¿Occidente en decadencia?
¿Son la razón y la fe compatibles? Esta es la pregunta que nos presenta Sam Gregg en su libro Razón, Fe y la lucha por la civilización Occidental donde nos hace un recorrido desde la antigüedad hasta los tiempos modernos sobre los nexos que hay entre la razón y la fe y lo que quiere decir o significa Occidente. Occidente como tal es más que un concepto geográfico y que no necesariamente se alinea con las civilizaciones que se encontraban en la cuenca del mediterráneo. Es algo que conforme evoluciona va traspasando fronteras. Tenemos en sus orígenes a los griegos, sus diversas escuelas filosóficas como los estoicos y a los Romanos en su origen. Pero también cuenta con el legado de los cristianos que se incorpora a esa civilización, al principio vistos como enemigos de esa tradición, aunque más tarde incorporados y que terminan humanizando el concepto de Occidente con la fe de Cristo.
Tal vez el principal problema de occidente no sea el económico y el político, sino más bien ese delicado balance entre razón y fe. Gregg un gran admirador del Cardenal Ratzinger, más conocido como el Papa Benedicto XVI sigue el esquema planteado por el, de que cosas como el Marxismo, y el Nazismo son parte del pensamiento de Occidente, pero son patologías de la razón y de la fe que demuestran lo que puede ocurrir cuando se da este desbalance entre razón, fe y se niega esta última. Por otro lado, tenemos la fe de Mahoma del mundo islámico donde vemos otra patología donde solo la fe tiene preponderancia y el uso de la razón es más bien limitado y siempre por debajo de la fe incluso si esta la contradice. Esa fe es más que nada incompatible con Occidente al resultar puro sentimiento y creencia sin respeto alguna por la dignidad del ser humano.
Para los cristianos la fe va de la mano de la razón que es parte de la herencia Greco-Romana de nuestra civilización. Occidente confiere mucho valor al concepto de libertad, o puesto de otro modo la minimización de las restricciones innecesarias. Es un compromiso con la búsqueda de la verdad. Es la capacidad de la mente para aprender la verdad, a través de la experiencia y del pensamiento razonado, el uso del método socrático. De usar la mente para perfeccionarnos libremente incluso del uso de fármacos o sustancias que nublan nuestra capacidad de raciocinio y que buscan el mejoramiento del individuo. Edward Gibbon hablaba de la “libertad racional” es decir nuestras pasiones están reguladas por la razón y no en control de nuestra voluntad. Otro concepto muy importante dentro de esta cosmovisión de Occidente es la búsqueda de la implantación de la justicia, dar a cada uno lo justo y obrar con corrección y sin abusos.
En Occidente gracias a esa fe y esa visión del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios, articulada primero por el judaísmo en el libro del génesis y luego reforzada por el cristianismo con el mandamiento nuevo del “amaos los unos a los otros”, inculcado hasta la raíz en el pensamiento cristiano y occidental, que hace posibles avances como la eliminación de la esclavitud, que era parte de la estructura productiva del mundo romano y que reaparece nuevamente en el renacimiento mostrando su cara horrible y tal vez más violenta, que la de la antigüedad, la esclavitud a los pueblos del Africa. La esclavitud tampoco es una invención en su versión moderna de Occidente sino más bien un retroceso a costumbres erradicados, pero mantenido en la mentalidad occidental por culpa de la esclavitud ejercida por el mundo musulmán a las poblaciones cristianas sometidas en España y del norte de Africa y a los pueblos eslavos (esclavos) del este de Europa. Esta visión inicia su corrección con el descubrimiento de las américas y salva a las poblaciones indígenas de este azote, gracias a la profunda fe de Isabel la católica que desde su testamento prohíbe expresamente que se trate a las poblaciones aborígenes como esclavos. Más bien exhorta a que la fe sea transmitida de manera libre y voluntaria y crea un sincretismo con sus creencias ancestrales. El corolario de esta actitud cristiana de respeto a la dignidad humana causa la pausa casi total de la conquista en el reinado del nieto de la reina, Carlos I (V del Alemania) de España donde entra en duda la legitimidad de dicha conquista gracias a las denuncias de clérigos Franciscanos y Dominicos indignados por cómo se les trataba. Esto dio lugar a las famosas discusiones sobre la humanidad de las poblaciones autóctonas entre 1550-1551 y que tuvo una gran repercusión pues reforzó protecciones legales a los indígenas que existían desde 1512 con las leyes de Burgos, para evitar los abusos de los conquistadores. Esto da lugar a cosas que a veces olvidamos como la prohibición de trabajo sin remuneración, o jornadas de más de ocho horas, que en el resto de Occidente fueron recién asimiladas y reclamadas hasta mediados del siglo XIX en plena revolución industrial. Si bien la esclavitud en general para la población autóctona quedó prohibida, lamentablemente tomó unos cuantos siglos más que se extendiera dicho reconocimiento a todas las razas unos cuantos siglos más tarde. Es notable que la abolición de la esclavitud ocurrió primero en los países hispanos y católicos de las Américas mucho antes que en Estados Unidos.
