El origen de las ideas de Alberdi y la Constitución liberal
Siempre me ha interesado indagar en la genealogía de las ideas de grandes pensadores. Juan de Mariana fue influido por Francisco de Borja y éste de Gaspar Lax, Adam Smith proviene de Francis Hutchinson y este de Gershom Carmichael, Ludwig von Mises de Carl Menger y éste de Franz Brentano y así sucesivamente con los grandes maestros. No es cuestión de remontarse a Adán y Eva pero el recorrido intelectual de precursores de la sociedad abierta (para recurrir a terminología popperiana) resulta de gran provecho.
En el caso de esta nota periodística centro la atención en Juan Bautista Alberdi por ser el mayor artífice intelectual del extraordinario entramado de la constitución liberal de nuestro país en 1853/60 luego del único golpe militar exitoso, es decir el de Urquiza contra Rosas. En realidad ese fue el verdadero punto de partida de la independencia argentina puesto que como señaló Alberdi desde 1810 dejamos de ser colonia española para serlo de nuestros gobiernos en un recorrido pasmoso de trifulcas varias, constituciones fallidas, caudillismos inaceptables para finalmente caer en una atroz tiranía. Es indispensable que en el contexto de nuestra nota esto último sea recordado con algún detalle por lo cual estimamos imprescindible detenernos en este asunto crucial de la historia argentina que definió su futuro, aunque el antecedente estatista irrumpió con el yrigoyenismo, la decadencia marcada fue a partir del golpe fascista del 30 y muchísimo más a partir de la asonada militar peronista del 43 lo cual derrumbó el progreso hasta la presente situación que hoy afortunadamente marcha decididamente en dirección a retomar el espíritu alberdiano.
Escribe Juan González Calderón que “Rosas no consintió nunca en que lo estipulado en el Pacto Federal se cumpliera, y mantuvo al país bajo su despotismo durante veinte años” (en El general Urquiza y la organización nacional). Reasumió en 1835 con facultades extraordinarias y gobernó el país hasta 1852 bajo un régimen de terror en un sistema unitario centralizado por más que sus huestes se denominaron federales.
Es de interés citar opiniones autorizadas sobre Rosas —muchas de ellas tomadas de la recopilación de Bernardo González Arrili— lo cual pinta un panorama claro de su catadura moral y de los estragos realizados por su régimen. Bartolomé Mitre destaca que fundó “una de las más bárbaras y poderosas tiranías de todos los tiempos” (en Historia de Belgrano). Esteban Echeverría: “Su voz es de espanto, venganza y exterminio. ¡Que hombre! ignorancia y ferocidad. Ninguna grandeza de alma; pequeñez de alma, si cobardía” (en Poderes extraordinarios acordados a Rosas). Domingo Faustino Sarmiento: “Hoy todos esos caudillejos del interior, degradados, envilecidos, tiemblan de desagradarlo y no respiran sin su consentimiento [el de Rosas]” (en Facundo). Miguel Cané: “Salí de Buenos Aires, porque me pesaba sobre el alma la atmósfera política que la influencia de Rosas había formado en mi patria” (manuscrito citado en Miguel Cané y su tiempo de Ricardo Sáenz Hayes). Félix Frías: “Yo vi el espectáculo horrible de 60 indios fusilados por orden de Rosas en la plaza del Retiro en Buenos Aires. Los cadáveres de aquellos infelices, muchos de ellos con resto de vida, fueron amontonados en los carros, que los condujeron al panteón. Rosas se proponía por medio de esos espectáculos sangrientos enseñar la obediencia al pueblo de Buenos Aires. ¡Y cuantas veces ha sido preciso repetir aquella bárbara lección! […] En octubre del año 40 y abril del 42, la mazorca y los empleados de Rosas en bandas recorren día y noche las calles de Buenos Aires, degollando a los individuos cuyos nombres Rosas les ha dado. Cuando habían degollado 10 a 20 disparaban un cohete volador, señal a la policía para que mandase carros que llevasen al cementerio los cadáveres” (en La gloria del tirano Rosas).
Juan Bautista Alberdi: “los decretos de Rosas contienen el catecismo del arte de someter despóticamente y enseñar a obedecer con sangre” (en La República Argentina 37 años después de su Revolución de Mayo). José Manuel Estrada: “Ahogó la ciudad con la campaña, la revolución liberal con la escoria colonial y apoderado del gobierno por primera vez en 1830, hizo gala de su ferocidad. Enseguida volvió a la esfera campesina que adueñaba y se vinculó con los caudillos subalternos que más tarde sacrificaría a puñal o veneno: adhirió las masas, más íntimamente que lo habían estado jamás, a fuerzas de crueldades, de cinismo y de extravagancias […] La superabundante degradación llegó, el vaso rebosó su fetidez. La democracia bárbara, la soberanía numérica, la brutalidad moral exaltaron la encarnación más sombría de gaucho a una autocracia irresponsable (en La política liberal bajo la tiranía de Rosas). José Hernández: “Veinte años dominó Rosas esta tierra […] veinte años negó Rosas la oportunidad de constituir la República; veinte años tiranizó, despotizó y ensangrentó al país” (en “Discurso en la Legislatura de BuenosAires”). Ricardo Levene: “La opinión general, el sentimiento de la sociedad, consagró a Rosas árbitro de los destinos de la provincia de Buenos Aires y de toda la República. El ambiente social se fue formando en el sentido de consolidar la dictadura” (en Lecciones de historia argentina).Rosas desobedeció el cumplimiento del Pacto Federal y gobernó centralizando el poder bajo un régimen autoritario desde 1835 hasta 1852
José de San Martín: “Mi querido Goyo, es con verdadero sentimiento que veo el estado de nuestra desgraciada patria, y lo peor de todo es que no veo vislumbre que mejore su suerte. Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución contra los hombres más honrados de nuestro país” (en carta a Gregorio Gómez, septiembre 21 de 1839)..
