Guatemala: No más bloqueos
No son justificados los bloqueos por la razón que evoca Prensa Libre en su titular del 20 de marzo: en dos días, causaron pérdidas económicas que ascienden a por lo menos Q1 mil 200 millones. La destrucción de propiedad privada puede surtir efecto, como ocurrió en 1773 con el motín del té en Boston, pero en un contexto de subdesarrollo destruir la riqueza creada por nuestros compatriotas productivos es inmoral.
Se nos debe grabar en la memoria las escenas de las valientes señoras que, durante los bloqueos, caminaron kilómetros con bolsas cargadas de víveres, o portaron costales de verduras en la cabeza. De la señora sostenida entre los fuertes brazos de sus vecinos, quienes amablemente le hicieron una silla humana porque ya no podía caminar. De los pequeños niños varados en las escuelas porque sus padres no pudieron llegar a recogerlos, o que vieron el anochecer tras largas horas sentados en sus buses escolares. De los agricultores tirando sus cosechas arruinadas a la basura. De los transportistas que tuvieron que pernoctar en sus camiones cargados de mercancías. De los turistas dormidos en el piso del aeropuerto. De los enfermos que no pudieron llegar al hospital o a sus citas médicas. Debemos recordar a las miles de personas, nosotros incluidos, que perdimos días de nuestras vidas porque no pudimos salir a estudiar, trabajar o hacer las diligencias previstas.
Rescatamos para esta realidad el principio reconocido por George Washington: «creo que el parlamento de Gran Bretaña no tiene derecho de meter la mano en mi bolsa, sin mi consentimiento, como tampoco tengo yo derecho de meter mi mano en la tuya.» Los bloqueos equivalen a meter la mano en bolsas ajenas, a robar al prójimo sus bienes, sus ahorros y su tiempo. Los manifestantes que viralizan al “tonelito” y bailan en las calles parecen burlarse de sus víctimas. Son insensibles a los costos que absorbemos quienes no fuimos consultados cuando tomaron la decisión de impedir nuestra libertad de locomoción.
Por supuesto que ciertas causas ameritan alzar la voz en protesta. Pero las personas a quienes hacen daño con sus bloqueos no originan el malestar que los saca a la calle. No está en manos de las víctimas resolver el problema que irrita a los manifestantes, así sea la remoción de un funcionario público o la derogación de un acuerdo gubernativo.
De hecho, los bloqueos pueden surtir un efecto diametralmente opuesto al deseado. Pueden engendrar resentimiento en vez de simpatía en la opinión pública, sobre todo si los protagonistas exhiben un comportamiento agresivo o provocan el caos. Se desprestigian ellos y su causa. Siembran discordia y polarización, y con su intransigencia alejan la posibilidad de alcanzar acuerdos sensatos.
Es preferible que los organizadores lleven sus reclamos directamente a la puerta de los verdaderos responsables de su enojo—ya sea el Congreso, el Ejecutivo, la municipalidad u otro—y dejen en paz al resto de la población. Por ejemplo, históricamente han demostrado su efectividad las “sentadas”; en los años sesenta, ciudadanos afro-americanos se sentaban en mesas de restaurantes segregados que les rehusaban servicio. Esta maniobra pacífica ponía al desnudo la discriminación racial y perjudicaba específicamente a la fuente del problema. Los diseñadores de políticas públicas responden a presión concreta, y también a peticiones firmadas, ayunos simbólicos o al arte callejero que comunica eficazmente las motivaciones y las demandas de los manifestantes.
Son loables las expresiones de civismo que muestran absoluto respeto por la vida, la libertad y la propiedad del otro.
La autora estudió Ciencias políticas y Economía en Dartmouth College, en New Hampshire y Obtuvo una maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown, en Washington, D.C. EE. UU.. Es profesora universitaria de análisis económico de la política, desarrollo económico e historia; miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales(CEES) y de la Asociación Familia, Desarrollo y Población (FADEP); y de la Sociedad Mont Pelerin.
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