No, Marx no fue un economista importante
La semana pasada se desató una inusual polémica en las redes sociales cuando el economista Ben Golub puso en duda la necesidad de que los estudiantes de economía lean a autores “clásicos” como Adam Smith y Karl Marx para considerarse expertos en la disciplina. En un tuit viral, el profesor de inglés Alex Moskowitz citó la inquietud de Golub y aprovechó para lanzar una crítica generalizada: “La economía no es una disciplina real… porque no ha relatado adecuadamente sus propios métodos de producción de conocimiento”. Moskowitz subrayó que “el conocimiento de la historia de la propia disciplina es esencial para comprenderla”, convencido de haber identificado una falla fundamental en la economía. Luego, comparó esta omisión con la de un sociólogo que nunca hubiera leído a W.E.B. Du Bois o un psicólogo que no estuviera familiarizado con Sigmund Freud.
El desafío de Moskowitz revelaba involuntariamente su propio desconocimiento de la historia de la economía. Aunque pocos economistas negarían a Adam Smith el lugar que le corresponde en la fundación de la disciplina moderna, la principal queja de Moskowitz se refería al rechazo de Karl Marx por parte de Golub. El problema proviene de una percepción errónea de Marx en la mayoría de las disciplinas humanísticas. Para Moskowitz, Marx es una figura de época en el desarrollo de la teoría económica y, por tanto, es “necesario” para comprender la historia de la disciplina. Sin embargo, para casi cualquier historiador competente del pensamiento económico, Marx nunca fue más que una figura periférica en la profesión económica.
No hace falta que se fíen de mi palabra. El famoso economista progresista John Maynard Keynes estaba de acuerdo. En 1925, Keynes visitó la Unión Soviética como parte de una delegación de distinguidos académicos del Reino Unido. Se reunió con destacados pensadores marxistas, entre ellos León Trotsky, que expresaron su esperanza de que Keynes condujera a Gran Bretaña en una dirección socialista. Tras su retorno a Cambridge, Keynes hizo una valoración muy distinta de los economistas marxistas con los que se encontró. Los economistas soviéticos, escribió, habían establecido El Capital de Marx como su “biblia, por encima y más allá de toda crítica”. Para Keynes, sin embargo, la obra magna de Marx no era más que “un libro de texto económico obsoleto que sé que no sólo es científicamente erróneo, sino que carece de interés o aplicación para el mundo moderno”.
Keynes repetiría esta valoración casi una década más tarde en correspondencia con el dramaturgo George Bernard Shaw, que visitó Rusia y regresó envuelto en una profusa controversia tras cenar con Stalin. “Sea cual sea el valor sociológico” de El Capital, escribió Keynes, “estoy seguro de que su valor económico contemporáneo (aparte de ocasionales, pero poco constructivos y discontinuos destellos de perspicacia) es nulo”.
¿Por qué un gigante de la economía progresista acusaría de esta manera a Karl Marx? Sencillamente, Keynes entendió lo que la mayoría de los profesores de inglés modernos aún no han comprendido. Cuando Marx escribió El Capital en 1867, adoptó una anticuada teoría del valor que identificaba las mejoras del trabajador en un bien como la fuente de su valor económico.
Para Marx, la teoría del valor-trabajo no era sólo una herencia incidental de economistas clásicos anteriores como Smith y David Ricardo. Era la piedra angular de todo su sistema económico. Marx utilizó la noción de las mejoras añadidas por el trabajador a un bien para derivar su propia teoría de la “plusvalía”, supuestamente la diferencia entre la venta de un bien final y el costo que insumió su producción. Para Marx, el trabajador era privado de esta “plusvalía” por los propietarios de las fábricas, que remuneraban mal a su mano de obra en relación con su contribución productiva. Sólo levantándose y apoderándose de los medios de producción, teorizó Marx, podría el trabajador poner fin a este perpetuo estado de ‘explotación” por parte de las clases capitalistas.
