Los peligros del nacionalismo económico
Apenas pasa un día sin un anuncio político o una declaración pública por parte del presidente Trump que denote un instinto nacionalista. El primer problema con el nacionalismo es semántico. La gente tiende a confundirlo con el patriotismo, una emoción profundamente sentida que un nacionalista puede agitar fácilmente con un discurso que equipara el amor a la patria con la hostilidad hacia el mundo exterior y, dentro del país, hacia aquellos que son sindicados como una amenaza para la nación.
Los nacionalistas económicos suelen hacer hincapié en la necesidad de proteger a la nación de las amenazas percibidas, en lugar de centrarse en los supuestos beneficios económicos de sus políticas. Argumentan que los países extranjeros se están aprovechando de nosotros o que el dominio de un competidor en áreas como la ciencia, la tecnología o la industria es una afrenta a la grandeza de nuestra nación. Esto último puede verse cuando Trump señala el liderazgo de Taiwán en la industria de los chips. El liderazgo de Taiwán sólo es admisible si sus empresas fabrican sus semiconductores en Estados Unidos, bajo amenaza de represalias si no lo hacen.
El segundo gran problema del nacionalismo económico es que, en última instancia, es estatista y entra en conflicto con las iniciativas de libre mercado y de gobierno pequeño que los nacionalistas podrían defender. Trump señala correctamente que Estados Unidos está pagando la friolera de un billón de dólares en intereses de la deuda federal y que la voluminosa burocracia y el laberinto normativo resultantes de sucesivos gobiernos intervencionistas impiden el crecimiento y la prosperidad.
Pero presiona públicamente a la Fed para que baje las tasas de interés de manera artificial, impide la competencia incrementando los aranceles y se regocija creando incertidumbre al cambiar con frecuencia sus políticas en función de sus necesidades tácticas. Otros países han experimentado los efectos tóxicos de la incertidumbre. La certidumbre es tan importante que algunos países con normas coherentes han experimentado un mayor progreso económico que otros en los que los impuestos eran más bajos o el gobierno poseía menos empresas. Fue el caso de Colombia en la segunda mitad del siglo XX.
Un tercer gran problema que trae aparejado el nacionalismo económico es que conduce a la confrontación con amigos y enemigos por igual. Por una sencilla razón, la lógica del nacionalismo tiende al imperialismo o, al menos, a la hegemonía geopolítica. Por eso el presidente ha tratado como enemigos a Canadá y México, dos estrechos socios económicos de Estados Unidos desde hace décadas. Lo mismo puede decirse de Dinamarca, miembro de la Unión Europea desde los años setenta, o de Panamá, cuya relación con Estados Unidos ha sido cercana incluso cuando América Latina se encontraba dominada por poderosos gobiernos antiestadounidenses.
En definitiva, un nacionalista ve el mundo como “o ellos o nosotros”. En opinión de Trump, los actores más importantes son las grandes potencias: Estados Unidos, China, Rusia y quizás uno o dos más. Las relaciones exteriores se tornan subordinadas al objetivo de controlar la mayor extensión de territorio posible. Aquí, las razones geopolíticas y económicas tienden a entrelazarse. Groenlandia es claramente una tentación económica para Trump, dados sus vastos recursos, pero también es un territorio en el que ve a Rusia y, eventualmente, a China ganando influencia si él no lo domina primero.
Repartirse el mundo entre las grandes potencias significa que mantener buenas relaciones con lo que solían ser países amigos ya no resulta atractivo. Estados Unidos precisa ponerlos a raya porque van a formar parte de su zona de influencia. Esta visión hegemónica del mundo es patrimonial en tanto que implica una confusión entre intereses públicos y privados. Cuando Trump desea convertir Gaza en un emprendimiento inmobiliario, no está pensando en ello como presidente sino como magnate inmobiliario que posee un terreno. La hegemonía geopolítica significa hacer lo que te dé la gana en un territorio que ni siquiera responde ante tu administración sino personalmente ante ti, el jefe patrimonial del país.
Algunas zonas son menos fáciles de controlar que otras. Es más fácil amenazar a Canadá con la estadidad estadounidense que decir lo mismo a los 27 países que constituyen la Unión Europea. En ese caso, el objetivo inmediato es reducirlos a la irrelevancia. Una vez reducidos a la irrelevancia, podrían convertirse en un objetivo hegemónico, no sea que China o Rusia lleguen primero.
No pretendo agotar todos los peligros del nacionalismo económico aquí, pero por ahora, permítanme añadir uno más: el riesgo que podría llegar a suponer para el Estado de Derecho y el gobierno electo. En virtud de que el nacionalismo económico entra en conflicto con las políticas de libre mercado y de gobierno pequeño, es probable que el resultado final sea al menos un fracaso parcial. Cuando las cosas se ponen feas, el nacionalista económico culpa a los enemigos nacionales y extranjeros a los que acusa de boicotear las políticas gubernamentales.
La consecuencia inevitable es la búsqueda de chivos expiatorios. Actuar contra ellos, y contra las leyes que los protegen, se hace imperativo.
Traducido por Gabriel Gasave
- 23 de enero, 2009
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