Otro ejemplo de la influencia del pensamiento imbuido de esa visión de Dios con dos etapas claras fue la des divinización del estado y del mundo natural. Esto lo veríamos en su versión más temprana con la evolución de Roma como un imperio donde el Emperador era el estado y era elevado a la categoría divina, a luego evolucionar a un imperio cristiano sujeto a Dios y a la iglesia con la conversión de Constantino. Este proceso ya más moderno lo veríamos nuevamente en el siglo XIX al establecerse la separación del estado y la iglesia que había caracterizado a los estados nacionales y posterior evolución a los despotismos ilustrados. Cuando se trata de romper ese balance entre razón y fe, Occidente termina siendo también el origen de pensamientos e ideas que buscan contradecir la razón o las enseñanzas de la fe como el cristianismo y el judaísmo. Ahi tenemos al Marxismo y al Nazismo que nacieron no en Hispanoamérica, Asia o en Africa, sino más bien en Europa, en Occidente o el surgimiento de ideas abiertamente malvadas como la eugenesia, nacida en Estados Unidos a finales del siglo XIX, como parte del progresismo que creía equivocadamente que estaban de alguna manera mejorando y cuidando la salud genética y su consecuencia lógica el nazismo que se tomó Alemania en los 30’s y los arrastró a una de las más grandes tragedias de la humanidad como lo fue el holocausto judío. Estas teorías fueron creadas por gente educada y criada en occidente que se alejaron de la fe y creyeron que la razón era lo único que valía llegando a estas ideas, por demás extrañas a su esencia cultural y que lamentablemente están siempre al acecho de cualquier descuido en los valores de occidente o cuando se descuida la otra cara de la fórmula del pensamiento occidental, la fe. Lo hemos visto más recientemente con el resurgir de lucha de clases del marxismo, pero bajo otras vestimentas como la bandera de la lucha de géneros o la lucha de razas como paradigma para explicar que mueve a una sociedad.
Se da también en casos en que la fe sin razón también trae problemas como lo fue la teología de la liberación en Hispanoamérica, un extraño intento de fusionar los principios del marxismo, que consideraba a la religión como el opio del pueblo, un pensamiento que abiertamente rechazaba el cristianismo, fusionada con una aparente razón de fe como la búsqueda de la justicia, la lucha por los pobres y los más vulnerables. Tremendo disparate que llevó en no pocos casos a movimientos guerrilleros comandados por exsacerdotes o a gente piadosa que en rechazo a semejante barbaridad a abandonar la fe al intuir que había algo podrido en este intento de fusión infernal. De no ser por la aparición de un sacerdote como Karol Wojtyla, el Papa Juan Pablo II, salido de las entrañas de un país atrapado en el comunismo como Polonia que tuvo la inspiración divina (o astucia política para los no creyentes) de frenar a ralla dicha contradicción y condenar semejante herejía, quien sabe cómo habría terminado la región en general e incluso la iglesia universal.
A pesar de estos intentos de liberar a la razón de la fe o la fe de la razón han llevado tarde o temprano a descalabros de grandes magnitudes y lejos de plantearnos un problema en ciernes, Gregg parece decirnos que el problema no es ni uno ni otro si no que más bien debemos de abrazar ambos conceptos pues son la esencia de la civilización occidental y solo así se la puede entender. Solo si entendemos ambos lados podremos evitar caer en utopías totalitarias. Mas allá de la fama de deístas, es decir que creían en un ser superior, pero no en un Dios o en la religión como tal, que tenían los padres fundadores de los Estados Unidos, Gregg trae a colación una cita de George Washington muy interesante, que es más larga en su texto original, pero que ilustra lo que discute el libro:
…el libre cultivo de las letras, la ilimitada extensión del comercio, el progresivo refinamiento de las costumbres, la creciente liberalidad del corazón y, por encima de todo, la pura y benigna luz de la Revelación, han ejercido un perfeccionador influjo en la humanidad y han acrecentado las bendiciones de la sociedad”
George Washington, carta circular de despedida del ejército.
Como queda evidente en esta cita de despedida, Washington apelaba a sus conciudadanos a que vieran con buenos ojos esa razón y fe que no estaban en conflicto y más bien deberían de estar en armonía y que ha permitido potenciar el bienestar social. Lo que nos queda a nosotros en realidad es explorar esos vasos comunicantes entre razón y fe que deberían de ayudarnos a alcanzar la verdad y lograr el florecimiento humano.
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