La teoría de Marx siempre ha resultado atractiva para quienes buscan una justificación para el socialismo revolucionario, entre ellos los profesores de humanidades modernas. Como una teoría económica, sin embargo, nunca formó parte de la corriente dominante. Tampoco tuvo una influencia significativa en el desarrollo de la disciplina. Sólo cuatro años después de que Marx escribiera El Capital, los economistas William Stanley Jevons, en Gran Bretaña, y Carl Menger, en Austria, revolucionaron simultáneamente la disciplina económica al resolver el problema clásico del valor. Al menos desde la época de Smith, los economistas han observado una paradoja en la teoría del valor-trabajo. Aunque intuitivamente parecía describir ciertos patrones rutinarios de producción, no podía explicar por qué ciertos bienes variaban ampliamente de valor dependiendo de las circunstancias de una transacción. Consideremos, por ejemplo, el valor de una botella de agua en el desierto frente a la misma botella de agua en una tienda de una gran ciudad. Como dedujeron Jevons y Menger, el valor de un bien no procede de características “intrínsecas” como el trabajo realizado para fabricarlo, sino de las preferencias subjetivas de las partes de una transacción, tal como se ejercen al margen o en la ocasión del intercambio.
Jevons y Menger publicaron sus soluciones en 1871, desencadenando lo que se conoció como la “revolución marginalista” de la economía. Los desarrollos posteriores en este campo corroboraron la teoría subjetiva o marginal del valor, desplazando de hecho a la antigua teoría del valor-trabajo a finales del siglo XIX. Dado que Marx construyó todo su sistema en El Capital en torno a la teoría del valor-trabajo, su texto quedó obsoleto pocos años después de su publicación, de ahí la crítica de Keynes.
De hecho, la mayoría de los economistas contemporáneos de Marx ni siquiera prestaron atención a El Capital en el momento de su publicación ni durante muchos años después. Cuando el economista marginalista Philip Wicksteed lo leyó en 1884, escribió una crítica “jevoniana” feroz contra Marx debido a su defectuosa teoría del valor. Otros problemas en el sistema de Marx se hicieron evidentes hacia finales de esa década, especialmente cuando Marx luchó por resolver lo que se conoció como el “problema de la transformación”. En el sistema de Marx, el trabajo se utiliza tanto como insumo de producción como un bien valorado, lo que genera en la práctica una circularidad matemática . Los intentos de Marx por resolver este dilema en las notas que fueron publicadas póstumamente y que se convirtieron en los volúmenes 2 y 3 de El Capital fueron generalmente considerados insatisfactorios.
A finales del siglo XIX, la mayoría de los economistas habían examinado los argumentos de Marx y habían descubierto que se encontraban socavados por sus contradicciones internas. En su clásico libro de texto de 1890, Alfred Marshall describió la teoría del valor de Marx como “argumentando en un círculo completo”. Para Marshall, Marx asumía los mismos argumentos que pretendía demostrar escribiéndolos en sus premisas, y luego oscureciendo el acto al mantenerlos “envueltos en misteriosas frases hegelianas”. En 1898, Eugen von Boehm-Bawerk, un estudiante de Menger, publicó una disección de El Capital que analizaba sus incoherencias internas.
A principios del siglo XX, Marx se encontraba en un callejón sin salida dentro de la profesión económica. En 1920, el economista Thomas Nixon Carver resumió de esta manera la reputación de Marx entre los economistas:
Ningún economista acepta hoy ni uno solo de los dogmas de Marx. Su interpretación materialista de la historia es rechazada incluso por la mayoría de los socialistas; su teoría del valor-trabajo es anticuada e inadecuada. Su teoría de la plusvalía es infantil. Su teoría de las crisis comerciales sigue siendo defendida por algunas personas vociferantes pero desinformadas, a pesar de que es un absurdo lógico. Su teoría de la concentración del capital, según la cual el capital tiende a concentrarse cada vez más en manos de un número cada vez menor de personas, simplemente no funciona de hecho.
