Europa se ha alejado de la libertad que en parte inventó
Algún día alguien escribirá un gran libro rastreando los lugares donde, a lo largo de varios milenios, se encendió la luz de la libertad -política, cultural, económica y religiosa- y aquellos lugares donde se apagó.
Un libro así podría comenzar con las reformas de los Urukagina en Lagash, en el actual Irak, en el año 2400 a.C., y luego en el antiguo Perú, donde la civilización Caral aparentemente renunció a la guerra en favor del comercio pacífico hace 4.500 años. Nos hablaría de la libertad bajo la dinastía Han en China hace 2.000 años, de los antiguos griegos y romanos, del islam medieval, del primer parlamento del mundo en Islandia, de la Carta Magna de Inglaterra y del capitalismo alemán, francés, holandés e italiano, que más tarde desembocaría en la Revolución Industrial y luego en el milagro llamado Estados Unidos.
Si las cosas siguen como hasta ahora, la parte del libro dedicada al declive de la libertad quizás tenga que contarnos cuándo y cómo Europa perdió la fe en la libertad a la que tanto había contribuido.
La reapertura de la catedral de Notre-Dame en París ha dado lugar a una celebración de Europa, la civilización cristiana y Occidente en muchas partes del mundo. El problema es que Europa ha estado en declive desde hace tiempo: en lo político, debido a la falta de liderazgo y visión; en lo económico y social, en virtud del fracaso de su modelo socialista; en lo cultural, por la pérdida de fe en los valores que la convirtieron en la cuna de la libertad y el capitalismo; y en lo moral, a raíz del resurgimiento de los extremistas.
Hace unos años, si preguntabas quién dirigía Europa, la respuesta habría sido Alemania. Si preguntabas sobre qué hombros descansaba la Unión Europea, la respuesta habría sido Alemania y Francia, con Gran Bretaña desempeñando un papel excéntrico pero significativo debido a su historia, peso económico y relación con Estados Unidos. Italia y España habrían ocupado un honroso segundo lugar. Hoy no hay una respuesta clara.
Alemania, que atraviesa una crisis persistente, y Francia, cuyo modelo se ha agotado y donde domina el colectivismo de izquierdas y nacionalista de derechas, no proyectan liderazgo ni autoridad, sino una imagen errática y confusa. La Europa escandinava no tiene peso suficiente para liderar, mientras que los países de Europa Central y Oriental han tenido un aire de superioridad en los últimos años debido a los fracasos de Europa Occidental. Sus modelos políticos antiliberales han parecido legitimados por unos resultados económicos superiores a los de sus vecinos en virtud de que sus gobiernos han intervenido menos en sus economías. (Polonia, donde ahora gobierna un gobierno más liberal, está intentando superar su legado autoritario).
En conjunto, Europa, que representa el 17% de la economía mundial, lleva años estancada. El 70% de brecha entre el PBI per cápita de Europa y el de Estados Unidos se explica por la bajísima productividad de la primera. Entre 2010 y 2023, la tasa de crecimiento acumulado del PBI fue del 34% en EE.UU. y sólo del 21% en Europa. Durante el mismo periodo, la productividad laboral en la eurozona sólo aumentó un 5%. Si la productividad no aumenta, ¿cómo haces crecer la economía? Aumentando la mano de obra. Pero la tasa de natalidad se ha desplomado, y la reacción en contra de la inmigración hace difícil llenar el vacío de esa manera. Este declive es en gran parte culpa del modelo socialista europeo, en el que el Estado gasta mucho más de lo que debería, perjudica a la empresa privada con sus enloquecedoras normativas y su constante injerencia política, y asfixia a la sociedad con impuestos y cada tendencia política. (En Alemania, las decisiones dictadas por una ideología medioambientalista han creado un desastre energético y afectado gravemente a la industria).
Los Estados europeos tienen déficits fiscales perpetuos y deudas colosales. En Francia y Bélgica el gasto público representa la mayor parte del PBI, lo cual es demencial. El declive económico no es la única causa de la tensión social y la frustración en Europa, ni de la degradación de la vida política. Otros factores están relacionados con los trastornos de la vida moderna y la globalización, con la inmigración y con la estupidez humana, que, en tiempos confusos como éstos, emerge bajo diversas formas. El wokismo y el nacionalismo son dos de las más evidentes.
En última instancia, el problema es que Europa se ha alejado de la libertad que en parte inventó.
Traducido por Gabriel Gasave
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