El sindrome de la balanza comercial favorable
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Imaginemos que, al pasar, oímos a un padre aconsejarle a su hijo que cuanto más se esfuerce en estudiar y más bajas calificaciones obtenga a cambio de su empeño, será más beneficioso para él. O que escuchamos a alguien vanagloriarse acerca de que cada vez sus jornadas laborales son más largas y extenuantes, pero que felizmente como contraprestación por su trabajo puede adquirir menos bienes y servicios. Posiblemente nos preguntaríamos seriamente si no ha llegado el momento de consultar a un buen otorrinolaringólogo poniendo en duda nuestra propia capacidad auditiva.
En los hechos, idénticas situaciones reñidas con la lógica, tienen lugar cuando permanentemente se nos apabulla con el argumento de que la situación ideal de un país sería aquella en la cual lograra maximizar la capacidad exportadora, al tiempo que redujera al mínimo las importaciones. Es decir, cuando consiguiera alcanzar lo que se conoce comúnmente como una “balanza comercial favorable”.
Por ejemplo, actualmente la administración Trump percibe que Estados Unidos es víctima de un déficit comercial sumamente perjudicial, lo que lo ha llevado a imponer aranceles y restricciones a diversos países. En Washington se afirma que sus socios comerciales han incurrido en prácticas desleales, como subsidios estatales, manipulación de divisas y barreras no arancelarias, las cuales han ampliado la brecha entre importaciones y exportaciones. Entre las diversas medidas adoptadas, se encuentra un decreto que impone un arancel del 25 % al acero y aluminio de Argentina. El propio Trump justificó la decisión afirmando que con esa nación “tenemos un pequeño déficit, como con todos”.
Al margen de señalar que ni las montañas rocosas ni la pampa compran y venden, pues tales actividades implicarían actuar y eso solamente pueden hacerlo los seres humanos, sino que las transacciones siempre son efectuadas por individuos específicos que circunstancialmente residen a un lado y otro de la frontera, corresponde hacer algunos comentarios respecto de lo que podemos denominar “slogans pro-exportadores”, conforme los cuales curiosamente cuanto más entregamos y menos recibimos, mejor estamos.
Pese a lo insólito de la misma, esta creencia no es ni nueva ni original. Los mercantilistas en el siglo dieciséis ya afirmaban que en toda transacción comercial siempre había una parte que resultaba beneficiada y otra que llevaba las de perder. Según sus argumentos, el vendedor era quien resultaba favorecido pues a cambio de los productos o servicios que ofrecía, recibía dinero, en aquel entonces metales preciosos, que para esa corriente de pensamiento económico constituía la verdadera riqueza, ya que exclusivamente consideraba el aspecto monetario de la transacción, sin importar la subjetividad de las valoraciones de las partes involucradas. Llevando este razonamiento al plano del comercio internacional, sostenían que lo más conveniente para una nación era exportar, debido al ingreso de divisas que provocaba, a la vez que las importaciones le representaban un grave perjuicio.
A tal punto estas ideas se encuentran arraigadas en muchas personas, que es común que el acto de comprar sea visto casi como una desgracia, esperándose de parte del vendedor al menos un “gracias por su compra”, en virtud de que aparentemente él sería el único beneficiado, sin cavilar que también correspondería por parte del adquirente un “gracias por su venta”, al recibir por su dinero mercancías de las cuales sería imposible para él autoabastecerse.
Por otra parte, enfrentamos el hecho de que las necesidades humanas son infinitas, mientras que los recursos para satisfacerlas son siempre escasos con relación a ellas. Por tal motivo, cuantos más recursos estén a nuestra disposición, mejor será nuestra calidad de vida, al ir satisfaciendo un número cada vez mayor de necesidades. Esos recursos disponibles serán aquellos bienes y servicios que producimos o que nos brinda la naturaleza más los que adquirimos de otros, menos los que a su vez vendemos a terceros. De esta rudimentaria ecuación se desprende que cuanto mayores sean nuestras compras y más reducidas nuestras ventas mayor disponibilidad de recursos habrá y por ende más agradable será nuestra existencia.
Lo que queremos significar es, que, si se trata de colocarnos en una situación ideal, sería aquella en la cual nos fuese posible poder comprar todo lo que se nos antoje, sin necesidad de tener que realizar venta alguna. Sería grandioso ir por la vida comprando mucho a cambio de entregar poco o nada. ¿Quién no querría hoy en día arrasar con todo lo que se ofrece en un gran centro comercial sin tener antes que vender su trabajo en el mercado a fin de conseguir el dinero necesario? Utilizando el poco feliz ejemplo macroeconómico de colocar al país como sujeto actuante, lo ideal para cualquier nación sería estar todo el tiempo importando, sin tener que exportar ni tan siquiera una semilla.
Como nadie nos ha de regalar nada y tampoco es nuestra intencion recurrir al robo como medio de vida, no nos queda otra alternativa que vender (exportar) para luego poder comprar (importar). Sin embargo, es importante destacar que, en este enfoque, las ventas son un medio para mejorar nuestro bienestar, no un fin en sí mismo, como si fuera una absurda carrera por ver quién lanza más productos al exterior sin un propósito claro.
En síntesis, la verdadera balanza comercial depende de decisiones individuales y de las circunstancias específicas de cada persona. La misma encuentra un equilibrio natural cuando se intercambian libremente bienes y servicios, de acuerdo con la conveniencia de ambas partes en la transacción. Y si por alguna razón, ya sea una inclinación por las finanzas públicas o un espíritu corroído por el nacionalismo, alguien estima pertinente que vale la pena dedicar tiempo y energía a ocuparse de registrar en cada momento cómo evoluciona la balanza comercial dentro del territorio nacional, el principio será el mismo. Cuando y cuánto importar y exportar a nivel general, dependerá en última instancia de la relación precios internos versus precios en el exterior.
El mensaje que nos transmite este renovado frenesí por alcanzar un saldo comercial favorable es que aquellos que no toman en cuenta las lecciones del pasado están condenados a tropezar con los mismos errores.
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