El riesgo de la abundancia
El nuevo siglo llegó a América del Sur con las alforjas llenas. El veloz crecimiento de los países emergentes liderados por Asia desató una creciente demanda de los productos básicos de la región, que irá alcanzando también a otros rubros con mayor valor agregado a las materias primas. Hay analogías con la gran oportunidad que Europa le abrió al continente hace más de un siglo y, como entonces, lo más probable es que el fenómeno persista varios lustros. El tamaño de los mercados potenciales es ahora mucho mayor, porque hay 5000 millones de personas que están mejorando sus niveles de vida, una de cuyas consecuencias es una impresionante valorización de las tierras sudamericanas. Todas ellas, las del petróleo y del gas, las mineras, las agropecuarias, las pesqueras y las forestales, y también las urbanas.
Se observan también mayores diferencias que en el pasado en los caminos elegidos por los distintos países para aprovechar la oportunidad. Al caleidoscopio de proyectos de integración comercial se agregan el rompecabezas de respuestas políticas, analizado aquí por Natalio Botana, y también marcadas diferencias en las políticas económicas y sociales. Concentrándonos en las dos últimas y mirando a América latina en su conjunto, encontramos cuatro respuestas distintas.
La mayoría de los países ha optado por economías mixtas con fuerte participación privada y políticas macro y microeconómicas amigables con el crecimiento sostenido, la baja inflación y el logro gradual de una mayor integración social, las mismas políticas que están permitiendo a la mayoría de los países emergentes transformarse en las estrellas del siglo. Vemos en este grupo a Brasil, Chile, Colombia, Perú, Uruguay, quizás Paraguay, México y varios países de América Central y el Caribe. Un segundo conjunto lo integran Bolivia, Ecuador y Nicaragua -países pobrísimos y con marcada exclusión social-, con una macroeconomía similar a la anterior, pero con clara prioridad de la propiedad pública de las empresas por sobre la privada. La tercera opción muestra en soledad a Venezuela, que a un avance más marcado de la propiedad estatal agrega políticas macroeconómicas insostenibles, la inflación más alta del mundo, gruesas distorsiones de precios y desabastecimiento. Una cuarta y borrosa opción es la de la Argentina, hasta hace unos años ubicada en el primer grupo, aun con matices, pero sumida ahora en la segunda inflación más alta del mundo, fuertes distorsiones de precios relativos y desaliento de la inversión privada.
Estos distintos rumbos marcarán diferencias importantes en la capacidad de aprovechar sostenidamente la inigualable oportunidad que se nos ofrece. Por muchas razones, pero, sobre todo, porque la abundancia de recursos naturales puede terminar siendo una maldición si no se la maneja bien. La Argentina y Venezuela son los países de mayor contraste entre las grandezas pasadas que se añoran y el retraso posterior. El caso venezolano es el más impresionante porque en 1950 tenía el séptimo producto (PIB) por habitante del mundo y hoy muestra exactamente el mismo nivel de vida que hace ¡cincuenta años! Comparte esta desventura con algunos países petroleros y, por ello, se la considera un ejemplo de la teoría de la maldición de los recursos naturales, que sostiene que los países que los poseen en abundancia, sobre todo los mineros o petroleros, tienden a despreocuparse por el futuro, generando malas instituciones políticas y sociales, mucha corrupción y un fuerte desaliento a actividades alternativas como las manufacturas.
La recuperación de Venezuela durante la presidencia de Hugo Chávez ha sido magra, ya que el crecimiento de su PIB por habitante, 1% anual, superó sólo al de Haití entre los países latinoamericanos. Un rasgo notorio de su baja calidad institucional es la carencia de un genuino sistema impositivo. Fiscalmente, depende en un 50% de la renta petrolera. El país todo, no sólo su economía, sino también su sociedad y su política, seguirá flameando así al ritmo casquivano del precio del petróleo. Venezuela es también, paradójicamente, uno de los países de la región que más invierte, pero lo hace con tal ineficiencia que debe insumir casi un 24% del producto anual para lograr un aumento de sólo 1% en el PIB por habitante, un cociente mucho mayor que el que necesitan América latina (9,5%) o la Argentina (5,8%).
La "maldición de los recursos" está lejos de ser universal. Países muy dotados como Australia, Canadá o Noruega supieron transformarla en bendición y ostentan hoy los primeros puestos en desarrollo humano ( http:/blogs.lanacion.com.ar/ciencia-maldita/).
Coincide la literatura en señalar que hay dos claves para aprovechar la abundancia de recursos naturales. Una es desarrollar buenas instituciones de distribución de la renta, como impuestos efectivos a las ganancias de las personas y las empresas y clara prioridad de las políticas de creación de empleos formales de calidad, educación y capacitación laboral, desarrollo infantil y salud. Ellas no sólo mejoran efectivamente la distribución, sino que permiten lograr la otra clave, la de desarrollar otros sectores productivos. América del Sur también debería aprender las lecciones de lo ocurrido hace un siglo, cuando la interrupción del crecimiento orientado hacia fuera a partir de 1930 dio inicio a un largo ciclo de decadencia por no haberse desarrollado en la medida necesaria políticas como las mencionadas. Una de las consecuencias de esta omisión fue afianzar al continente como el de mayor desigualdad en el mundo, rasgo que sigue vigente pese a la mejora observada en lo que va del siglo y que invita una y otra vez a tomar el atajo del populismo que tantas veces fracasó en el pasado.
La mejora de las políticas económicas y sociales observada en el primer grupo de países, que frecuentemente son políticas de Estado, les facilitará acceder gradualmente a las claves mencionadas, aunque todavía se esté lejos del objetivo. Por ejemplo, no hay aún respuestas claras para evitar, moderar o compensar la tendencia a la excesiva apreciación de las monedas nacionales resultante de la abundancia de divisas por la valorización de los recursos naturales, tendencia que se observa ya en varios países de la región y se acentúa en el presente contexto de "guerras cambiarias" en las que casi todo el mundo quiere devaluar sus monedas.
Para el segundo grupo de países, pero sobre todo para la Argentina y Venezuela, el desafío es aún mayor. No sólo sus políticas económicas muestran mayores deficiencias, sino que están acompañadas desde el poder por la lógica de la confrontación como eje de la construcción de poder. Estas políticas divisivas, tantas veces eficaces para sentar a todos los comensales a la mesa, rarísima vez han logrado mejorar sostenidamente la vida de los más necesitados, o lo han hecho nivelando fuerte hacia abajo. Ello ocurre porque la escasez o inexistencia de políticas de Estado da lugar a bruscos cambios de rumbo que restan eficacia y desalientan la inversión, y porque su frecuente reemplazo por el clientelismo deja de lado o reduce el impacto de las políticas estructuralmente capaces de reducir la pobreza y mejorar la distribución del ingreso. Todo indica que, explícitamente o no, las principales opciones que ejercerá la ciudadanía argentina en 2011 serán la de elegir hacia cuál de los cuadrantes sudamericanos se orientará el país y si se lo hará mediante los acuerdos o la confrontación.
© LA NACION
- 23 de enero, 2009
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- 16 de junio, 2012
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