Quemando el año 2024
Para los que me leen de Ecuador y tal vez los que vivan en el sur de Colombia, saben a lo que me refiero, en mi país es una tradición hacer monigotes (muñecos) con ropa vieja, rellenarlos de aserrín, papel, un poco de sal y petardos o cohetes. En algunos casos tienen una estructura con palos de madera para que permanezcan en posición, sentada o parado y se completa la cabeza con una máscara que se compraba o se preparaba con papel periódico o papel maché, goma o pegamento, agua, y pintura. La máscara o la cabeza por lo general si era hecha en casa, representaba al año viejo que se iba. Si esta máscara era elaborada por artesanos se les podía pedir caras especiales, algún político que no se había portado bien o que era muy popular, o la cara de algún amigo al cual le queríamos hacer la broma.
Una vez elaborado el monigote lo típico era salir por el barrio y pedir una “caridad para el año viejo” que se iba y era la manera en que recolectábamos dinero para comprar los cohetes que se iban a quemar. En algunos casos, no faltaban, los más audaces, que se disfrazaban de “las viudas” del año viejo que iban pidiendo la caridad con el monigote a cuestas y los más creativos, literariamente hablando, hacían testamentos. Usualmente los testamentos eran una especie de poemas o colección de rimas sarcásticas donde se burlaban del año que terminaba, de las cosas que habían pasado, buenas o malas y donde el ingenio popular hacían un resumen del año que acababa. Algunos medios de comunicación como “el Universo” diario local de Guayaquil organizaba concursos de monigotes, cual era el más creativo y de testamentos. El ganador de los testamentos y de los mejores monigotes y tal vez los finalistas tenían el honor de salir publicados en el suplemento local de la ciudad. Todo culmina con la quema del año viejo a la media noche al cambiar de año, aunque muchos empezaban la quema, horas antes a las 6PM apenas caía el sol si era la celebración de la oficina. Por supuesto el año viejo relleno de sal, petardos, cohetes, papel daban lugar a grandes quemazones en toda la ciudad. Recuerdo haberlo visto al otro lado del río que cruza la ciudad, el Daule, del lado de Samborondón y ver como a las 12 de la noche la ciudad desaparecía mágicamente en una espesa nube de humo.
Al cuerpo de bomberos no le gustaba esta práctica, todos los años nunca faltaban los imprudentes que se acercaban demasiado a los años viejos y sufrían algún accidente producto de algún petardo demasiado fuerte, o ilegal. En mi juventud existían los petardos (camaretas) “tumba casas”, y ya se pueden imaginar que eran casi tacos de dinamita que ocasionaban grandes huecos en el asfalto, en el mejor de los casos y en el peor causaban tragedias, donde quienes los manejaban imprudentemente, sufrían quemaduras, perdían dedos y quizá hasta la vida.
Detrás de esta costumbre, un poco bárbara, había mucha diversión en toda la parte previa de preparación del monigote y en la quema, que hecha con responsabilidad, podía resultar hasta catártica, sobre todo si se había tenido un año particularmente malo. Era la forma de dejar en el pasado lo malo que pudo haber pasado y por otro lado empezar, con pie derecho. Recuerdo en particular una navidad tal vez cuando habría sido un niño, en que unos vecinos del barrio tenían su negocio en la tradicional “bahía” de Guayaquil. Dichos comerciantes de “la bahía” conocidos por ser, usualmente contrabandistas, y parece que habían perdido mercadería, incautada por la policía de aduanas. Ese año quemaron el año viejo con un monigote gigante, tiraban cohetes que llegaba en cajas y los tiraban hasta con la caja incluida por más de una hora. Tal fue la hoguera que se armó que el cuerpo de bomberos tuvo que ser llamado para apagar la quema del año, que se había salido de control, pues esta era exageradamente grande y amenazaba a las casas aledañas y los vehículos parqueados muy cerca. Ni que decir del tremendo cráter que quedó en la calle después de esa quema. Esa fue su manera de darle despedida al año viejo, y aunque estuvo divertido el espectáculo si lo recuerdo con un poco de temor debido al fuego descontrolado que gracias a dios no se llevó ningún carro, casa o vida.
Con los años se ha ido regulando esta práctica y se trata de evitar de que se quemen estos años viejos en la calle. Para esto se designan lugares seguros que a lo mejor cuentan con la supervisión del cuerpo de bomberos y hay ordenanzas municipales ahora que regulan la quema en la calle, pues no era extraño que durante la quema al día siguiente era imposible circular por la ciudad debido a la gran cantidad de baches, palos y clavos que quedaban en la calle y que pinchaban las llantas de los carros. Otra año fin de año recuerdo que mi papá me fue a ver a una fiesta donde estaba con amigos celebrando el fin de año y que llegó bien tarde, cuando todos se habían ido y era que su carro tenía las 4 llantas pinchadas. Por supuesto el 31 es muy difícil, sino imposible, encontrar taxi, esto a pesar de que habíamos huido a Salinas, un balneario a dos horas de Guayaquil para evitar la hoguera de fin de año.
