Discreto, curioso y liberal

El Tesoro de la Lengua Castellana, de Sebastián de Covarruvias, es mucho más que un diccionario. Al leerlo parece que Borges ciego es quien lo lee por nuestros ojos, o su maestro Cansinos, aficionado al saber universal. Cada vez que alguien quiere saber qué quiso decir exactamente Cervantes, ha de consultarlo, principalmente el significado de algunos términos que con el paso del tiempo se ha movido. Ocurre con «discreto», «curioso» y «liberal». Fueron las primeras palabras que se le vinieron a uno a los labios la mañana tristísima de su muerte, pensando en la figura descomunal de Mario Vargas Llosa.
Me acordé entonces de algo que había sucedido hacía lo menos veinte años. Caminaba él solo, despacio, por el Paseo de Coches del Retiro. Alto y bien portado. Impecable y distinguido. Había estado firmando, supongo, en alguna de las casetas de la Feria del Libro, las que están al fondo del todo. Anochecía, el aire tenía la suavidad del terciopelo y la multitud que hasta hacía media hora llenaba de animación aquellos viales, había desaparecido casi por completo. Volvían a oírse los pájaros, de recogida. A esa hora le dicen en León «el sereno», porque es de una gran serenidad y templanza. Quedaban apenas unos pocos, desorientados, paseantes, como hormigas erráticas. En medio, la figura de Vargas Llosa destacaba. Parecía ser el único que sabía a dónde iba. Yo le seguía a dos o tres metros. Había esperado aquella ocasión casi treinta años. Jamás iba a tener una oportunidad parecida. Y sin embargo… Nadie podía asegurarle a uno que aquel fuera un buen momento para él (podía ir cansado, o pensando en sus cosas, o sin ganas de hablar con nadie), y después de todo, las infinitas gracias que yo quería darle eran por un asunto estrictamente personal.
En los diez o quince minutos que tardamos en llegar a la puerta de la calle de Alcalá, no se le acercó nadie. Pocos lo reconocían y quienes sí lo hicieron, daban un brinco para dejarlo pasar y aún volvían la cabeza después para cerciorarse de que era él, entre risitas. Se explica, porque eran los años en que buena parte de nuestro podrido mundillo cultural lo tenía apestado por su defensa a ultranza de las democracias liberales, y hacía con él distingos que jamás empleaban con los dictadores de izquierdas.
Admití al fin que mi historia era demasiado larga y privada para apretarla en el trecho que nos quedaba por recorrer: casi treinta años atrás Conversación en La Catedral me había librado de hacer la mili de cuando Franco, hecho para mí más importante que todo el realismo mágico del boom latinoamericano. Se alejó calle Alcalá abajo. Seguía caminando sin apresurarse ni detenerse, que decía Goethe de los astros, con la cabeza en alto y llevando en la mirada lo que quedaba de uno de esos crepúsculos madrileños, hechos de jirones pero sin drama.
Diez o quince años después de aquello quiso la vida reunirnos por segunda vez y la deuda contraída con él aún se agrandó de un modo gigantesco. Su providencial prólogo a la traducción del Quijote al castellano actual le libró a uno de acabar entre las fauces de los cervantófagos, que habrían despedazado en dos pasavolantes aquel trabajo de 14 años. Fue entonces también cuando empezó uno a tratarlo, y la admiración que tenía por su literatura se redondeó con la fascinación que producía oírle. Nadie ha contado como él ni con tanta naturalidad. Era un pozo artesiano, inagotable de agua sabrosa, limpia y fresca. Su escrito para ese Quijote, por cierto, es un prodigio de generosidad y de… discreción, curiosidad y liberalidad.
«Se dixo discreto del hombre cuerdo y de buen seso, que sabe ponderar las cosas y dar a cada una su lugar». Y que Covarruvias pensaba en Mario Vargas Llosa cuando lo dijo no ofrece duda si recordamos su cordura en unos tiempos en los que tantos cráneos privilegiados enloquecieron con las chácharas castristas para las que teletrabajaban desde París, Barcelona o Nueva York. Arrostró por ello apestamientos y desdenes sin cuento hasta hoy mismo. Y de «curioso», ¿qué decir? «El que trata de alguna cosa con particular cuidado y diligencia, y de allí se dijo curiosidad; porque el curioso anda siempre preguntando: ¿Por qué esto, y porqué esotro?». Ninguno de los escritores que ha conocido uno mostraron ni más curiosidad por todo ni más cuidado y delicadeza en tratarlo: países, doctrinas, libros, gobernantes, alta y baja cultura…
«Liberal» es la palabra cuyo significado más ha variado desde 1611 en que se publicó el Tesoro, y en su sentido actual político (por demás admirable) la que más se ha repetido estos días a propósito de Vargas Llosa. Pero es en su antiguo uso cervantino en el que pensó uno al conocer su muerte: «El que graciosamente, sin tener respeto a cosa alguna, haze bien y merced a los menesterosos, guardando el modo devido para no dar en el estremo de pródigo (…) Alexandro Magno era tan liberal, que parece que no conquistava las tierras sino para darlas, y preguntado de un amigo suyo qué le quedava, pues todo lo dava, respondió: El gusto que tenía de dar».
Los que conocieron a Vargas Llosa pueden dar fe de esto, y quien desee comprobarlo, lea El pez en el agua, suma milagrosa de pasado y presente, mucho más que un libro político, obra maestra absoluta y prueba de que todo lo dio en su literatura, en la política y en la vida a manos llenas. A quien lo necesitaba y a quienes ni siquiera conocía, como aquel muchacho al que libró de hacer la mili, hoy sin consuelo.
- 23 de julio, 2015
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