Paz en el Año Nuevo
¡El año 2024 se fue volando! Las personas mayores compartimos dicha sensación: un 77% de los adultos que participaron en un estudio psicológico dijo que la Navidad llega más rápido cada año (Psychology Today). Esta percepción sobre el paso del tiempo tiene que ver con cuántas experiencias nuevas tenemos. Sentimos que el tiempo pasa más velozmente porque cada año tenemos menos vivencias novedosas, nos metemos en la rutina y perdemos sensibilidad hacia nuestro entorno. Para frenar la aceleración del tiempo, los adultos debemos cultivar concientemente nuestro sentido del asombro: hacernos niños y experimentar los sucesos a nuestro alrededor con renovada curiosidad y atención.
Cabe considerar este hecho al reflexionar sobre los acontecimientos del año que termina hoy, y al formular propósitos para el año nuevo. No es coincidencia que grandes santos, y muy especialmente Santa Teresita de Lisieux, nos recomiendan cultivar un alma de niño. Su receta nos queda como anillo al dedo para decidir cuáles metas nos fijaremos para el 2025. Santa Teresita se sabía amada por Dios y deseaba encontrar “un caminito totalmente nuevo” para llegar al Cielo de forma expedita. Su caminito consistía en poner atención a los detalles pequeños, y pedir perdón por sus faltas e imperfecciones, con la sencillez del niño, sin hacer grandes dramas y sin perder la alegría. Se levantaba de sus caídas, se sacudía, y seguía jugando, sin desánimos ni autojustificaciones. Año nuevo, lucha nueva.
Va en el mismo sentido el propósito esbozado por el fraile francés Jacques Phillipe, autor de La paz interior(1991): “llevaré a cabo mis tareas cotidianas sin nervios y con serenidad, empeñándome en hacer bien cada cosa en el momento presente, sin preocuparme por la siguiente; hablaré con los que me rodean en un tono dulce y sosegado, y evitaré la precipitación en mis gestos, ¡hasta en mi modo de subir las escaleras!”
Otro valioso insumo para nuestra reflexión de hoy son las bienaventuranzas bíblicas, puesto que siempre podemos ser más mansos, misericordiosos, puros, alegres y justos. Solemos entender las bienaventuranzas como una lista de recomendaciones morales para moldear nuestra conducta, y así merecer la recompensa eterna. Son más que eso, aclaró el papa Benedicto XVI en su último mensaje por la Jornada de la Paz previo a su renuncia, el 1 de enero de 2013: son “una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por las exigencias de la verdad, la justicia y el amor.” El mundo posmoderno, con sus descreencias y ajetreos, suele tratar como ingenuas o anticuadas a las personas de fe que confían en la providencia. Pero Benedicto XVI va contracorriente y nos recuerda la promesa divina de que aquí, en esta tierra, en esta vida, recibimos el don inmenso de la paz cuando comprendemos que Él ha estado con nosotros, sus hijos, desde siempre.
Durante el 2025, vivamos en paz y seamos trabajadores de la paz. Para ello, debemos gozar de la paz interior y la paz con las demás personas. Ello requiere mantener un “diálogo constante con Dios”, escribe el anterior pontífice, y “así podrá el hombre vencer ese germen de oscuridad y de negación de la paz que es el pecado en todas sus formas: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas.”
Trabjar por la paz implica trabajar por la vida, por la libertad y por la unión familiar, porque en familia nos cuidamos unos a otros y nos potenciamos; allí formamos trabajadores por la paz. Entiende el papa Benedicto XVI que para forjar una convivencia pacífica son cruciales las libertades, entre ellas la libertad de elegir la propia religión y dar testimonio de ella.
La autora estudió Ciencias políticas y Economía en Dartmouth College, en New Hampshire y Obtuvo una maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown, en Washington, D.C. EE. UU.. Es profesora universitaria de análisis económico de la política, desarrollo económico e historia; miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales(CEES) y de la Asociación Familia, Desarrollo y Población (FADEP); y de la Sociedad Mont Pelerin.
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