José Ingenieros: “Rosas asoció las dos intolerancias; la política y la religiosa. Así encontró los resortes más íntimos de su dominación” (en Las ideas coloniales y la dictadura de Rosas).
Florencio Varela: “[El sistema rosista] consiste en que no tengamos hogar, ni propiedad, ni libertad individual; en que la mitad de de una generación se pase con las armas en la mano; en que los campos no se cultiven, y la educación se abandone, y ningún trabajo útil se emprenda, y los principios de la moral se vayan poco a poco abandonando, hasta desaparecer” (en Rosas y su gobierno). Sin duda que esta selección de textos es insignificante al lado de todo lo escrito sobre esta tiranía abyecta…todavía resuenan las palabras condenatorias de escritores de la talla de José Mármol y de Jorge Luis Borges para mencionar solo dos plumas adicionales de distintas épocas en una galería de opiniones que se extiende por doquier.
Alberdi y sus colegas fueron decididamente influidos por el notable Diego Alcorta que entre la bibliografía disponible cabe destacar el formidable estudio preliminar de Félix Weinberg a la suculenta recopilación de documentos titulada El salón literario de 1837. En esa introducción se consigna que en el ingreso al entonces Departamento de Jurisprudencia de la Academia de Buenos Aires, prolegómeno de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, el autor escribe que “Se agranda por entonces la figura de Diego Alcorta titular de filosofía en el departamento de estudios preparatorios, quien guiaba a sus discípulos”. Alcorta era médico cirujano -la Sociedad Argentina de Humanismo Médico estableció el Premio Diego Alcorta- pero se interesó por la filosofía liberal debido a la influencia de Juan Crisóstomo Lafinur (tío bisabuelo de Borges), oriundo de San Luis pero que dictó clases en Tucumán, Mendoza y Córdoba y tempranamente lo tuvo de alumno a Alcorta en el Colegio de la Unión del Sur en su cátedra de filosofía.
La referida cátedra de Alcorta en la entonces Academia de Buenos Aires se denominaba Ideología, una palabreja hoy muy poco recomendable aunque en esa época se asimilaba a la inocente definición del diccionario en cuanto a conjunto de ideas, separada de la “falsa conciencia de clase” machacada por el marxismo y de la generalizada visión de algo cerrado y terminado lo cual está en las antípodas del conocimiento y del espíritu liberal. Precisamente, Alcorta en el contexto de sus clases y recomendación bibliográfica reiteraba que la tradición liberal está íntimamente atada a los procesos evolutivos y a la búsqueda de nuevos paradigmas, abierto siempre a posibles refutaciones.
Alcorta no solo disertaba en las aulas universitarias sino que mantenía reuniones y dictaba seminarios en las casas particulares de Alberdi y su grupo de amigos. Mantenían relaciones amistosas entre profesor y alumno. En su Autobiografia Alberdi relata sus estudios de autores de la talla de Monesquieu, Condillac, Locke, Constant, Tocqueville, Adam Smith, J.B. Say, Madam de Staël, Joseph Story y otros.
Nunca se sabrán los contrafácticos de cómo hubiera resultado la historia argentina si Alberdi y sus amigos intelectuales no se hubieran topado con maestros como Diego Alcorta pues giraban profusamente en la época obras como las de Jean-Jacques Rosseau que fueron exploradas por nuestros personajes pero con los debidos recaudos y anticuerpos. El último curso de Alcorta -ya no dirigido a sus ex discípulos alberdianos- fue en la clandestinidad sobre Rosas, en plena época de la dictadura.
Merced a la influencia inicial de Alcorta el ideario alberdiano pudo propagarse a partir del célebre libro enviado a Urquiza que desembocó en el juramento constitucional que hizo que nuestro país fuera el aplauso y la admiración del mundo con una situación social que se tradujo en salarios e ingresos en términos reales del peón rural y del obrero de la incipiente industria superiores a los de Suiza, Francia, Italia y España a la altura de los de Inglaterra por lo que la población de inmigrantes se duplicaba cada diez años. Seguramente el mejor resumen del pensamiento de Alberdi consiste en esta cita del tucumano: “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra”.
Y no solo Alberdi influyó en tierra argentina sino que luego de obtener su título de abogado en Uruguay pues se negó a jurar en Buenos Aires por Rosas como era la obligación del momento, se radicó en Chile y desde Valparaiso le sugirió a su amigo Félix Frías, en aquel momento corresponsal de El Mercurio en Paris, que lo contrate al profesor Courcelle-Seneuil para enseñar en Chile quien fue el primer profesor liberal en el país transandino en el que se radicó durante ocho años. Como una nota al pie y para cerrar comento que en 2010 la Universidad del Desarrollo de Santiago publicó mi libro Jean Gustave Courcelle-Seneuil. Un adelantado en Chile.
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