A pesar de todas las molestias que causaba esta costumbre, más bien siento un poco de nostalgia de celebrar el año viejo y la llegada del nuevo de esta manera. Las costumbres, como les comentaba, han ido cambiando también, ahora es más común que la quema afuera de la casa no se haga y que los monigotes sean quemados en una gran pira administrada, sin tanto petardo o cohete, y que muchos ni siquiera hagan el monigote si no que prefieran ir a otras destinos turísticos para pasear y disfrutar del feriado. Ya es casi un cuarto de siglo que no paso el año viejo en Ecuador pero por lo que veo en los periódicos esto ha cambiado y ha disminuido muchísimo el nivel de quema del año viejo. Parecería ser que ya no existen, los concursos de testamentos, una lástima si es así, invito a algún lector de Ecuador que me corrija si aún existen dichos concursos, pues era lo más divertido leerlos en los medios locales y por supuesto eran auténticas obras de arte y de sátira política. Los años viejos, en estas épocas, se los compra de cuerpo entero y ahora más bien son monigotes con figuras de personajes de caricaturas como Pika Chu, Dragon Ball Z, Superman, u otras que están de moda en el año. Son, o muy grandes, auténticos colosos que los hace el barrio entero, con estructura de metal y compiten contra otros barrios o calles, o son pequeños, para niños. Ya no se queman si son muy grandes o si se lo hace es de manera muy controlada y si son pequeños muchos niños no han de querer quemarlos.
Nadie tiene claro de dónde viene esta tradición en Guayaquil, y aunque en general en Ecuador se la hace, en Guayaquil parece que es donde más era tradicional. Algunos medios como el diario el Universo en su editorial del 30 de Diciembre de este año asevera que su origen pudo estar, según las crónicas del Guayaquil Antiguo de Modesto Chavez Franco, en la pandemia de la fiebre amarilla de 1842 donde debido epidemia lo común era quemar organizando grandes piras de la ropa de los infectados para evitar la propagación de la peste.
La costumbre ha cambiado para bien en la ciudad, aunque no dejo de tener gratos recuerdos de la misma. Jamás se me ocurriría tratar de hacerlo acá so pena de que apareciera el cuerpo de bomberos o los vecinos llamaran a la policía a denunciarme por cometer algún supuesto crimen de odio al verme quemar un monigote con forma humana. Tampoco sería extraño que apareciera alguna agencia federal de tres letras a investigar, y quien sabe en qué tipo de problemas me vería involucrado. Un poco es la reacción inicial de muchos americanos que van por primera vez a las procesiones de semana santa en Antigua Guatemala, o en Sevilla en España y ven, no uno, sino miles de personas con trajes de cucuruchos cargando cruces, pues en su memoria acá, trae recuerdos de una época vergonzosa en este país con el tema de la discriminación racial. A veces es importante tener el contexto cultural, y por supuesto informarse al lugar que uno va y evitar cometer este tipo de errores, tanto como el que viaja como el que recibe visitantes de otros lados.
Aunque Martín Aguirre está de vacaciones esta semana, quería aprovechar para agradecerles a nuestros lectores por seguirnos y leernos. Se, que no a todos les gustan nuestros comentarios, pero acá por lo menos tratamos de mostrarles nuestro punto de vista de manera honesta y abierta y creemos que Hispanoamérica tiene muchísimo potencial y que solo si buscamos soluciones diferentes, el cambio se dará. Nuestro continente tiene una rica, diversa e histórica cultura que tenemos que conocer y apreciar, no todo es malo como a muchos gusta decir, y si bien deberíamos de sentirnos orgullosos de nuestras raíces hispanas, también deberíamos de estar abiertos a ver y tratar de descubrir qué podemos mejorar y copiar de otros lados donde el desarrollo ha llegado antes sin perder nuestra esencia y nuestros valores. Si dejamos en el pasado lo que hemos hecho mal, rescatamos nuestra cultura y sentimos orgullo por lo bueno que tenemos y por así decirlo, quemamos lo malo y nos reinventamos podremos lograr el tan ansiado desarrollo y el florecimiento humano de nuestra región.
¡¡¡Feliz 2025!!!
P.S. Buscando imágen con la que adornar el comienzo de este comentario, encontré este interesante artículo publicado en el New York Times donde revela se cuenta un poco más de esta tradición. Está en español el artículo por si les interesa seguir leyendo al respecto.
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