La nueva utopía libertaria que busca redefinir el concepto de país
Las fronteras del mundo parecen inamovibles. Los países, con sus respectivas formas de gobierno, son estructuras establecidas que superan el paso del tiempo. En ese contexto, los océanos, las aguas internacionales, se proyectan como un escenario posible para la última quimera libertaria: vivir en el mar, con nuevos acuerdos de convivencia, con nuevos estilos de gobernanza que pretenden redefinir el concepto de país vigente.
El seasteading (del inglés “homestead”, establecerse en un lugar, y “sea”, mar) propone construir comunidades flotantes permanentes en aguas internacionales. Las ciudades marinas, antaño un sueño imposible, pronto podrían ser una realidad gracias a avances tecnológicos y en materiales de construcción. Más del 70% de la superficie terrestre es un océano sin soberanía estatal, un lienzo azul donde estos proyectos podrían prosperar.
“Es más fácil proporcionar libertad con una tecnología que con una ideología”, aseguró Joe Quirk en una entrevista con Infobae. Quirk preside la organización sin fines de lucro The Seasteading Institute. Lidera un movimiento que ansía expandir el modo en que pensamos la gobernanza, la libertad y la habitabilidad del planeta.
Para él, el seasteading no solo es una apuesta por la innovación, sino una vía hacia un nuevo contrato social: comunidades donde las personas puedan trasladar sus hogares y negocios a lo largo y ancho del mar, elegir los servicios y el sistema de gobernanza que más les convenga. “Esto evitará monopolios y permitirá soluciones pacíficas”, afirmó.
El corto camino del seasteading, sin embargo, está signado por los vaivenes.. Con su conceptualización a principios de los 2000, el movimiento siempre enfrentó críticas y escepticismo. Sus impulsores fueron poco menos que catalogados como lunáticos y las dudas en torno a la legalidad y viabilidad económica de su modelo estuvieron -y están- a la orden del día.
Aun así, la nueva utopía libertaria logró algunos avances, en especial en el sudeste asiático y América Latina. Empresas como Ocean Builders en Panamá y ArkPad en Filipinas ya construyeron los primeros prototipos de hogares flotantes permanentes, que por ahora están destinados a una elite económica por sus altos costos.
一¿Cómo se puede equilibrar la visión idealista con las realidades prácticas y políticas?
一La visión de la colonización marina es impulsar la evolución en la gobernanza 一respondió Quirk一. La primera tecnología práctica es una casa que pueda flotar permanentemente en el océano. Ya existen algunos ejemplos concretos.
一¿Qué modelos de gobierno imagina para las comunidades autónomas en el océano?
一Dependerá de las personas que construyan los asentamientos marinos. Espero que decenas de miles de habitantes aporten soluciones de gobernanza que ahora no podemos imaginar. Cuanta más diversidad de soluciones de gobernanza tengamos, más personas estarán satisfechas.
Uno de los conceptos más llamativos del seasteading es su presunto potencial para democratizar el poder. Al igual que los cruceros ofrecen un modelo de “gobernanza privada en el mar”, las ciudades flotantes permitirán experimentar con distintos sistemas políticos y económicos, alejado de las imposiciones y normativas de los distintos Estados tradicionales.
La idea de una libertad total puede sonar utópica, pero también plantea interrogantes. ¿Cómo se manejarán los recursos y los conflictos? ¿Cómo se abastecerán los asentamientos marinos? ¿Tendrán acceso a servicios educativos y de salud? ¿Podrán subsistir en el tiempo? Para Quirk, el secreto está en fomentar una competencia saludable entre los nuevos modelos de gobernanza, lo que podría llevar a soluciones innovadoras y sostenibles.
Por supuesto, también hay quienes cuestionan el impacto ambiental de las futuras comunidades flotantes. Aunque los seasteaders defienden que sus proyectos serán ecológicos y respetuosos con la biodiversidad marina, sus detractores cuestionan con razón que cualquier intervención humana en el océano conlleva riesgos.
El sueño del seasteading no es nuevo. Desde las ciudades sumergidas de Julio Verne hasta las plataformas petroleras adaptadas como residencias, el sueño por conquistar el océano se repite en la historia. Lo que distingue al movimiento actual es su base tecnológica y su filosofía libertaria. No se trata solo de vivir en el mar, sino que ellos pretenden redefinir qué significa ser ciudadano en el siglo XXI. Incluso redefinir el concepto mismo de país.
“Los cruceros son el mejor ejemplo de lo que podemos lograr. Solo necesitamos hacerlos más pequeños, más baratos y que floten permanentemente”, considera Quirk. Y es cierto que, al compás del desarrollo de las primeras ciudades flotantes, avanza la puesta a punto del primer barco que pretende formar una comunidad permanente en el mar.
Vivir en un barco
Despertarte una mañana y tener a la Torre Eiffel en el horizonte. Despertarte algunas semanas después y navegar sobre las aguas cristalinas del Caribe. Esa es la promesa de Freedom Ship, un proyecto que busca construir la primera ciudad flotante móvil del mundo. Más que un simple barco, se trata de una megaestructura que albergará hasta 60.000 residentes permanentes y decenas de miles de visitantes diarios, lo que replantea la idea de hogar y comunidad.
“Nuestra misión no tiene una base libertaria per se, pero estamos aprovechando nuestra movilidad para ofrecer a los habitantes y visitantes la ‘libertad’ de diversas entidades reguladoras presentes en las comunidades terrestres”, explicó Roger Gooch, CEO de Freedom Ship, en diálogo con Infobae.
