El odio como herramienta de construcción de poder
A lo largo de nuestra historia, los argentinos hemos tenido y tenemos varios líderes políticos que utilizan el odio como una herramienta de construcción de poder. En tal sentido y empleando un término “moderno” que se acostumbra usar en internet, específicamente en las redes sociales”, son “hater”, traducido al español “odiadores”.
Esa aversión hacia otros que no piensan o actúan como ellos quisieran, se convierte en una actitud en la gestión política que se transmite a buena parte de la sociedad, y esta la internaliza o la consiente como algo bueno en virtud que los individuos que no se ubican en sus ideas son enemigos, no son adversarios.
El odio es un sentimiento de rechazo hacia “el otro”, que sobretodo en el accionar político es de larga duración en el tiempo, es decir no es una fase emocional temporal; se transforma en ira, en un enojo intenso que provoca o altera las relaciones sociales.
Estamos viviendo épocas políticas en las que los hater dominan el escenario. No importa el signo político o la ideología, pueden ser opuestos, pero la inquina, la rabia, son alimentos del odio y una herramienta maquiavélica para construir el poder.
Friedrich Hayex (nobel de economía en 1974), refería que el socialismo comete una fatal arrogancia en cuanto creer que se puede organizar sistemáticamente la vida en sociedad a modo de una ingeniería social. Consideraba que el socialismo era un error intelectual. En el marco de ese error, entiendo que el socialismo colectivista conlleva en su génesis el sentimiento del rencor y el resentimiento, o sea del odio hacia otros; produciendo un daño antropológico en las personas, las cuales por goteo de educación doctrinaria incorporan esa ideología. Ahora bien, desde una postura contraria, la idea liberal política-económica sustentada en el orden espontáneo del mercado que pregona sanamente Hayex, no puede basarse en ese sentimiento destructor de la civilización para edificar poder.
Un liberal no puede percibirse como dueño de la verdad, menos aún propietario del ideario liberal y tratar de imponerlo con características mesiánicas evangelizadoras, rindiendo culto a un líder político que bajo el lema de “despertar leones” guía corderos disciplinándolos sin pensamiento crítico. Ergo, es una fatal arrogancia creerse dueño del valor de la libertad e imponerlo a su capricho como gestor de la vida social, con cimientos de intolerancia, falta de respeto e insultos hacia el otro que piensa u opina diferente; como asimismo menospreciando a las instituciones republicanas y democráticas. En ese contexto de maniobrar la política, cabe recordar la frase “un liberal asustado es un fachista en potencia”.
Los DNU y los vetos se han convertido con el transcurso de los años, en un instrumento útil para gestionar la política, son un artilugio “legal” para ejercer un poder ilimitado. Las leyes y los fallos judiciales reglamentan la puesta en práctica de nuestra constitución nacional con un disfraz simulador de respeto hacia la misma. ¿Qué diría Alberdi?
Los dos modelos políticos que están signando nuestra actualidad se auto perciben como únicos representantes de la voluntad popular, uno invocando al “pueblo” y otro a los “individuos”. Son dos modelos que grafican la imposibilidad de lograr puntos de contacto o de consenso alguno. El opositor es un enemigo y hay que eliminarlo es el credo. El espacio de convivencia se diluye, quedando excluido el diálogo.
Educar en las instituciones parece ser antiguo, es como estar fuera de foco ante el vertiginoso dominio de las redes sociales que subterráneamente cultivan las semillas del odio y la consecuente violencia social. Hacer daño a otro se instaló como deporte en las gestiones políticas. En ese rumbo, las armas tecnológicas son funcionales para difundir una nueva forma de entender el ejercicio del poder, estableciendo nuevos paradigmas al margen de las reglas institucionales.
Ninguno de los dos modelos ataca de raíz el verdadero y único mal que hace metástasis social, la falta de educación. Se la invoca, se la declama y se ignora a la educación. Solo la economía, nunca resuelta, fundamentada en ortodoxias y dogmas, rige la acción política, nunca la educación. La sociedad tampoco la valora y el político sabe que no la valora, por lo tanto no le pesa esa responsabilidad. Se olvidan que fue el valor de la educación la que sacó a nuestro país del atraso y lo colocó entre las primeras naciones del mundo entre fines del siglo XIX y principios del XX.
No podemos continuar anestesiados por líderes que entienden que son salvadores de nuestras vidas como si fueran emperadores que nos manipulan para librar una supuesta “batalla épica”. Debemos despertar alguna vez y presionar a los políticos para que la educación, como valor en sí misma, sea la que edifique una nueva matriz cultural en la cual no surjan odiadores (hater).
La mitad del país está en línea de pobreza e indigencia, con probabilidad que se acreciente esa realidad. No podemos permitir que esa tragedia se calcifique malignamente y sea irreversible. Por el momento, odio mediante, nada indica un derrotero educador que cambie esa debacle.
El autor es abogado y presidente de la Fundación LibreMente de la Ciudad de San Nicolás, Buenos Aires, Argentina.
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