a lo ilimitado y por venir. Asumiendo que siempre hay espacio para construir. No todas son fatalidades.
El autor fue presidente de Uruguay
- 23 de enero, 2009
- 24 de diciembre, 2024
- 3 de julio, 2015
Artículo de blog relacionados
- 19 de noviembre, 2024
- 7 de agosto, 2007
Instituto Juan de Mariana Si por algo está teniendo tanto éxito La filosofía...
9 de febrero, 2022La Nación Es notable, por no decir dramático, el contraste entre el protagonismo...
15 de agosto, 2012