El concepto central de Freedom Ship es la movilidad. No será una ciudad estática flotando en un lugar fijo del océano, sino una ciudad en movimiento que dará vueltas al mundo. “El lugar de encuentro de la ciudad es móvil. Hará escala en alta mar frente a más de cien puertos internacionales. Los habitantes no solo podrán visitar diferentes países, sino también llevar a cabo negocios y comercio en un entorno verdaderamente global”, advirtió Gooch.
Para los emprendedores, cree, representa una buena oportunidad. La rotación constante de residentes y visitantes crea un flujo continuo de clientes potenciales. “Los dueños de negocios podrán exhibir sus productos o servicios tanto a los ciudadanos del barco como a los más de 10.000 visitantes de corta estancia”, detalló.
Sin embargo, construir una ciudad de estas dimensiones -1.371 metros de largo, 228 metros de ancho y 106 metros de alto- no está exento de desafíos. Gooch reconoció que el mayor obstáculo fue conseguir la capitalización necesaria para financiar un proyecto tan ambicioso. Aunque después de años de incertidumbre, asegura haber obtenido la financiación suficiente de “mercados extranjeros”.
La logística de operación también es un reto. Al igual que cualquier ciudad terrestre, Freedom Ship tendrá un sistema de gestión complejo que incluirá personal de mantenimiento, seguridad, y administración.
El diseño del barco está pensado para replicar una ciudad. Habrá escuelas, hospitales, mercados, bancos, lugares de entretenimiento, casinos y hasta instalaciones de investigación médica y fabricación ligera. Los suministros, desde alimentos hasta productos comerciales, serán entregados a diario mientras el barco esté amarrado frente a la costa de algún puerto internacional.
La movilidad del Freedom Ship no solo replantea la idea de comunidad, sino también la de ciudadanía. La vida a bordo estará regulada por las leyes del país en el que se registre el barco, aunque todavía no se definió cuál será. Luego los acuerdos de convivencia entre sus residentes marcará el estilo de vida dentro del barco. “Los servicios relacionados con la ciudadanía, como un sistema escolar y oportunidades para ocupaciones profesionales, serán altamente promovidos. Nuestra idea es ofrecer una libertad única, tanto en términos geográficos como regulatorios”, dijo Gooch.
El barco estará conectado con el mundo exterior. Para ello tendrá helipuertos y zonas para el aterrizaje y despegue de aeronaves. Freedom Ship promete ser un punto de encuentro entre lo tecnológico, lo práctico y lo visionario. La idea de una ciudad flotante, antes propiedad de la ciencia ficción, está próxima a concretarse. Su resultado, por ahora, es incierto.
Una micronación llamada Sealand
Si Freedom Ship representa el futuro de las ciudades flotantes, Sealand es el ejemplo más cercano de cómo la vida en el mar puede convertirse en un acto de independencia, al menos en términos retóricos. Ubicada en una plataforma marina frente a la costa de Inglaterra, la diminuta micronación es un experimento vivo de soberanía y espíritu libertario.
Sealand surgió en 1967 cuando Paddy Roy Bates, un excéntrico exmilitar británico, tomó posesión de una antigua plataforma de defensa militar en el Mar del Norte. Bates proclamó el territorio como un estado independiente. Desafió así la jurisdicción británica y marcó un precedente en la historia -siempre lindera al absurdo- de las micronaciones. Desde entonces, Sealand defendió su status con una mezcla de audacia, diplomacia e incluso enfrentamientos legales.
Ante la consulta de Infobae, un portavoz de Sealand destacó: “Sealand pasó de ser una audaz declaración de independencia a convertirse en una micronación reconocida mundialmente, que ofrece títulos, productos y servicios digitales al tiempo que mantiene su legado único de resiliencia y autodeterminación”.
A lo largo de los años, Sealand debió afrontar escollos que pusieron en jaque su continuidad, desde tormentas que amenazaron su pequeña infraestructura hasta intentos de invasión por parte de oportunistas. Sin embargo, más de medio siglo después de su fundación, sigue en pie gracias al ingenio y la determinación de sus habitantes, y el apoyo de una comunidad global que ve en la micronación un símbolo de independencia.
“Los desafíos incluyen mantener la infraestructura en condiciones hostiles, garantizar la seguridad y respetar el derecho internacional”, explicó el vocero. A pesar de eso, Sealand se convirtió con el tiempo en una fuente de inspiración para los impulsores del movimiento seasteading, que sueñan con asentamientos marinos más grandes y ambiciosos.
Es que la economía de Sealand es un ejemplo de creatividad, adaptación y -¿por qué no decirlo?- de aprovechamiento del chiste. La micronación se financia mediante la venta de títulos nobiliarios, como lord y lady, que atrajeron a fans de todo el mundo. También lanzaron un programa de ciudadanía electrónica y venden mercancías oficiales, desde banderas hasta monedas conmemorativas. “Son nuestros partidarios los que ayudan a sostener nuestras operaciones y legado”, afirmó el representante.
Pero, más allá de su economía, Sealand encontró un lugar en la historia como pionera de la independencia en el mar. Su modelo inspiró a proyectos que buscan replicar su espíritu de innovación y autosuficiencia a una escala mucho mayor. “Sealand inspira la creación de asentamientos marinos al mostrar independencia e innovación en el mar”, agregó el portavoz.
A pesar de su tamaño ínfimo y sus recursos limitados, Sealand demostró que el océano puede ser más que un recurso o una barrera geográfica: que puede convertirse en un hogar. A medida que las comunidades flotantes afloren, que pasen de ser una idea teórica a una realidad, el mundo quizás pase a tomar más en serio a un movimiento cuyos impulsores reciben, hasta el momento, el mote de ilusos o lunáticos. Para quienes persiguen el ideal libertario, la frontera azul del océano dejó de ser una barrera para transformarse en el escenario de su última esperanza.
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