Carver impartió en Harvard el único seminario avanzado sobre economía socialista, lo que le convirtió en uno de los mayores expertos de la profesión en la materia. Otros compartían su valoración. Francis Y. Edgeworth, editor del Economic Journal (la principal publicación académica de la profesión a principios del siglo XX), expresó su “simpatía por quienes sostienen que las teorías de Marx están por debajo de la atención de un escritor científico”. Para Edgeworth, la profesión económica sólo respondía a Marx por necesidad porque la “refutación de las falacias imperantes siempre se ha reconocido como parte de la competencia del economista”.
Gran parte de esa necesidad surgió de un único acontecimiento político externo. En 1917, un pequeño pero ferviente grupo de seguidores de Marx aprovechó la inestabilidad política en Rusia para llevar a cabo un golpe de Estado y tomar el control del gobierno de una gran potencia mundial. Con la Revolución Bolchevique, Vladimir Lenin no solo proclamó el primer Estado marxista del mundo, sino que también abrió el tesoro ruso para promover y difundir las teorías económicas marxistas que la corriente principal de la profesión económica ya había rechazado por completo. En los años siguientes, el impulso soviético hacia el marxismo lo resucitó de una posición de marginalidad y rechazo en el campo económico, catapultándolo a la corriente académica dominante, aunque principalmente en disciplinas ajenas a la economía.
Como lo revelan las evaluaciones de Keynes en 1925 y nuevamente en 1934, la mayoría de los economistas, incluidos los de izquierda, continuaron juzgando duramente las contribuciones económicas de Marx, incluso después de que comenzaran las campañas propagandísticas soviéticas. Este consenso fue reflejado por el economista keynesiano y futuro premio Nobel, Paul Samuelson, en 1962, durante su discurso como presidente de la American Economic Association, cuando afirmó: “Desde el punto de vista de la teoría económica pura, Karl Marx puede ser considerado un post-ricardiano menor”. De manera similar, las valoraciones críticas de las contribuciones económicas de Marx han seguido siendo una constante en la disciplina, desde su primer análisis en el siglo XIX hasta la actualidad.
Es cierto que un pequeño número de economistas marxistas siguen escribiendo en la línea de Marx casi 150 años después de la publicación del Capital. Algunos todavía intentan resucitar la teoría marxiana del del valor-trabajo, mientras que otros sostienen que puede eludirse derivando la “explotación” del trabajador hacia otros márgenes. Sin embargo, sin excepción, los economistas marxistas modernos operan en la periferia heterodoxa extrema de la disciplina. Citando a George Stigler, otro premio Nobel que mantuvo un interés en la investigación en la historia de su campo, “la tradición marxista-sraffiana representa una pequeña minoría de los economistas modernos, y que sus escritos no tienen prácticamente ningún impacto en el trabajo profesional de la mayoría de los economistas de las principales universidades de lengua inglesa”.
Al igual que con la crítica de Keynes, es poco probable que la evaluación de Stigler encuentre apoyo en los departamentos de humanidades, donde los académicos se aventuran rutinariamente fuera de su especialidad y presentan a Marx como un pensador económico preeminente. Para los académicos marxianos modernos, los juicios de Marshall, Edgeworth, Carver, Keynes, Samuelson y Stigler también pueden ser desechados como “economistas burgueses” o “neoliberales” o algún otro apelativo peyorativo. Pero no se trata tanto de argumentos como de ejercicios de manipulación entre los ideológicamente comprometidos.
Dentro del campo de la economía, Marx sigue siendo una no-entidad por la sencilla razón de que sus teorías no han resistido el escrutinio de otros profesionales de la disciplina. No sólo no han superado la prueba del tiempo, sino que nunca llegaron a arraigar entre los economistas debido a las deficiencias del sistema de Marx en sus inicios. Cuando un profesor de inglés como Moskovitz se aventura lejos de su ámbito de investigación y declara que Marx fue una figura preeminente en la historia de la economía, sólo revela sus prejuicios ideológicos sin aportar nada sustancial a la disciplina que pretende criticar.
Traducido por Gabriel Gasave
- 23 de julio, 2015
- 28 de diciembre, 2009
- 15 de abril, 2019
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